Elena Odriozola
Madrid: Ediciones Modernas El Embudo, 2019
Ya sé vestirme sola de Elena Odriozola es la primera obra de su carrera de la que la autora firma tanto las ilustraciones como el texto. Al tratarse de un libro dirigido a prelectores y a los que juegan a ser lectores, las ilustraciones adquieren vital importancia. La estructura y el material que las envuelven también están muy cuidados: edición de página gruesa, sin llegar a ser de cartón, manejable y fácil de manipular sin miedo a ser roto por parte de los más pequeños. Además, a partir de la segunda escena la página de la derecha se extiende, se dobla y se abre, ampliando el horizonte y añadiendo más curiosidades en la escenografía.
En cuanto a su contenido, puede considerarse un libro de iniciación con instrucciones. Siendo el tema principal el hecho de aprender a vestirse sola, todas las acciones e imágenes están orientadas a dicha tarea. Y esa aparente simplicidad la reflejan perfectamente la niña protagonista y el resto de los escuetos elementos: el armario, las tres prendas de ropa colgadas en las perchas (unas bragas blancas, una camiseta blanca y un vestido blanco) y los zapatos (también blancos). Y al desplegar la página de la derecha: el perro y la silla, las nubes y el pájaro al otro lado de la ventana y, por último, la flor del jarrón sobre la mesa. Sin olvidar las hermosas baldosas. Además, la secuencialización basada en la repetición permite elaborar elucubraciones previas y anticiparse a lo que se mostrará, o volver páginas atrás para percatarse de los detalles que cambian en las ilustraciones.
Libro de instrucciones que, sin embargo, no se acerca siquiera a un didactismo galopante; Ya sé vestirme sola trata de resaltar y reivindicar la autonomía y el autoaprendizaje de los niños y niñas. En definitiva, es ése el mensaje que predomina y, no en vano, el libro en cuestión abre la colección “Que ya sé” de la editorial El Embudo. ¿Qué sentido tiene enseñar a alguien qué y cómo debe hacer algo si uno no busca y aprende su manera de hacerlo? Es más, la niña se apropia de la máxima “Volver a intentarlo. Otra vez la derrota. Mejor derrota” de Beckett, y tras varios intentos, se viste por su cuenta, tal y como lo adelanta la portada. La estructura de preguntas y respuestas planteada por el texto también refuerza esa idea: duda y decisión, titubeo y reafirmación. Por otro lado, hay que destacar los toques de humor, como cuando la protagonista intenta ingenuamente ponerse las bragas por la cabeza, o acerca los zapatos al oído. Por no mencionar las brillantes y rematadoras dos frases finales.
En relación con la alfabetización visual, la obra de Odriozola ofrece otros detalles, otras historias mínimas, perceptibles con una astuta visión y rigurosa observación. O quizás, simplemente mediante la curiosidad o las sucesivas y consecutivas lecturas. En aquel maravilloso Aplastamiento de las gotas (2008) de Odriozola, junto a la escena principal de la pareja se representaba una historia de tensión paralela entre el pájaro y el gato; en este caso, el perro y el pájaro completan el plano adyacente. Y la participación del espectador/lector se convierte imprescindible en la elección de las diversas opciones de perspectiva y puntos de vista. Por ejemplo, el interesante juego de miradas entre los personajes: si se observa detenidamente el tríptico donde la niña pregunta al perro y dirige la mirada por primera vez hacia él, no sabemos si el perro está mirando a su vez a la niña, o al pájaro que lo observa a través de la ventana, como lo hace en la página anterior. Una vez vestida, esta cierra el armario (en elipsis), el perro se acerca a la niña con un obsequio inesperado y juntos se dirigen a alguna parte.
Las técnicas de ilustración son de igual contundencia, sencillos y eficaces a la par; las imágenes están dibujadas en acrílico sobre papel Sumi-e, marca de la casa de la artista Odriozola: tras el previo corte de las siluetas de todas y cada una de las partes de los elementos y un arduo trabajo artesanal, la ilustradora difunde la pintura acrílica con los dedos, toque tras toque, coloreando el interior de la silueta y obteniendo así un resultado único. Al igual que los memorables recortables pero adaptando la dinámica a las técnicas de ilustración. Es significativo, también, el contraste que producen las ropas blancas sin contorno alguno con el cuerpo de la niña perfilada con trazo negro. Y lo mismo ocurre con el contorno negro del perro y el resto de los elementos no perfilados.
Por último, cabe destacar la ilustración de la niña desnuda de las primeras páginas. Puede ser que percibamos lejana la época en que Maurice Sendak publicó In the Night Kitchen (1970) y las discusiones y censuras surgidas entonces por el hecho de haber dibujado al niño protagonista completamente desnudo; pero, desgraciadamente, a día de hoy no podemos decir que estemos demasiado acostumbrados a este tipo de imágenes.
En cualquier caso, la desnudez y el arte de vestirse tienen otra lectura alegórica en este libro: aunque al final la niña aprende a vestirse sola, la verdadera lección y logro consiste en la relevancia de la experimentación misma y en la importancia del propio proceso de aprendizaje.