Daniel Nesquens
Ilustraciones de David Guirao
Edelvives, Col. Ala Delta, 2002
Nesquens vuelve a la carga con un relato simpático, que mezcla el género costumbrista carabanchelero con el estilo más exótico de las historias de las Scherezade.
César, un niño normal y corriente, despierta una mañana de sábado antes de lo normal: un pájaro pía sin parar en el alféizar de su ventana, muerto de frío. Y como él es un niño con corazón, lo recoge y lo adopta, para sorpresa (primero) y disgusto (después) de su familia. Como la madre, en un ataque de pánico antibacteriano, ha de recurrir a los bomberos para atrapar al pobre animal, que ha escapado de su jaula, César le bautiza como “Bombero”. Un toque bastante castizo, hay que reconocerlo. Instantes después, leen en el periódio que el hijo del sultán de Brunei, de visita en nuestro país, ha perdido su mascota y ofrece una generosa recompensa por ella. Si queréis saber qué recompensa es la que finalmente obtienen el pequeño César y su familia, tendréis que leer el libro, no os va a dejar de sorprender.
El texto tiene detalles inconfundibles que delatan la autoría del mismo, pero no obstante, el tono es mucho más comedido que en los bichos o en los pingüinos, aunque está más cercano a estos últimos por el tono amable unas veces, tierno otras, y algún que otro nonsense.
“-Hay que llamar a los bomberos, esto puede acabar mal -decidió mi hermana al comprobar que un canario dentro de la cocina podría ser peor que un incendio. Y lo dijo sin habernos dado siquiera los buenos días”.
Esta misma hermana es la que más tarde propone llamar al canario “Alejandrosanz”, “Luismiguel” o “Copito de nieve”, más detalles castizos. La hermana cumple perfectamente el papel de adolescente en plena edad del pavo que no hace otra cosa que pelearse con su hermano, el crío, que ha tenido la feliz idea de meter un bicho en casa. Tanto la hermana como los padres son personajes que se construyen a través de sus diálogos y expresiones, estereotipos de la clase media-baja española, que Nesquens ha calcado y exagerado muy bien.
Las ilustraciones de David Guirao, en blanco y negro, son correctas, de línea nítida, cercana al cómic, y fondos algo difuminados, para destacar el primer plano de la acción. En varias ocasiones mezcla texturas reales con el dibujo de tinta, creando un gran contraste en la ilustración.
Como muy bien dice la cuarta de cubierta, nos hemos quedado “con ganas de más”.