La literatura infantil todavía provoca la discusión sobre su verdadera función. Si es puro arte y sirve para el deleite de los lectores, o si sirve como herramienta pedagógica en la transmisión de normas y valores de la sociedad.
Literatura como arte
Según los teóricos, el arte se configura en el principal motivo de la integración del hombre con el universo, con el otro y consigo mismo. El arte ha cambiado mucho en lo que se refiere a su objetivo: en la Edad Media en estrecha relación con lo divino, en el Renacimiento en la búsqueda del ideal de la perfección humana, en la Modernidad con la inclusión de la ideología ya característica de la ascensión de la burguesía. Actualmente el arte representa el dominio, es una práctica social y ética. Partimos entonces de la concepción de que literatura es arte, que sufre acción del medio y ejerce influencia sobre él, por lo tanto social. Siendo social se liga a los valores ideológicos y sólo se completa en la interacción con su público sea adulto, adolescente o infantil. El escritor Marc Soriano cuestiona los vínculos de la literatura infantil con el arte, señalando que debido a la variedad de interpretaciones de las narraciones, esos estarían mejor ubicados en el ámbito de la pedagogía o de la sociología. “Un niño puede muy bien conmoverse con una obra de mala calidad, siempre y cuando satisfaga sus exigencias afectivas de momentos, y en cambio permanecer indiferente frente a un magnífico libro que supera sus posibilidades de comprensión”. (1999:206).
Recordemos que el arte literario es uno de los caminos para aprender a aprender, para descubrir los encantos de la vida y sus misterios. De ese modo literatura es arte y como arte “es plurisignificativa, es ambigua, inaprensible en sus posibilidades de significación. La selección de los textos debe por lo tanto privilegiar esta plurisignificatividad, favorecer esta libertad y apertura en la interpretación del lector. Y aún más allá del texto, se vuelve necesario pensar en situaciones de lectura ajenas al control sobre los significados. Se trata de una actitud de escucha en el encuentro con los textos y los lectores. Un espacio abierto al despliegue de todas las lecturas posibles. Se trata del respeto hacia las interpretaciones múltiples, libres, salvajes, herejes… Una escucha atenta hacia la lectura de los otros (no importa la edad que tengan)”. (Carranza, 2006).
Literatura e intención educativa
La literatura infantil desde su origen fue utilizada como herramienta educacional, un instrumento para fortalecer las costumbres sociales de cada época. La producción para la infancia vino resaltando su carácter didáctico pensado para enseñar los valores morales en un intento de mantener las normas y hábitos considerados correctos por la sociedad de la época. Constituyéndose como género durante el siglo XVII, época en que los cambios en la estructura de la sociedad desencadenaron repercusiones en el ámbito artístico y social, la literatura infantil surge con características propias decurrentes de la ascensión de la burguesía y del nuevo status concedido a la infancia. Como las historias en aquel período eran escritas con la intención divulgadora de los valores morales propagados por la sociedad, su asociación con la pedagogía fue inevitable y fue en parte responsable por su promoción. Mirando a la narrativa como instrumento de educación moral encontramos a personas “que abogan por una autonomía de la literatura, por una necesidad de educación artística en general y literaria en particular”. (Alzola, 2005: 8). Siendo así, no nos parece raro que haya una función pedagógica en la literatura infantil. Una función que implica orientar y conducir el uso de la información. Pero lo que afecta la formación es que la lectura pedagógica muchas veces desconsidera las ambigüedades de sentido que la lectura artística posibilita. Eso porque está atada a los hilos del sistema, y deja el aspecto lúdico obliterado por el carácter didáctico. De ese modo la literatura infantil fue creada con un objetivo pedagógico, buscando la formación por excelencia del intelecto y de la moral del niño, estimado como inocente, frágil, y con una total dependencia de los adultos. Esta literatura producida por adultos, para la formación de los niños que no tenían voz en la sociedad, reafirmaba la actitud de la sociedad para con esta franja de edad: dominarla y adaptarla a los valores y condiciones del mundo adulto al que en un futuro ascenderían.
