El centro del laberinto

Agustín Fernández Paz
Traducción de Soledad Carreño
Alzira, Algar Editorial, 2002

Hay que celebrar esta traducción (un poco tardía, eso sí) de O centro do labirinto, una obra que Agustín publicó en 1997 en Xerais y que llega a nosotros en castellano cinco años después, de la mano de Algar, editorial valenciana independiente de la que hace un tiempo reseñábamos otro interesante libro.

De la edición original, lamentablemente, no se ha mantenido la cubierta de Miguelanxo Prado, un nombre que los lectores de LIJ asociamos inevitablemente a Agustín, por la cantidad de veces que han trabajado juntos.

El centro del laberinto es una novela comprometida, con mensaje y con crítica. Nos presenta un futuro relativamente lejano (no todos viviremos el año 2054) pero en el que las cosas no han cambiado demasiado. Más bien, se han materializado todos los temores y los indicios que vemos cada día en nuestro entorno: una sociedad globalizada, que impone policialmente el pensamiento único, en la que predomina el interés de los poderosos y que desprecia las minorías, las señas de identidad de los pueblos, la cultura, el conocimiento y, en general, el sentido común.

David es el hijo de Sara Mettmann, miembro del G-12 (un escogido grupo de personas que controla el destino del mundo), y ha viajado a Galicia con su madre para visitar unos misteriosos petroglifos que intrigan a Sara. En una excursión por el bosque, su aeromóvil tiene una accidente, y David es recogido por un grupo de personas que pertenecen a un movimiento de resistencia, interesados en contactar con Sara. Ásta, preocupada por la desaparición de su hijo, acaba entrando en contacto con los rebeldes.

Lo que en un principio es un secuestro en toda regla se va convirtiendo poco a poco para David en una experiencia iniciática que le pondrá en contacto con un mundo para él desconocido, sin consolas de videojuegos, técnica ni deshumanización. Aprende a convivir con personas de carne y hueso que viven en medio del campo, y que incluso hablan un idioma que no es el euroinglés. Y conoce a Brenda, la hija de sus anfitriones, con la que descubre no sólo una visión distinta del mundo, sino algo muy importante: el amor y la sexualidad.

El desarrollo sostenible y la crítica al liberalismo salvaje pasean por estas páginas de un modo sincero, y totalmente perceptible al lector, que observa cómo a su alrededor tiende a desaparecer todo aquello que no da beneficios, que no es rentable, que no es exportable… Agustín nos habla de comunidades de espaldas al poder establecido, que siguen manteniendo sus señas de identidad, su respeto por el ser humano y por la naturaleza, al mismo tiempo que la capacidad de progresar tecnológicamente. Cada uno de los “rebeldes” de esas zonas no controladas por el poder lleva dentro de sí lo que llevaban los fugitivos de Fahrenheit 451: la esperanza de un mundo mejor, y sobre todo, la firme decisión de no olvidar quiénes son y de dónde vienen.

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