Suzanne Collins
Barcelona: Molino, 2009
En las solapas del libro se leen adjetivos como “obsesionada” y “adictivo” pronunciados por los superventas, y tocayos, Stephenie Meyer y Stephen King. Se pueden añadir más: valiente, sorprendente, brutal, inteligente y escalofriante por momentos; mientras se subscriben la obsesión y la adicción. Una muestra del primer capítulo: “si pudiéramos escoger entre morir de hambre y morir de un tiro en la cabeza, la bala sería mucho más rápida”.
Los juegos del hambre presenta un mundo futurista donde un país está dividido en distritos controlados de forma tiránica por el Capitolio. Para recordar su poder, y humillar a sus subordinados, cada año organiza una competición televisada, que da título al libro, en la que 24 jóvenes llamados tributos, un chico y una chica por distrito, pelean a muerte.
Aunque pareciera que el lector desea ¡que comiencen los juegos!, la parte central, de estrategias, campos de entrenamiento y conseguir patrocinadores es tanto o más interesante y otra forma de competir a la que los tributos tienen que enfrentarse. La ciencia-ficción da para crear animales monstruosos o modificar el clima a capricho, más enemigos con los que pelear.
Y, en medio de la encarnizada lucha, un romance. Un romance nada empalagoso, que avanza poco a poco y que evoca a la más clásica de las historias de amor.
La autora mantiene el dramatismo de la muerte, algunas bastante violentas aunque no se recrea en lo gráfico, en una historia como esta se corre el riesgo de insensibilizar al lector.
La crítica es evidente, pero no por ello menos efectiva. Lo vacío de la sociedad moderna, despiadada con sus semejantes, que se preocupa por su imagen mientras gran parte del mundo se muere de hambre. Pero podemos verlo cómodamente en la televisión. Pan y circo, Los juegos del hambre.