Yo no leía de niña, y si tenía que hacerlo, no lo disfrutaba. Odiaba leer. En mi casa no éramos muy lectores. Había algunos libros, sobre todo libros de medicina de mi padre, algunas enciclopedias y diccionarios, y alguna colección de clásicos, pero estaban como desperdigados, sin un lugar fijo y específico para ellos. Lo que yo tenía en mi habitación eran principalmente esos libros bautizados con el gran eufemismo de «lecturas de prescripción», es decir, «lecturas de obligación» que teníamos que comprar para el colegio: qué maravilloso es leer en la etapa escolar y con qué impunidad el sistema educativo lo convierte en la mayor de las torturas. Al menos para mí.
Recuerdo con claridad cristalina la angustia indescriptible que me provocaba tener que leerme un libro entero sobre el que después me harían preguntas y me examinarían para ver si realmente me lo había leído. Ojo, para comprobar que me lo había leído, lo de entender y asimilar lo que leyera era menos importante, al parecer. Algunos profesores iban un poco más allá y hacían una comprobación visual que le confirmara que el libro estaba «dado de sí», como se queda cuando efectivamente has pasado una a una las páginas. Una prueba irrefutable de comprensión lectora, vamos.
Sin embargo, aquí estoy: no solo toda mi vida profesional gira en torno a los libros, sino que son el refugio donde, en los días buenos, los no tan buenos y las cuarentenas, puedo disfrutar con las lecturas infantiles que no me dejaron apreciar de niña y con las que, si fuera niña ahora, me encantaría leer. Ahora, muchos años después, leo libros, escribo sobre libros y me encanta hablar de libros. Es más, acabé convirtiéndolo en una ocupación, en una especialidad: promociono la lectura infantil y juvenil siempre con ese pasado de no-lectora en mente porque me recuerda ser prudente y no forzar las cosas. Mi intención es tratar de ayudar a provocar ese cambio en otros no-lectores ofreciéndoles un mundo de posibilidades con la humilde esperanza de que encuentren ese libro-que-lo-cambie-todo, como por suerte me pasó a mí. Y no porque haya que leer, no, sino porque algunos libros son simplemente demasiado buenos como para no compartirlos.
De hecho, somos muchos los adultos que leemos literatura infantil y juvenil también por afición. Yo lo reconozco abiertamente, con orgullo y sin pudor porque me he dado cuenta de que me resultan unas lecturas mucho menos decepcionantes que la ficción, vamos a decir, «de adultos». Y ya no he podido parar: son casi siempre mi primera opción a la hora de elegir una nueva lectura, aunque sobre mi mesilla haya también otro tipo bien distinto de lecturas, como ensayos sobre neuropsicología o clásicos de la novela decimonónica.
Mirando hacia atrás en retrospectiva, creo que mi amor por los libros ha estado siempre ahí, oculto, como eclipsado por la terrible y muy alargada sombra de la imposición. Recuerdo perfectamente el olor de los libros de texto sin estrenar y el del forro adhesivo: me encantaba forrar los libros del cole con mi padre, era como un ritual, aunque supusiera el final de las vacaciones de verano. Supongo que, por eso, de alguna manera, dando muuuuchos rodeos, al final he llegado al mundo del libro y a la lectura, que era lo que tenía que haber sido desde el principio.
Muchos opinan que leer libros para niños de adulto te permite revivir esas mismas lecturas como cuando las disfrutaste la primera vez, en la infancia. Pero claro, yo no revivo nada, en muchos casos ¡las vivo por primera vez! Es cierto que a veces creo estar recuperando el tiempo perdido y no puedo evitar plantearme si de haber leído algunos libros en su momento/a la edad correspondiente, me hubieran impactado más. Pero, ¿existe realmente un momento para toda lectura? ¿Habré perdido, como se pierden los trenes en las estaciones, el momento adecuado para según qué libros de forma irrecuperable? ¿Será por eso por lo que ahora me apasionan esas lecturas que me perdí entonces? No lo sé. Independientemente de cuáles sean las respuestas a estas cuestiones, defiendo con convicción que los adultos podemos disfrutar de los libros infantiles casi tanto como ellos (o a lo mejor más), aunque en ocasiones sienta esa espinita clavada de no haber conocido a mis grandes referentes en el momento en que sus obras fueron publicadas. Porque como niña, no he vivido la emoción de que tu escritor favorito te firme tu ejemplar requeteusado, o la emoción de esperar por la última entrega de una trilogía que te tiene enganchado o el poder hacerme una foto con mi ilustrador favorito, pero como adulta, sí he podido conocer en persona a algunos de los escritores e ilustradores que he leído y sobre los que he escrito, y ha sido una experiencia estupenda.
Supongo que no será lo mismo, claro, pero como me decía un amigo de la universidad, el haber llegado a la lectura tan tarde, me ha dado una capacidad crítica y analítica mucho mayor que hace que sepa con más precisión mis gustos y preferencias, y que sin duda ha determinado mi capacidad analítica a la hora de valorar una obra para niños. O a lo mejor esta es solo una manera un poco tonta de consolarme por el tiempo perdido, porque, no voy a mentir, por supuesto que hay libros que no me han impactado como quizá sí lo hubieran hecho en mi infancia (Michael Ende es el primero que me viene a la cabeza…).
