Clásicos infantiles: arquetipos

Creo que hay una idea popular clara de lo que es un clásico, y si saliéramos ahora a la calle y preguntáramos a cualquier persona, obtendríamos de todos y cada uno de ellos una respuesta correcta. Es más, les invito a que reflexionen durante unos segundos qué idea tienen ustedes de lo que es un clásico. Tendríamos un consenso de obras y autores como: Winnie el Puff, Pippi Calzaslargas, Alicia en el país de las maravillas, Tom Sawyer, el Doctor Dolittle, La cabaña del tío Tom, La isla del Tesoro, las novelas de Julio Verne, Heidi, el Pato Donald, Tom Sawyer, los cuentos de Andersen, Grimm y Perrault, Mujercitas, El Mago de Oz, Pinocho, El viento en los sauces, El libro de la Selva, El señor de los anillos, y algunos pocos más. No importa de dónde sale la referencia: algunos los habrán leído en su infancia, se los habrán leído a sus hijos o nietos, otros citarán porque les suena el título o el autor, otros conocen los personajes por los medios de comunicación. En muchos casos, se citarán autores y libros porque sus figuras y personajes han ido más allá de sus representaciones literarias y han llegado hasta nosotros mezcladas con nuestras ideas sobre la infancia y la necesidad de crecer, incluso con nuestras vivencias infantiles. No importa si, ahora, Peter Pan está encarnado en el cantante Michael Jackson -quien, por cierto, llama a su casa el País de Nunca Jamás- o que el arquetipo del Robinson lo veamos en la televisión convertido en una aventura contemporánea de lucha y poder.

En todos los casos estas historias han pasado por generaciones y han permitido crear arquetipos que tienen vida propia, por varias razones:

1. Hay una manera concreta de narrar. Es decir, de alguna manera “contenidos” ricos y hasta complejos se expresan del modo más simple. Si tuviéramos que acercarnos al estilo, a esa forma de escribir que facilita el acceso a una obra de cierta complejidad, diríamos que poseen “un cierto sentido de lo concreto, la destreza del artista en hacer revivir los objetos y los seres a través de los datos sensoriales, colores, formas, olores, gustos” (1) Es como si los escritores poseyeran una lupa mágica con la que acercarse a detalles significativos.

2. Existe una confrontación entre el bien y el mal, la suerte se contrapone con la adversidad, la felicidad con la infelicidad, el éxito con el fracaso, elementos entre los que el protagonista se mueve como el equilibrista en la barra de acrobacias: a punto de tenerlo todo y a punto de perderlo también todo. Generalmente, incluso los más dramáticos, tienen oasis de alegría y distensión y son decididamente optimistas. Como escribió Paul Hazard refiriéndose a esos libros que le agradaban: “los libros que despiertan en los niños, no la sensiblería, sino la sensibilidad; que los hagan partícipes de los grandes sentimientos humanos; que les inspiren respeto hacia la vida universal (…). Los libros que respetan el valor y la eminente dignidad del juego; que comprenden que el ejercicio de la inteligencia y de la misma razón puede y debe tener otras finalidades que lo inmediatamente útil y práctico.” (2)

3. La aventura se representa en espacios fantásticos: una isla, un jardín, un bosque. Incluso cuando evocan espacios lejanos o inaccesibles, siguen ligados con la realidad -con determinadas realidades universales como crecer, tomar decisiones, etc- y, de alguna manera, con el porvenir. “Lo fundamental en los cuentos -nos explica Savater- es el “viaje” que aleja al protagonista del ámbito cerrado de las seguridades familiares y le abre a lo imprevisto, a la aventura.” (3)

4. Los personajes están obligados a recorrer el incierto camino de su propio descubrimiento, de la separación de los padres hacia su independencia, de la búsqueda de sí mismos en un mundo desconocido y, generalmente, adverso. Como si fuera una anticipación de su vida adulta, los héroes deben aprender a tomar sus propias decisiones, escogiendo y aprendiendo a distinguir los conceptos morales, la diferencia entre lo interno y lo externo, en ocasiones imponiendo su propia opinión frente al grupo o frente a los adultos.

5. Los temas abordados, en fin, giran en torno a la identidad, al crecimiento, a la seguridad, a la relación con los adultos, en definitiva, al proceso de ajuste al mundo exterior en su propia evolución hacia la madurez.

6. La investigadora Alison Lurie, en su ensayo No se lo cuentes a los mayores (4) indica que algunos de estos libros (para ella, sobre todo los anglosajones) son grandes obras subversivas, es decir, se burlan de las ideas vigentes llamando al niño rebelde que habita en todos nosotros, mirando la sociedad y el mundo desde su punto de vista.

No importa si estos libros fueron concebidos para niños o no, si fueron ellos los que se apropiaron de ese torrente de fantasía e imaginación: también porque son libros que enseñan “lo sutil y ambigua que es la frontera que separa el bien del mal, y cómo la aventura es un camino doloroso que, sin embargo, ha de ser recorrido.” (5)

En este sentido se puede mencionar la frecuencia con que los clásicos son adaptados -también debido a que tienen derechos universales y cualquiera puede apropiarse de los textos- en aras de una pedagogización de la literatura, en ese intento de hacer “tragar” las lecturas clásicas con dosis de ligereza para una mayor y más rápida comprensión.

