Con la conmoción de la noticia de tu fallecimiento aún en el cuerpo, vuelvo a mi mesa de trabajo y encuentro mirándome a uno de esos personajes que creaste. Estábamos preparando su segunda aventura y ayer te envié un correo para comentar alguna idea que tú mejorarías por mil, como siempre. La niña sigue sonriendo desde la cubierta, pero sus ojos han perdido parte de ese brillo; ella también tiene un roto en el corazón.
Como muchos otros, te conocí en Twitter, y me sorprendía tu ingenio, la rapidez de tus ideas, el humor que desprendían tus chascarrillos… La fascinación llegó al leer Feliz Feroz y encontrarme con un autor que hablaba el lenguaje de la infancia con una soltura sorprendente. Tus múltiples ideas, los mundos que creabas, las historias que escribías… conectan con niños y niñas porque les trata como a iguales, sin presuponer nada, sin desmerecer sus capacidades, sin subestimar sus inquietudes o preocupaciones. Sabías escucharlos y conocías su idioma, con el que escribías los libros que enriquecían su imaginario y manejabas su humor, entre lo absurdo y lo pícaro, para pegarlos a las páginas de tus obras.
A la vez descubrí a Miguel, una persona amable, buena, que no te ponía pegas a nada, que solo quería hacerte las cosas fáciles, con la que se podía hablar en cualquier momento y que siempre te dejaba con una sonrisa en los labios tras la conversación. Me maravillaba tu capacidad de trabajo, antes y después de ser profesor en activo. Varios libros entre manos, tuitear sobre este o aquel programa, guionista, community manager, charlas TEDX… Y aun así, siempre atento a mandarme un mensaje sobre algo curioso, a responder a mis indicaciones sobre el libro que teníamos entre manos, a compartir una canción que te había gustado o el título de algún libro que creías interesante.
Recuerdo esa llamada en la que me dijiste que me ibas a contar un secreto, que habías comenzado tu relación con Ledicia; se te notaba contento, risueño… Bromeamos sobre que el amor surgía entre las firmas de libros y las casetas de las ferias, sobre que os tenía que poner un nombre de pareja y que lo mucho que me alegraba por vosotros. Las siguientes ocasiones en que nos encontramos coincidíamos los tres. Momentos siempre divertidos, agradables, con la sensación de estar con amigos de siempre… Esto no tenía que haber terminado así.
Intento asimilar que ya no me van a llegar tus diseños para las ilustraciones en PowerPoint (que metimos en un recopilatorio), que no recibiré tus audios que comenzaban con “Tengo una idea para un nuevo libro, creo que es una idea muy chula” (y vamos que si lo era), que no podré hablar contigo sobre los arquetipos de los personajes de los cuentos clásicos, que no nos reiremos del enésimo autor superventas y multipremiado que viene a salvar la LIJ, que no te veré en la próxima Feria del Libro de Madrid, que no me recomendarás una nueva lectura o un juguete para la peque, que no charlaremos sobre lo maravillosamente bien que escribe Ledicia o sobre cómo nos flipan los cómics de Paco y Albert o las ilustraciones de Alberto, Mar, Eugenia…, que no nos tomaremos el café pendiente desde hace tanto…
La alcaldesa Caperucita ha declarado luto en el Bosque de los Cuentos, doña Problemas y Max hoy no van a ir al cole, las Leyendas serán un poquito menos épicas, los cuadros echarán de menos tus títulos… Y los que te conocimos, aunque fuera de refilón, nos enfrentamos a una vida con algo menos de brillo. Eras un profe que no castigaba, pero esta vez te has ido al recreo y nos has dejado aquí con los deberes a medias.
Hasta siempre, Miguel
Hasta siempre, Hematocrítico
(© de la ilustración: Albert Monteys. Legendario. Anaya, 2023)