Glen McCoy
Madrid: Loqueleo, 2016
Pepa León está obsesionada con su tele, para ella es todo su mundo. Le encanta todo lo que echan, tiene unos trescientos programas favoritos. No necesita nada más, no tiene amigos (excepto su perro Barriga…), no sale a la calle, porque la tele es suficiente. Pero ¿qué pasa cuando una mañana al levantarse la tele está fría y su pantalla oscura? ¡Se va a perder sus programas favoritos de la mañana! No le que queda otra que encontrar a alguien que la repare, así que sale en su busca, con su tele y acompañada de su fiel Barriga. Lo que Pepa no se espera es el mundo brillante que hay fuera, mucho más brillante que cualquier pantalla de televisión.
Este breve y simpático cuento sobre la afición casi obsesiva de Pepa León por la tele nos recuerda que ahí fuera hay todo un mundo de brillo y color (que no se puede ajustar con el mando a distancia) que ofrece infinitas posibilidades de diversión que no son precisamente permanecer sentado durante horas frente a una ventana al mundo de ficción: construir una cometa, nadar, tumbarse en la hierba a imaginar figuras en las nubes…
Y es que admitámoslo, la televisión es una niñera estupenda. Es absolutamente comprensible que los niños, especialmente los más pequeños, que aún están descubriendo un mundo de colores y movimiento que parece inagotable, se queden absortos frente a la pantalla. Estoy segura de que cualquier adulto que tenga niños pequeños en casa y esté leyendo esto visualiza la escena sin problemas.
¿Esto quiere decir entonces que desterremos la televisión de nuestras vidas y la de nuestros hijos? No, en absoluto, la televisión también ofrece maravillosas opciones de entretenimiento en familia como compartir una película el sábado por la noche junto a un buen bol de palomitas.
El tema de las horas que los niños pasan frente a la caja tonta es desde luego un debate abierto posiblemente desde que existen los programas para niños. ¿Cuándo es demasiada tele? Obviamente es difícil de cuantificar, pero está claro que la respuesta se aproxima a esa imprecisa pero sabia frase de «todo en su justa medida». Y precisamente ese es el objetivo de ¡No funciona la tele!, que con unas coloridas ilustraciones nos recuerda a grandes y pequeños lo importante que es saber compaginar todo tipo de actividades.
Por eso me parece importante la reflexión que esta historia plantea, especialmente en unos tiempos en los que la influencia de los programas y series de dibujos infantiles dominan la vida cotidiana de nuestros niños hasta el punto de dirigir sus preferencias a la hora de elegir un juguete o la mochila para el cole (el protagonista de la serie del momento o el perro simpático de los dibujos es quien finalmente encabeza la lista de peticiones a los Reyes Magos).
Eso sí, me pregunto si al igual que a Pepa León los sueños de nuestros hijos se verán interrumpidos únicamente por los anuncios publicitarios…