Sergio Lairla
Ilustraciones de Ana G. Lartitegui.
Fondo de Cultura Económica, 2000
La señora González puso el máximo cuidado en aquélla carta. Había roto antes tantas cartas, había pensado tanto en lo que tenía que decir al Sr. Lairla, que, cuando al fin lo tuvo claro, no quiso que nada pudiera estropearlo y la metió, personalmente, por la rejilla del buzón. A partir de ese momento, el narrador describe, paso a paso, el recorrido fantástico del mensaje, que es arrastrado por una cadena de acontecimientos cuyos eslabones terminan, inevitablemente, vinculando los ardorosos corazones de los dos protagonistas. Un obligado desenlace para esta obra que, más que una historia circular, compone un álbum redondo.
Y es que ya lo decía la señora González, “cuando se pone cuidado en hacer las cosas bien, nada puede salir mal”. Esta optimista sentencia parece haber guiado la mano de ambos autores, al menos eso se desprende del resultado: un complejo y riquísimo álbum, que pone de manifiesto el gran mimo y el esmero con que ha sido creado. En él, texto e imagen se sintetizan y complementan en el sinfín de pistas e indicios que lo salpican.
Ya la primera página ofrece la clave que permite al lector involucrarse en la obra “hay que poner mucho cuidado en los detalles”. Este es primer paso de un permanente guiño del escritor y la ilustradora hacia el lector, un fascinante juego de observación que obliga a volver una y otra vez sobre las páginas, en busca de simetrías, de pequeños signos que habían pasado desapercibidos o que adquieren un nuevo sentido con la perspectiva de la relectura.
En los elementos que estructuran el relato hay una fuerte carga simbólica: el buzón, la zanja, la boca del pez, la cascada, el pozo, el volcán… todos conducen a la idea de misterio, de intimidad, de comunicación entre dos mundos. Este simbolismo adquiere una fuerza mayor en la ilustración, con escenas de evocación onírica, paisajes surreales que se configuran, del mismo modo que los sueños, mediante retazos de la vida cotidiana.
Las ilustraciones, minuciosamente detalladas, están trabajadas con suaves aguadas de fondo y matizadas con la ayuda de lápices. El resultado es cálido y expresivo, acorde con la sonoridad de un texto lleno de ritmo, gracias a la marcada estructura y a la abundancia de símiles y metáforas.
La carta de la Señora González es, en definitiva, una obra en la que nada es banal ni gratuito, todo cumple su función dentro del ciclo que va y viene de corazón a corazón. Un delicioso libro para leer y releer, para aprender a mirar.
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