Ricardo Lísias
Ilustraciones de Itziar Etzquieta
Pontevedra: OQO, 2005
Las voces de los libros ayudan al lector a ir elaborando sus propias ideas sobre el mundo. Áste es uno de los grandes valores de la literatura, que hace diferentes (y me atrevo a decir aventajados, por ser más conscientes aunque no más felices) a los que leen. Y esta voz de los libros puede ser muy sutil, mostrando situaciones sociales o políticas, reflejando sentimientos humanos y conflictos que hacen aflorar en el lector sentimientos de identificación con un personaje, de rebeldía, etc. Pero, en ocasiones, esa voz narrativa hace una llamada muy explícita, dice algo así como: debes saber que esto está ocurriendo en tu mundo, y lo estamos permitiendo todos, eso es lo que nos dice en voz baja esta preciosa novela, Manta de estrellas. Tras una introducción poética de Samuel Beckett y un párrafo del prefacio de Los miserables, escrito por Víctor Hugo en 1862 (una denuncia social que tiene más de 100 años) Ricardo Lísias abre una ventana para que, desde este mundo de bienestar, el lector se asome a otra realidad, tan real como que existe, y acompañe durante 26 capítulos, cuya dureza obliga a parar de leer de vez en cuando, a un menino de Brasil que deambula por la ciudad, en una lucha diaria por la supervivencia, con la única posesión de esa “manta de estrellas”que cubre el cielo durante las frías noches.
El menino está solo, porque no vive, sólo sobrevive. Su deseo de aprender a leer está presente en toda la historia, pues él sabe que solo cuando sepa leer podrá tener acceso al mundo de los ricos, de los que tienen zapatos y pueden entrar en las librerías para comprar libros y leer más, y así poder ir en coche y tener una casa donde no haga frío de noche. La imaginación, los sueños y alguna muestra de solidaridad que el menino percibe, en medio de la violencia y la soledad, le ayudan a seguir luchando, y sobre todo ese deseo de aprender a leer que podrá cambiar su suerte de una vez.
El autor brasileño, que conoce bien cómo viven los meninos de la calle, hace una llamada al derecho a la educación que debería proteger a todos los niños, independientemente del lugar donde hayan nacido. Y lo hace con ayuda de un narrador aparentemente externo e ingenuo, que mira alrededor con mirada limpia y exenta de prejuicios, pero muy observadora. Frases cortas y rotundas, escritas con un lenguaje sutil y poético, golpean al lector directamente, poniendo en evidencia la hostilidad de la sociedad hacia los desheredados de la tierra que irónicamente, y dolorosamente, tienen cerrada la puerta para salir de su propio mundo.
Las ilustraciones plasman de una forma poética ese universo oscuro, solo iluminado ocasionalmente por los sueños del protagonista.
Algunos dirán, en ese afán de protección de la infancia que refleja el cinismo de nuestra sociedad, que ésta no es una historia para chicos, que es demasiado amarga, demasiado triste, porque para colmo no tiene un final feliz, sino un final verdadero. Pero, como decíamos al principio, las voces de los libros conforman el mundo ideológico del lector, así que dejemos hablar a los libros ¿quién se lo va a contar mejor?