Tic-tac

Diego Arboleda
Ilustraciones de Eugenia Ábalos
Badajoz: Diputación Provincial, 2008
Premio del XI Certamen de Cuentos Ilustrados “Diputación de Badajoz”

Después de haber leído Tic-tac tengo claro que es un libro que recomendaría (y de hecho recomiendo) pero lo que no termino de decidir es si efectivamente se trata de un libro infantil. Sí, es un cuento, un cuento que nos cuenta un niño ya adulto mirando hacia atrás en el tiempo, para más señas, un tiempo medido por el tic-tac que en realidad es un tic-tic o un tac-tac…

Pero, ¿a quién le preocupa más el tiempo que pasa, al niño que lo tiene todo por delante y que sabe disfrutar del regalo del momento presente, o al adulto que no hace más que perderlo analizando en qué lo pierde y llorando la nostalgia de la infancia ya tan lejana? Parece que la respuesta a esta pregunta es evidente así que, volviendo a la cuestión anterior, Tic-tac no es un cuento infantil, es simplemente un cuento, aunque no es simple y no es sólo un cuento: es una maravillosa combinación de imágenes y palabras, es un recipiente lleno de olores, texturas y sonidos; es como un baúl de los recuerdos en el que uno se sumerge para encontrar vestigios de otra época, de otra persona, de la persona que era hace sólo unos años atrás. Aunque también podría ser una nave del tiempo que nos lleva hasta nuestro yo futuro, hacia lo que seremos cuando sin darnos cuenta hayamos pasado de ser nietos a ser abuelos.

Es una historia impregnada de la melancolía del otoño, de la ternura de la infancia, y de su crueldad también, del miedo a la muerte y del miedo a la vida, del miedo a quedarnos solos.

Nos habla de relojes, de mentiras, de secretos, de las hojas secas, de la lluvia, de niños con pecas, de niñas con broches en forma de reloj, de perros que no saben ladrar, de hombres con dos nucas, del tiempo…

Del tiempo que tenemos, del que perdemos, de los momentos que se nos brindan, de las oportunidades que cambian el transcurso de nuestras vidas, de los relojes que se paran…

Es el sonido acompasado de las agujas de un reloj que marca el ritmo de la vida igual que los latidos del corazón.

Me recuerda a cuando una película me ha gustado mucho y me quedo tan absorta que necesito contemplar la interminable lista de los créditos para digerir aquello que acaban de percibir mis ojos, como si la información tardara en llegar al cerebro. Es tal la mezcla de felicidad y desconcierto al mismo tiempo que necesito ordenar todas las emociones a veces opuestas que se han ido acumulando durante esa hora y media.

Pues bien, con un libro es igual, pero como por lo general no traen créditos, esos momentos que siguen una vez que se ha cerrado y la última línea todavía se paladea en el pensamiento, son aún más desconcertantes, si cabe, porque no sólo tengo que ordenar las emociones sino también las imágenes que esas palabras han creado.

Sólo cuando vivo este momento de catársis sé con absoluta certeza que un libro ha pasado a formar parte de la “galería de los fundamentales” de mi vida como lectora, y Tic-tac, esta simple y compleja historia como el mecanismo de un reloj, ya es uno de ellos.

1 comentario en “Tic-tac

  1. Anónimo
    12/02/2009 a las 09:39

    Uno de los males de la narrativa juvenil es que los autores no quieren sacarse de la cabeza a ese joven lector modelo, al que hacen todo tipo de concesiones en la trama, en los personajes, en la ambientación y hasta en el mismo vocabulario empleado. Esta condición, sin que necesariamente suponga una rebaja del valor literario, sí produce, como es evidente, cierto rechazo en el lector que no se ajusta a ese modelo.
    Para huir de esta trampa, lo mejor es hacer lo que hace el autor de este libro: 1¿) desaparecer como escritor (no debe confundirse al escritor con el narrador; éste sí que puede, en el territorio de la ficción, interactuar con el lector: “Primero voy a hablaros de un reloj…”) ; 2¿) cultivar el género fant¡stico (la atmósfera de irrealidad, por definición, no se identifica con nada ni con nadie)
    A partir de estas dos premisas, lo que prevalece es el propio texto, la ficción misma, que es la que merece (si es buena, como en este caso) un lugar en la memoria del lector, con su propia dimensión espacio-temporal y sus personajes ubicuos e intemporales.
    Por lo dem¡s, cada uno bebe de la fuentes que le da la gana. Los artilugios mec¡nicos con ciertas propiedades humanas (o perrunas), la niña-tiempo o el cementerio de relojes son motivos que remiten a universos habituales en el género: desde los mitos recreacionales (la danza de Shiva o la tela de Penélope) hasta autores como Italo Calvino o Borges, quienes ya nos mostraron la fragilidad de la condición humana en su ancestral batalla contra el poderoso Cronos.
    Para terminar, si se me permite deshilvanar los tres cuentos, yo me quedaría, como historia, con la primera (porque es la m¡s infantil, la m¡s absurda; y también porque tengo perro) y como personajes, con los que precisamente sirven de hilv¡n (Tato, Félix y Luisón). Si hay algo que tengo claro en la vida, después de leer Tic-Tac, es que nunca tendré tres hijos pelirrojos.

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