Con la ascensión de la burguesía y a la medida que la sociedad se modernizaba e industrializaba el niño ocupa un nuevo lugar. Un lugar diferente del que ocupaba en las sociedades tradicionales donde su mundo se encontraba mezclado con el mundo del adulto. La familia asume una postura de mayor énfasis afectivo, lo que se expresa a través de la importancia dada al niño y a la educación. Dentro de ese nuevo orden social ocurren transformaciones importantes y significativas en la sociedad como la valoración de la familia, la importancia dada al papel femenino, la especificidad dada al niño. Sin embargo, ese nuevo orden no se desarrollaba de forma lineal. Al aislar al niño de las relaciones comunes a los adultos, se hacen necesarios nuevos dispositivos para restablecer el aprendizaje con el medio social. Surge entonces, con la nueva ideología, la instrucción obligatoria, lo que daría inicio a lo que podríamos llamar de la era pedagógica. El niño de entonces recibe una educación diferenciada, tanto escolar como religiosa o familiar, adecuándola a los ideales de los adultos. Existían valores distintos a ser transmitidos y consolidados. Por eso sólo a finales del siglo XIX, con el adelanto de la psicología y de la pedagogía, con sus ideas democráticas, se admite el descubrimiento del niño y del adolescente como seres independientes del adulto. “Es entonces cuando la literatura romántica canónica de los adultos construyó un modelo de ficción fantástica a partir de los cuentos de hadas”. (Colomer, 1998:139).
Dentro del contexto de la literatura infantil, la función pedagógica implica la acción educativa del libro sobre el niño desde dos perspectivas. De un lado, con la acción mediadora de la pedagogía, que dirige y orienta el uso de la información, está la relación comunicativa entre el lector y la obra; de otro lado, están los demás mediadores (familia, escuela, mercado editorial) que interceptan la relación libro-lector, controlando el uso y dificultando la elección del niño sobre qué leer y cómo hacerlo. De carácter extremadamente pragmático, la función pedagógica interfiere sobre el universo del lector a través de la acción del lenguaje de un libro aprovechándose de la fuerza material que palabras e imágenes poseen para actuar en la mente de los jóvenes lectores. Las primeras obras del repertorio infantil, compuesto por fábulas y cuentos de hadas, sufren alteraciones conforme las necesidades de cada época, reflejando las manifestaciones culturales de los diferentes grupos sociales. “En esos cuentos la voluntad literaria se separa de la pedagógica, aunque a lo largo del siglo XVIII y durante el siglo XIX bastantes de las producciones literarias para niños están impregnadas de fuerte didactismo y moralismo, hasta el punto de eclipsar en gran medida sus valores literarios”. (Cervera, 1991: 15). Los cuentos escritos con la idea real de atender al niño sólo surgen en 1697, con la publicación de Cuentos de mamá Oca de Charles Perrault, (1628-1703). Aunque los textos se cerraban con una moraleja, amoldándose a la intención pedagógica de la época, eran cuentos destinados al lector infantil. No hay algo que explique, basándose en los orígenes de la literatura infantil, las diferentes formas que ésta asume desde que en el siglo XVII empezó a ser escrita específicamente para un público infantil. Según Colomer, este concepto evolucionó y desarrolló una “conciencia social explícita sobre la función educativa que debió atribuirse a los libros infantiles”. (1998:134). Actualmente, el niño ya no es aquel ser inocente, totalmente dependiente o indefenso. Disfruta de las mismas condiciones que el adulto, es conciente, sabe cuestionar, es crítico. Desde entonces, es objeto de polémica, el asunto de la literatura infantil pertenecer a lo literario o a lo pedagógico.
¿Por qué no arte y formación juntos?
La década de los setenta, según Colomer, “fue un período presidido por dos tipos de debate: uno referido a la función literaria de las obras infantiles y otro referido a su función pedagógica”. (1998:112) La literatura infantil y juvenil ganó una gran atención psicopedagógica durante la década de los setenta y de los ochenta, y la necesidad de una literatura que compartiera un contexto educativo se hizo presente. “De ahí que fuera ganando terreno el argumento de que los libros utilizados en la escuela no debían valorarse sólo a partir de los méritos literarios, sino también por la oportunidad que ofrecieran para discutir, contrastar y favorece la introspección y la comunicación”. (Colomer, 1999:202). Las opiniones son muchas y divergentes cuando se trata de decidir a qué campo pertenece la literatura infantil. Sin embargo, con el análisis de las grandes obras que se impusieron a través de los tiempos, verificamos que los textos preparados para niños pertenecen juntamente a ambas áreas. Como esencia, provoca emociones, divierte, influye en la conciencia de mundo del lector. Por otro lado, es pasible de ser manipulada por una intención educativa, sirve de instrumento educativo. Entre esos dos extremos se encuentra una gran variedad de tipos de literatura, ya que la denominación de literatura infantil engloba modalidades distintas de textos. La cita de Nobile refuerza la afirmación de que el acto de leer pertenece a los dos polos aquí expuestos.
