Los rascacielos

Los rascacielos (Germano Zullo y Albertine)Germano Zullo y Albertine
Traducción de Palmira Feixas
Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2014

Aún no son muchos, pero poco a poco se van traduciendo los libros de esta pareja artística suiza de gran talento publicados originalmente por la editorial La Joie de Lire. Que tengamos constancia, hasta el momento se han publicado en castellano SOS Televisión, La playa y Los pájaros. Este último es quizá el que más repercusión ha tenido, y recibió en 2011 el premio Sorcières que otorga la Asociación de Bibliotecarios Franceses y Librerías Especializadas.

Los rascacielos es una alegoría sobre la opulencia, la ambición y la prepotencia del mundo occidental, que tiene como consecuencia el colapso que hoy día está tan presente a nuestro alrededor. Los protagonistas de esta historia son dos señores adinerados, de nombres rimbombantes propios de la nobleza europea, que se lanzan en una competición disparatada a construir una casa más alta, espectacular y lujosa que su rival.

Los rascacielos (Germano Zullo y Albertine)

El formato de este libro, muy vertical, no es casualidad. La altura, que constituye el objetivo de esta carrera arquitectónica, se adivina desde las primeras páginas, donde vemos en la parte inferior una pequeña mansión, y adivinamos en el espacio blanco restante que ambas edificaciones llegarán a cubrir toda la página. Y así es. Escena a escena contemplamos cómo los edificios van ganando altura de un modo precario, casi sujetos por hilos, al tiempo que nos deleitamos con los toques de humor que los autores introducen, todos ellos referidos al lujo disparatado con el que los dueños de estas mansiones pretenden superar cualquier límite razonable: mármol con diamantes incrustados, los arquitectos más caros del mundo (pues son varios y se van reemplazando), un sillón de cuero de rinoceronte blanco, una bañera de madera de ébano… Y mientras tanto, los dueños de estos rascacielos, que pueden representar a nuevos ricos o a miembros de una casta centenaria, hacen llamadas a presidentes, delegados y ministros. Como la vida misma.

La historia, como es natural, acaba mal. Pero hay un mensaje final, un toque de esperanza y una sorpresa aderezada con un paisaje de árboles de distintos tipos y alturas, que parecen convivir sin importarles el tamaño, la belleza o el lujo. Unos ocupan toda la página, y otros tan solo un rincón, pero no parece importarles demasiado.

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