María Cristina Ramos
Ilustraciones de Paula Alenda
Madrid: Anaya, 2005
Para empezar a reseñar un libro como el que se me ha pegado a los dedos, lo habitual sería decir que se trata de un libro de poesía para niños. Sin embargo, al descubrir por primera vez ( ya se sabe que a los escritores se les descubre varias veces; cuanto más, mejor) a María Cristina Ramos Guzmán me he reafirmado en ciertas consideraciones. O sea, que la literatura infantil es un género. Es tan estúpido afirmar que la literatura infantil es literatura para niños, como afirmar que las novelas policíacas son novelas para policías. Con el género infantil disfrutan policías que no tienen tan siquiera la intención de tener niño alguno y, por supuesto, niños que no tienen vocación alguna de pertenecer a los cuerpos de seguridad del estado. Pero eso muchos ya lo sabemos.
Sigamos, porque el libro vale su peso en versos. Porque es poesía, y los niños no tienen ningún problema con ella, son ciertos mayores que los tienen, y es de agradecer que Anaya no se una a ellos. Además, a los niños no solamente les entusiasma todo lo que suene a verso, sino que lo entienden. Y este libro suena a verso y huele a poesía. Huele a lluvia y sol, suena a arena y mar y a las tensiones de contrarios que, como presocráticos de imprenta, generan una fuerza creadora; del caos a un universo poético propio en el que la lluvia y el sol saltan de estrofa a estrofa, donde se descubren palabras de nueva belleza y belleza de nuevas palabras.
María Cristina Ramos no se encorseta en las formas, las pone al servicio del sonido, de la música y entiendes que en algunos centros comerciales los libros estén al lado de los CD”s.
Buen debut, además, de Paula Alenda, que acompaña con sus ilustraciones. Insinúan, aparecen sobre el papel con un contorno tímido, que no se impone. Paula Alenda, educadamente, pide permiso para pasar. Sin líneas estridentes, es un acompañamiento ideal para este delicado trabajo que pueden disfrutar, en definitiva, desde niños a policías.