La premio nobel Selma Lagerlöf, autora del clásico El maravilloso viaje de Nils Holgersson, siendo ya una escritora consagrada, quiso recordar una Navidad concreta de su infancia, aquella en la que ella contaba con apenas diez años.
La Selma niña tenía muy claro cuál era el regalo que deseaba por Navidad. Y la Selma adulta nos lo dejó por escrito en este estupendo cuento autobiográfico.
Un libro por Navidad
Selma Lagerlöf
(Traducción desde el sueco de Juana R. Garcillán)
Estábamos sentados a la gran mesa extensible una Nochebuena en Marbacka. Papá en un extremo y mamá en el otro. El tío Wachenfeldt estaba también ahí, en el sitio de honor, a la derecha de papá. Y la tía Lovisa, Daniel, Ana… Y Gerda y yo. Nosotras, como siempre, sentadas cada una a un lado de mamá, porque éramos las más pequeñas. Nos recuerdo muy bien a todos juntos en aquella ocasión.
Ya habíamos terminado de cenar el bacalao, las gachas de arroz y también los mantecados. Los platos, cucharas, cuchillos y tenedores se habían retirado, aunque el mantel seguía puesto. Dos velas, hechas en casa, lucían en sus candelabros en el centro de la mesa. Junto a las velas todavía estaban allí el salero, el azucarero, las vinagreras y una gran jarra de plata llena hasta el borde con julöl. Debíamos habernos levantado ya, puesto que la cena había terminado, pero nadie se movió. Estábamos esperando el reparto de los regalos de Navidad.
Éramos la única casa de la zona donde se sacaban a la mesa los regalos de Navidad después y no antes del julgröt. Esa era la tradición en Marbacka y nos gustaba mucho que fuera así.
No había nada mejor que dejar pasar las horas toda una larga víspera de Navidad y saber que aún quedaba lo más emocionante. Es cierto que el tiempo pasaba despacio, muy despacio. Pero estábamos convencidos de que los demás niños, que ya habían recibido sus regalos a las siete o las ocho, no disfrutaban en absoluto como nosotros ahora, cuando el momento esperado llegaba realmente.
Los ojos brillaban, las mejillas ardían, las manos temblaban cuando de repente la puerta se abría y aparecían dos doncellas disfrazadas de julbock y dejaban dos grandes cestas llenas de regalos delante de mamá.
Mamá comenzaba a sacar un paquete detrás de otro, sin darse demasiada prisa. Leía en voz alta el nombre del destinatario, deletreando con dificultad las dedicatorias y pasando los regalos. Permanecíamos casi en silencio los primeros instantes, mientras abríamos el lacre y el papel. Pero enseguida gritábamos con alegría uno detrás de otro. Y hablábamos y reíamos revisando la letra de la dedicatoria y comparando nuestros regalos en una explosión de alegría.
Esa Nochebuena en particular que estoy rememorando ahora tenía yo diez años recién cumplidos. Estaba sentada a la mesa con la mayor expectación. Sabía muy, pero que muy bien lo que deseaba como regalo. Nada de encajes, ni bonitas telas para mis vestidos; ni broches, patines o bombones… Era algo muy diferente. ¡Ojalá alguien acertara con mi regalo!
El primer objeto que saqué de su envoltorio fue… un costurero. Al momento supe que venía de parte de mamá. Disponía de muchos pequeños compartimentos y contenía un paquete de agujas, hilo de zurcir, cera y una madeja de seda negra. Mamá probablemente me quería recordar que fuese más aplicada en la costura y que no pensase solo en leer.
A continuación recibí de Ana un hermoso acerico, espléndidamente bordado, que encajaba a la perfección en en uno de los departamentos del costurero.
Tia Lovisa me obsequió con un dedal de plata. Y Gerda me había confeccionado un pequeño cañamazo para que en adelante pudiera marcar yo misma mis calcetines y pañuelos.
Emma y Aline Laurell estaban en su casa de Karlstad, pero no se habían olvidado de nuestros regalos. De Aline recibí unas tijeritas de bordar, metidas en una funda hecha por ella misma con unas pinzas de bogavante y un trozo de seda. Emma me regaló un pequeño erizo de lana roja, plagado de alfileres en lugar de espinas.
Todos estos obsequios eran muy bonitos, pero yo empezaba a estar realmente preocupada. Ya eran muchas cosas. ¿Y si al final no recibía el regalo que esperaba?
He de resaltar una maravillosa costumbre que teníamos en Marbacka: al irnos a acostar en Nochebuena nos dejaban poner una luz junto a la cama… ¡y teníamos derecho a leer todo el tiempo que quisiéramos! De todas las diversiones de Navidad, esta era mi preferida. No había nada mejor que acostarse con un buen libro, uno nuevo, recibido por Navidad, un libro que no hubiera leído antes y que nadie más en la casa conociera, y saber que podía leer una página detrás de otra, todo el tiempo que aguantara despierta.
