Babayaga
Marc Le thanh – Rébecca Dautremer
Zaragoza: Edelvives, 2004
Estamos ante un libro precioso pero, ojo, puede que “el bosque no nos deje ver los árboles”. Efectivamente, el conjunto que nos ofrece Edelvives (repetición de la obra original en Hachette Livre, Francia, con traducción que podría ser menos literal) es sorprendente empezando ya por el formato que difiere en alto (algo más de lo frecuente) y en ancho (algo menos) del que es habitual, lo que permite unas páginas más alargadas para beneficio de unas ilustraciones (sobre todo los retratos) que van a potenciar la intensidad de lo que nos cuenta la imagen. La tipografía, con sus variantes en fuentes y tamaños, al servicio del relato, y las características del color empleado y su calidad de reproducción, alimentan esa idea de libro fantástico que apuntaba más arriba. Pero, sin dejar de serlo, habría que anotar algunos aspectos a tener en cuenta.
Babayaga es un personaje clásico que da mucho de sí. Sus variantes como ogresa, bruja e incluso vampira, han ocupado numerosos relatos de cuentos tradicionales y modernos. En cualquier caso, casi siempre ha sido el personaje “malo” que se enfrenta al protagonista de la historia. En el libro que aquí tenemos, parece que el autor, como si de un artista plástico que investiga con el collage y el ordenador se tratara, ha realizado una ensalada de cuentos y la ha observado desde una perspectiva nada al uso: sitúa al malo del cuento como protagonista, lo inicia en su infancia casi justificando su maldad (lo que le da un toque de “víctima”), utiliza hasta siete elementos mágicos (toda una sobredosis para un solo cuento corto) mezcla elementos de humor sutiles con momentos de terror y, para cerrar el cuento, deja a la mala sin castigo (tan sólo hambrienta, como ya estaba). A todo esto, la heroína es un personaje que desaparece antes de cerrar el cuento quedando sólo como una más de las niñas que en su día se burlaron de Babayaga. En fin, un desafío a Propp.
Y en esto aparece Rébecca Dautremer que va a seguir al escritor en su relato y va a potenciar todas sus “variantes”: lo tradicional con lo clásico, el humor y el terror, lo mágico y lo cotidiano. Así nos situamos ante unas ilustraciones que parecen una galería de cuadros que a veces recuerdan tablas flamencas, pero que a su vez hacen referencia a algo mucho más moderno como una fotografía ajada o un interruptor de luz eléctrica; los cambios de planos generales, con angulaciones muy pensadas, a retratos que recogen la psicología de los personajes, dan un dinamismo casi cinematográfico; el uso del color va a ir cambiando la temperatura de las páginas como si fuese la banda sonora del libro; y la habilidad para hacer que elementos mágicos discurran por las páginas como algo verosímil a la vez que hacer resaltar ante nuestra atención objetos muy cotidianos, consiguen un discurso plástico propio en el que recrearse una y otra vez.
Un bello bosque con algunos árboles desafortunados.
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