“La lectura agudiza el espíritu critico, refuerza la autonomía de juicio, educa el sentimiento estético, nutre la fantasía, ensancha la imaginación, habla a la afectividad, cultiva el sentimiento, descubre intereses más amplios y autónomos, contribuye a la promoción de una sólida conciencia moral y cívica abierta a los ideales de compresión humana y de solidaridad social e internacional, resultando esencial para la formación intelectual de la persona”. (Nobile, 1992:20)
Esta aparente dicotomía aparece como un problema para los que tienen a su cargo la responsabilidad de la educación, dentro de un sistema de valores en constante transformación. De ese modo, hay los que tienden a seguir por el camino de la innovación -en el momento de las transformaciones del sistema de valores de una sociedad-, que exigen que la literatura sea sólo entretenimiento. Los que defienden que el niño debe ser ayudado por la literatura en su integración social, eligiendo la literatura informativa como ideal. En épocas de afirmación, como alega Coelho (2000), es decir, cuando un determinado sistema ya se impone, la intencionalidad pedagógica domina, pues es el momento para la transmisión de valores, a ser asociados como verdades. No obstante, más allá de esa polémica dicotómica, los elementos que establecen el arte –la invención, la interpretación, la libertad– son los mismos que atraviesan la infancia, acercando siempre el niño al arte. En ese aspecto el arte predomina en la literatura. Lo lúdico es lo que alimenta lo literario y busca transformar la literatura en la aventura que toda verdadera creación literaria debe ser.
Conclusión
Se entiende pues, que esas dos actitudes polares (literaria y pedagógica) no son gratuitas. Resultan de la indisolubilidad que existe entre la intención artística y la intención educativa incorporadas en las raíces de la propia literatura infantil. “Nao há dúvida de que essa dialética, natural ao fenómeno literario, é a responsável básica pelas mutaçoes de estilo e de temas que a literatura infantil vem apresentado desde as origens e também pela permanéncia de certos fatores que a singularizam como fenômeno específico que é, embora de difícil definiçao”. (Coelho, 2000:49). Visto eso, podemos decir que el pasar del tiempo y el cambio en los sistemas de valores se reflejan profundamente en la literatura infantil y su intencionalidad pedagógica o artística sigue el movimiento que esos cambios le proporcionan.
Bibliografía básica
Alzola, N. (2005). Propuestas éticas en libros-álbum de literatura infantil. Tesis inédita. San Sebastián- UPV
Carranza, M. (2006). “La literatura al servicio de los valores, o cómo conjurar el peligro de la literatura”. En línea. En: Imaginaria, 18
Disponible en www.imaginaria.com.ar
Cervera, J. (1991) Teoría de la literatura infantil. Bilbao: Mensajero.
Colomer, T. (1998). La formación de lector literario. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Barcelona:Barcanova.
Colomer,T. (1999). Introducción a la literatura infantil y juvenil. Madrid: Síntesis.
Coelho,N. (2000). Literatura infantil. Sao Paulo: Moderna.
Nobile, A. (1992). Literatura infantil y juvenil. Madrid: Morata.
Soriano, M. (1999). La literatura para niños y jóvenes. Buenos Aires: Colihue.
Garralón, A. (2001). Historia portátil de la literatura infantil. Madrid: Anaya.
Lluch, G. (2003). Análisis de narrativas infantiles y juveniles. Cuenca: Arcadia.
Simone Silene de Sousa Silva es alumna de doctorado del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad del País Vasco. Profesora en excedencia a nivel secundario de lengua y literatura y a nivel universitario en el curso de pedagogía. Área actual de investigación: literatura infantil y valores.
Estimada Simone: muy interesante el artículo, es un placer encontrar estas lecturas tan interesantes. Felicidades a Babar
no debemos olvidar que la literatura es arte y es el modo de acercar el arte a los niños que lo vivan y que disfruten utilizando lo más maravilloso que pueden tener, y que pueden pasar miles d años y no se acabara, su imaginación
🙂 estoy de acuerdo con que el arte literario es uno de los caminos para aprender a aprender, pero me gusta más ese sentido de aventura y descubrimiento que tiene frente a otras posibilidades