Hoy en día, en mi casa los libros en general, y algunos ejemplares en particular, ocupan un lugar privilegiado, por no decir sagrado. Por ello, como madre me encantaría que a mi hija le siguieran gustando los libros como hasta ahora y que se aficionara a la lectura tanto como yo, sobre todo porque compartiríamos los mismos ejemplares. Sin embargo, si más adelante por lo que sea dejan de llamarle la atención, no me voy a preocupar demasiado porque soy la prueba de que no tendría por qué ser algo determinante. Ahora sé que si no leí de niña no fue porque no me gustaran los libros sino porque me hicieron odiar la lectura al convertirla en justo lo contrario de lo que es, una imposición.
Los niños lo imitan todo, es cierto, también la lectura, por eso, hay que ponérsela a mano, a su alcance (literalmente), pero tampoco hay que perder la esperanza si esto al principio no funciona pues yo soy un magnífico ejemplo de que no todo estaría perdido, de que se puede llegar a la lectura apasionada, aunque sea veinte años tarde, aunque no se haya leído en la infancia. También soy la prueba de que el único y verdadero obstáculo para echar a perder a un lector en potencia es empezar la frase con un «tienes que leer», son las palabras mágicas para acabar con eso precisamente, con la magia de la lectura.
Me identifiqué mucho con tu camino de la lectura, el encanto de los libros también me llego siendo adulta. Gracias por tu texto!!
Completamente de acuerdo. El amor por los libros proviene de la libertad de elección y no de una imposición. Yo también, que paso de los cuarenta, compro libros infantiles en principio para mi hijo, pero realmente, los compro para ambos. En el día de la madre me regalé un álbum precioso. Os lo recomiendo: Mis vecinos, de Susana Peix.
Y sigo la tradición del amor por los libros de mi madre, quien aún en un hogar humilde, no faltaban lecturas y materiales para escribir, dibujar y colorear. Le estaré eternamente agradecida.
Cuánta verdad y razón, por desgracia las cosas no han cambiado mucho, yo soy otro ejemplo de lo escrito, pero estoy agradecida por que hoy puedo leer todo lo que me apetece sin imposición ni obligatorio,me ha encantado el artículo, muchas gracias.
Un día, tuve la oportunidad de aportar con una editorial en la creación de actividades para acompañar a la lectura de un texto para adolescentes. Con este fragmento, brotó nuevamente la culpabilidad de haber creado un espacio donde los no lectores tuvieron que demostrar haber leído. A hoy, siento que pude haber hecho más.
Gracias a tu aporte me siento motivado a crear cosas con mis estudiantes para que nazca de ellos el interés por la lectura.
El amor por los libros se contagia.
Excelente sus artículos, da gusto su vigencia. Gracias
Concuerdo en muchos puntos de niña jamás leí nunca conocí una historia infantil mi amor a la lectura se encontró en la preparatoria y se apasionó en la universidad he buscado y sigo en el camino de despertar el interés a mis hijos por la lectura que es un sendero hermoso en esta vida. Ojalá siga escribiendo como hasta hoy y podamos leer sus siguientes notas
Buenos días, me siento identificada con lo que te ocurrió de pequeña odiaba leer solo que todavía ese sentimiento no ha cambiado en mi, no encuentro ese libro que cambie esa sensación en mi, no quiero transmitir eso a mi hija, pero tampoco de momento con nueve años le gusta leer, uso la preciosa frase tienes que leer, que seguro como tu dices arriba desmotiva ese encanto de leer, sin embargo su padre ama la lectura , siempre está con un libro e incluso a escrito uno de niños :poesia infantil para aprender reír y crecer que es el único que ella ha leído, a veces dicen ,comprale el que ella quiera algun tema que le guste a ella, así lo hice lo empezó con muchisimas ganas y luego lo dejó, se que la lectura es muy importante de echo cuando habló con gente se nota la gente que lee mucho e incluso me fastidia el que no me guste leer para hablar y saber cómo ellos ,pero nada ahí seguimos buscando ese libro que me vuelva loca y me inicie en ese mundo, por lo menos todavía queda esperanza con mi hija .
Me fascinó todo, y estoy de acuerdo en todo. Yo doy clase de lectura y no les impongo si no que ellos eligen lo que leerán.
Adoro los libros juveniles y de niños, tengo 50 años y formé un club de lectura.
Mi reto es plantarle la semillita por el gusto a la lectura de mis alumnos. Trabajo en escuela particular y doy desde 5to a 3ro secundaria esa asignatura. Mis hijos leen los 3.
Creo, Beatriz, que echas la culpa al sistema educativo por ofrecerte libros por imposición. Al contrario que tú, yo crecí en una casa con una madre que adoraba los libros y nos procuraba toda clase de ellos, desde enciclopedias para niños hasta libro-albums o los clásicos de El Barco de Vapor, tebeos… pedir un libro nunca iba a tener como respuesta un no.
Sí que soy amante de las lecturas infantiles y juveniles, y sí que creo que hay un momento en que la diversidad de las historias que lees marcan un carácter: historias de niños con dificultades, en otros países, con otras realidades, historias de superación, historias de humor, de fantasía, de aventuras, de miedo. Cada vez que lees multiplicas tu universo. Estoy muy agradecida a mi madre por habernos hecho partícipes de su placer por la lectura.