Para los niños -también para los adultos, pero sobre todo para los niños- la posibilidad de acercarse a estos mundos llenos de interrogantes, plenos de imaginación, les permite crecer interiormente y evolucionar en sus juicios, pero, sobre todo, eso que Savater evocaba en sus lecturas y que tan preciado es también para los niños: la evasión. Una razón de que literatura y narración estén unidas en el imaginario infantil tiene que ver con este poder de la ficción de suspender el tiempo real y permitir al receptor abstraerse del entorno para participar imaginariamente en el mundo representado. C.S. Lewis indica que el gusto por lo fantástico y lo imaginativo está presente en la humanidad, y escribe: “si en la actualidad sólo los niños leen ese tipo de historias, no es porque los niños como tales tengan una especial predilección por ellas, sino porque las modas literarias no les afectan. El gusto por estas historias no es un gusto específicamente infantil, sino un gusto normal y constante de la humanidad, que en los adultos se encuentra momentáneamente atrofiado por la influencia de la moda.” (6) Esto aclararía por qué libros que no han sido escritos para niños han acabado en sus manos, a pesar incluso del empeño de los adultos en clasificar y controlar sus lecturas. Si bien Gulliver nunca fue un libro infantil y los niños no captan la sátira que representa el mundo moderno, sí disfrutan con el mundo al revés que es presentado en cada página: la mula que lleva al jardinero al mercado, el pez que pesca al hombre, la niña que le da el biberón a su madre, el ciego especialista en colores etc., así como el mundo de las desproporciones que tan grato es para el imaginario infantil. En Pinocho, que fue una fábula para aleccionar, lo que cautiva es la fuerza visual de algunas de sus escenas: los conejos negros que llevan un ataúd, o los asesinos encapuchados con sacos de carbón que van corriendo a saltos. La inversión de elementos lógicos en Alicia -eso que, posteriormente Gianni Rodari denominó el binomio fantástico- resulta una seducción permanente: un rey y una reina de la baraja que se comportan como humanos de verdad; la liebre que, vestida hasta con sombrero, mira el reloj, dice que es tarde y se va. Lo lúdico y lo real se dan la mano creando mundos nuevos y sugerentes. “Releer los libros de Lewis Carroll es recordar lo fuerte que es Alicia y puede ser una forma de compartir su independencia porque, con sus siete años, es enormemente valerosa y -al igual que Hamlet- sólo está loca según los ojos con los que se la mire.” (7)

Entraríamos en el mundo en que los libros para niños, más bien estos clásicos, le brindan al lector la oportunidad de confrontarse a sí mismo con lo que lee y también desarrollar la sensación de poseer una personalidad separada y diferenciada de los otros. “El psicólogo James Hillman afirma que quienes han leído cuentos o a quienes les han leído cuentos en la infancia están en mejores condiciones y tienen un pronóstico más favorable que aquellos pacientes que no disponen de ese caudal… Lo que se recibe a una edad temprana y está relacionado con la vida proporciona ya una perspectiva sobre la vida”. (8)

Indirectamente, estamos ante la representación de una infancia determinada. Una infancia, simbólicamente hablando, en la que estas lecturas les brindarían la oportunidad de “reinventar nuevas formas de organización del mundo, o de combatir eficazmente lo que amenaza las actuales” eso sí, con lecciones ambiguas: “sólo quien rompe con lo cotidiano merecerá tener una casa, sólo el rebelde que ante nada se doblega podrá ser un buen yerno para el rey, pero también sólo el que retorna puede decir que ha corrido mucho”. (9)

Me atrevo entonces a enlazar estos dos conceptos ahora desarrollados: el de la creación de una lista de clásicos a partir de lo subjetivo, es decir, esos “clásicos personales” y la presencia en los clásicos citados “popularmente” de un mundo imaginario que apelaría directamente al mundo infantil, a los gustos y necesidades de los niños. Tomando estas dos premisas, quiero aventurarme en el incierto y arriesgado camino de la especulación para buscar, entre los autores contemporáneos que escriben para niños, libros que les brindarían el goce de la relectura como un nuevo descubrimiento de las claves del ser humano, de su acercamiento y comprensión. Es una propuesta atrevida, pero creo que vale la pena, sobre todo para resaltar la importancia de volver sin temor a determinados libros que son siempre bienvenidos entre los niños, que se reciben como un descanso en esa dura tarea que es crecer, y cuya lectura -como diría Torrente Ballester- “amplía indefinidamente el mundo de lo llamado real mediante la creación de ficciones significativas.” (10)

Leyendo sus libros, estudiando sus biografías, descubrimos que son autores que han tomado la infancia en serio, que no han olvidado su propia infancia y que nunca dejaron de jugar -como dijo Stevenson- como juegan los niños, es decir, seriamente. Es sólo una sugerencia de autores y lecturas que, estoy segura, en muchos casos no va a sorprender -espero tampoco decepcionar- y que nos puede también brindar ideas para ampliar, retomar y revisar nuestro concepto de libro clásico.

Notas

1 Soriano, Marc: La literatura para niños y jóvenes.Trad. de Graciela Montes. Buenos Aires: Colihue, 1995
2 Paul Hazard: Los libros, los niños y los hombres. Traducción de Mariá Manent. Barcelona: Juventud, 1950
3 Fernando Savater. Citado en : Incluso los niños. op. cit.
4 Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1998
5 Cotroneo: op. cit.
6 C.S.Lewis: op. cit.
7 Bloom: La Nación. op. cit.
8 citado por Alberto Manguel: Una historia de la lectura. Madrid: Alianza, 1998.
9 Savater: op. cit.
10 Gonzalo Torrente Ballester en: La literatura fantástica. op. cit.

1 comentario en “Clásicos infantiles: arquetipos

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