Dulcinea y el caballero dormido,

Gustavo Martín Garzo.
Ilustraciones de Pablo Auladell
Zaragoza: Edelvives, 2005

En este año 2005, cargado y recargado de celebraciones y publicaciones sobre el Quijote, Gustavo Martín Garzo ha querido aportar su reflexión personal sobre la obra de Miguel de Cervantes y contribuir a que la historia del hidalgo manchego no se pierda en los caminos del siglo XVII y llegue a los lectores de este siglo XXI.

Martín Garzo da la palabra a una Dulcinea que se encuentra casi al final de su vida, en ese punto donde las personas y los personajes meditan sobre sí mismos y su vida pasada. Ella quiere transmitir a los niños de su pueblo las aventuras del que fuera su enamorado para que estas no se olviden pero, también, para que se comprendan. Intenta que se diferencie lo que es pura invención -la aventura en sí- de lo que es reflejo de la realidad: los sentimientos, los comportamientos de las personas. De hecho, el autor nos presenta a una Dulcinea muy real, con vida propia, una mujer que juzga, piensa y que, por un pequeño azar, se convierte en personaje de un libro, a la postre, universal.

Dulcinea utiliza el imán de la narración oral para atraer la atención de los niños, a los que les gusta escuchar historias; así, les dice que les va a contar cómo ella conoció a Don Quijote y cómo ella fue elegida para ser la dama a la que todos tendrían que rendir homenaje. Pero, al tiempo, también está empeñada en dejar constancia escrita de los hechos; quizás esta es la primera reflexión que sobre el Quijote hace el autor: la mayoría de nosotros conocemos la historia por lo que nos han contado y no por haberla leído, algo que en algún momento ha despertado nuestra curiosidad y nos ha llevado a leer las aventuras originales. Escuchar puede llevar a la lectura.

Las diversas aventuras de Don Quijote aparecen simplemente citadas en el libro, se dan muy pocos datos de ellas, únicamente los suficientes para ser identificadas y recordadas. Al autor no le interesa relatarlas, sólo quiere hablar sobre el sentido de las mismas, sobre qué sentimientos o ideales las provocan y qué fin tenían. De esta forma, Martín Garzo razona sobre el amor, las ideas y los sueños que, para él, son el motor de nuestras vidas. Un amor que es motor de nuestra existencia, en cuya búsqueda gastamos todas nuestras energías, pero que también nos renueva y cambia. Unos ideales, como los de justicia, que llevan a Don Quijote a defender a los oprimidos. Luchar contra los gigantes es uno más de los sueños que le ayudan a soportar una realidad que no le gusta. Cuando por fin se despierta ya le resulta difícil seguir viviendo.

Dulcinea y el caballero dormido es una historia contada en un tono intimista y nostálgico, muy bien acompañada por las ilustraciones de Pablo Auladell, que ha recreado con sus imágenes la época en la que sucede la historia y reforzado el tono en el que está narrada. El libro despierta la curiosidad del lector, expectante durante todo el relato, por conocer las ocasiones en las que Dulcinea vio a Alonso Quijano, algo que sólo se revela al final del libro.

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