Cyrano

Marc Le Thanh
Ilustraciones de Rébecca Dautremer
Madrid: Edelvives, 2006

Cyrano es como una naranja de la que Jean-Paul Rappeneau extrae todo el zumo el día que decide llevar a la imagen cinematográfica la novela de Edmond Rostand. Le Thanh y Dautremer destilan parte de ese zumo en un gran álbum ilustrado, donde texto e ilustración crean un imaginario propio, singular y con el exotismo añadido que ofrece el mundo oriental, en donde se desenvuelve la historia. La cubierta de este álbum nos anticipa a un Cyrano de ojos oblicuos en un país de bambú y kimono.

“Cyrano tenía una nariz enorme”. Así es como literalmente comienza la narración, reafirmando lo que la imagen de la cubierta nos muestra: su prominente y singular nariz.

Sin duda que esta parte de su cuerpo va a estar presente en muchas o en algunas páginas del cuento -literaria y gráficamente- y sirve también de disculpa o alegato a Le Thanh para introducir un humor sutilmente disfrazado de ironía y a veces de sarcasmo, sin perder de vista el referente de la generosidad y de la ternura que es, al fin, de lo que trata este álbum de amplio formato.

Esta manera de narrar aparece, además, en las notas a pie de página que el autor utiliza para aproximarse más al lenguaje de los niños, por medio del juego de descubrir significados de determinadas palabras o frases: “Una cotilla es una muchacha que habla el cotillo. El cotillo es una lengua más afilada e hiriente que un cuchillo.” Estas notas, al ser distinguidas cromática y tipográficamente, ayudan, por su ubicación, a configurar la página y dialogan, en ocasiones, con la propia ilustración, si bien es cierto que el cuerpo excesivamente pequeño dificulta bastante su lectura.

Paralelamente, Rébecca Dautremer nos presenta, en su  diálogo de imágenes, a un Cyrano introspectivo, serio, abrumado con el peso de su nariz y la frustración de un amor imposible. Describe a la perfección el ambiente costumbrista de la época y del país en donde transcurre la historia. También incorpora magistralmente un lenguaje muy propio del cine: la perspectiva en forma de picados y contrapicados, o el desenfoque de un primer plano para centrar la atención en un plano medio.

No menos magistral es el tratamiento del vestuario;  R. Dautremer, con su barroquismo habitual, viste a sus personajes con ricas e imaginativas telas de colores. Los azules y verdes se vuelven cálidos gracias a la omnipresencia del rojo, que por influir influye hasta en el negro, y otorga a todo el álbum unidad cromática, cálida y sensual a la vez, a pesar de la total ausencia de una sonrisa amable en los personajes (en el “chinche”es malvada).

Es importante destacar la alternancia de la dimensión espacial en las páginas con fondo blanco, donde texto y una imagen exenta, sutilmente connotativa, facilitan la lectura visual y consiguientemente el ritmo narrativo necesario en un buen álbum ilustrado, como en éste que hemos disfrutado.

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