Pero… ¿qué sería de esa Nochebuena si no recibía ningún libro como regalo? En esto pensaba mientras abría cada uno de esos paquetes con cosas de coser. Sentía un calor rabioso en mis orejas. Aquello parecía una auténtica conspiración. ¡Nadie me regalaba un libro!
Daniel, una elegante aguja de hueso para hacer ganchillo. Johan, una bonita devanadora para madejas pequeñas.
Por último se me acercó papá portando un gran regalo: un bastidor que había encargado al excelente ebanista de Askersby. Me subrayó que aquel bastidor era como los que usaron sus hermanas, mis tías, cuando se hicieron mayores.
—Con estos utensilios de costura tan estupendos vas a ser una magnífica costurera —afirmó mamá.
Todos rieron a carcajadas. Era obvio que no estaba satisfecha con mis regalos. Claramente me habían hecho una jugarreta.
Se acercaba el final del reparto y yo ya había recibido todos los regalos que cabía esperar. No tenía por qué conseguir nada más.
Tia Lovisa recibió una novela y dos calendarios literarios, el Svea y el Nornan. Ya tendría ocasión de leerlos en algún momento, pero antes los tenía que leer la tía. Sí, así no era fácil mostrarse alegre y mantener un buen semblante.
Por fin, mamá levantó el último paquete de la cesta de regalos. Por la forma parecía un libro. Seguro que no sería para mí. Estaba convencida de que había urdida una conspiración para que yo no recibiera ningún libro.
¡Pero el paquete sí era para mí! Y ya en mis manos, confirmé al momento que era un libro. Me puse roja de alegría y grité entusiasmada pidiendo unas tijeras para cortar la cuerda. Rompí el papel lo más rápido que pude y tuve ante mí un libro bellísimo: un libro de cuentos con una maravillosa ilustración en la portada.
Sentí que todos en la mesa me miraban. Todos sabían que ese era mi anhelado regalo, el único que me hacía ilusión de verdad.
—¿Qué libro es? —preguntó Daniel inclinándose hacia mí.
Solo entonces miré el título. Centré en él toda mi atención. Y no entendí ni una palabra.
—¡Déjame ver! —exclamó Daniel. Y a continuación leyó—: Nouveaux contes de fées pour les petits enfants par Madame la Comtesse de Ségur.
Cerró el libro y me lo devolvió.
—Es un libro de cuentos en francés —dijo—. Ahora tienes algo con lo que entretenerte.
Yo había estudiado francés durante tres meses con Aline Laurell, pero al coger ese libro y hojearlo no entendí ni una palabra.
¡Eso de que te regalen un libro en francés era casi peor que no te regalasen nada!
Contuve las lágrimas como pude, pero por suerte descubrí una ilustración en una página del libro: una encantadora princesa viajaba en una carroza tirada por dos avestruces, uno de ellos cabalgado por un pequeño paje con una chaqueta bordada y un sombrero de plumas. La princesa lucía unas amplias mangas abullonadas y una pomposa gorguera. Los avestruces tenían penachos en la cabeza y sus bridas eran anchas cadenas de oro. Me pareció la ilustración más bonita que jamás había visto.
Al seguir hojeando, descubrí un montón de ilustraciones más, representando orgullosas princesas, magníficos reyes, nobles caballeros, hadas resplandecientes, brujas abominables, maravillosos castillos de leyenda… Desde luego que no era ese un libro para llorar, aunque estuviera en francés.
Pasé aquella noche acostada mirando los dibujos, sobre todo el primero, el de los avestruces. Tuve entretenimiento de sobra para muchas horas.
El día de Navidad, después de volver de misa, saqué un pequeño diccionario de francés y comencé a leer.
Fue muy difícil. Yo solo había estudiado con el método de enseñanza Grönlund. Si los cuentos contuvieran expresiones cortas como “el pequeño sombrero del gran hombre” o “el paraguas verde del buen carpintero”, entonces lo habría entendido pero ¿cómo me iba a arreglar con un texto seguido en francés?
El libro de cuentos comenzaba así: “Il y avait un roi”. ¿Qué significaría? Pasó una hora hasta que al fin pude comprender su traducción: “Había una vez un rey”.
Los dibujos llamaban poderosamente mi atención. Tenía que saber lo que representaban. Imaginando y usando el diccionario, avancé poco a poco, una línea tras otra.
Para cuando las vacaciones de Navidad terminaron, ese pequeño y bonito libro me había enseñado más francés que el que habría aprendido en varios años siguiendo el método Grönlund de Aline Laurell.
Notas
1 Cerveza típicamente navideña. (subir)
2 Gachas dulces hechas de arroz, muy típicas en Navidad. (subir)
3 El julbock es un personaje navideño sueco (literalmente, “la cabra de Navidad”) encargado de traer los regalos. La tradición de disfrazarse con atributos de cabra fue prohibida tanto por la iglesia como por el estado a comienzos del siglo XIX, pero perduró hasta bien entrado el siglo XX. El julbock como adorno navideño, una cabra artesanal hecha de paja, sigue siendo muy popular en los países nórdicos. (subir)