Daniil Jarms
Ilustraciones de Rocío Araya
Traducción de Jesús Ortiz Pérez del Molino
Santander: Milrazones, 2014
Aunque parezca mentira, de vez en cuando hay que recordar a algunas personas presuntamente cultas que la literatura infantil no es un subproducto cultural lleno de gazmoñerías ni fantasías sedantes. Los niños no son ñoños ni estúpidos, sino un público perspicaz y predispuesto a dejarse encandilar sin prejuicios ni obcecaciones por la buena literatura. Los autores inteligentes (los arriesgados, los talentosos…) han sabido aprovechar esa especial apertura de miras infantil para crear obras excepcionalmente libérrimas y sustanciosas. Esa literatura combina con frecuencia la ligereza y el humor con el sondeo de gran calado: nuestros miedos, nuestras alegrías y nuestros anhelos más profundos; nuestra soberanía frente a la represión de las convenciones; nuestras ganas de descubrir la insospechada belleza del mundo frente al conformismo plomizo de quien cree haberlo visto ya todo. Si hubiera que poner sobre la mesa una prueba contundente de qué es la literatura infantil, la buena, la grande, Un cuento de Daniil Jarms sería una demostración irrefutable.
Esta brevísima joya narrativa fue escrita y publicada en la década de 1930, en plena Rusia estalinista. Para entonces, el autor ya había sido encarcelado por sus propuestas estéticas y el peculiar estilo de sus textos, que no solo no se avenían a las «recomendaciones» del régimen, sino que pululaban por terreros ajenos a la gloria patriótica y al sentido común. De hecho, esa vía de coherencia consigo y de compromiso con su escritura acabaría costándole la vida a Jarms, que murió de hambre en su segundo encarcelamiento, en Leningrado, en 1942. Los amigos conservaron su legado en la memoria (en samizdat) y en sus escasas publicaciones. Décadas más tarde, Jarms fue reconocido como uno de los grandes autores rusos de entreguerras, de esa vanguardia esplendorosa que llevó a cabo una revisión definitiva de la herencia cultural recibida para inaugurar la sensibilidad artística contemporánea.
Lo lúdico, lo grotesco y el absurdo son términos que la crítica emplea para acercarse a las propuestas de Jarms. Los lectores del siglo XXI seguimos anonadados por su manera de deconstruir las ficciones contra nuestras cómodas expectativas y de arrastrarnos a un terreno narrativo donde perdemos pie… y ganamos una nueva perspectiva. Los formalistas rusos, como Víktor Shklovski y Mijaíl Bajtín, coetáneos y coterráneos de Jarms, acuñaron el término «extrañamiento», ostranénie, que designa justamente esa cualidad de la literatura que nos permite darle la vuelta al guante de nuestra percepción más acomodaticia y paladear con gusto desde ahí lo insólito, lo inesperado oculto en cada evidencia.
Un cuento participa de esa magia prestidigitadora en la que se ponen en danza las convenciones narrativas para armar con ellas unos fuegos artificiales que festejan el poder de la imaginación. Los protagonistas, Vania y Lenochka (Juanín y Elenita), son dos niños dispuestos a inventarse un cuento. Las buenas intenciones de Vania resultan continuamente frustradas por la impertinencia resabiada de Lenochka, que al parecer ya conoce de antemano todas las posibles historias. Es la desatada inventiva de la niña la que nos conduce de un relato a otro, en un crescendo cada vez más delirante, más divertido, hasta la gran traca final que no vamos a revelar aquí.
Los personajes de Un cuento carecen de armazón psicológica porque funcionan simplemente como soportes para el enredo de los varios caminos narrativos. Bajo la sencillez del planteamiento, el extravío es tan completo que al final ya no nos extraña que hasta el propio autor, disfrazado con un seudónimo, acabe asomando la cabeza un segundo como otro personaje más. Así se barajan todos los planos (el real, el ficcional, el metaficcional) y se derrumban todos los estatus, incluido el del lector, identificado con Vania y con su discreta pretensión inicial de pasar el rato con otro cuento más. ¿Por qué conformarse con tan poco cuando todos los cuentos son posibles? Jarms nos enreda también a sus lectores y lo hace con una desarmante ironía que rebusca nuestra perdida inocencia entre las ruinas de los convencionalismos narrativos. Como el rey de Un cuento, acabamos con el culo (con perdón) chamuscado; como el bandido, somos incapaces de cabalgar cabalmente esta historia; como al paseante ocasional, un martillo errático golpea nuestra miopía para desatar la carcajada; como Vania, leemos este mismo cuento maravillados del prodigio de la literatura.
Una narrativa tan potente necesitaba una ilustración a su altura: Rocío Araya encontró el tono exacto para expresar formalmente los variados registros del relato. La habitación de los niños es un espacio semivacío, propicio para la llegada de la imaginación. Ahí están, como invitaciones al vuelo, la delicadeza de los trazos, la monocromía, la ventana, el cuaderno, las mariposas, la compañía… Y dentro de ese espacio íntimo suceden las palabras de Lenochka, ese otro universo vivísimo, frenético e hilarante donde todo es posible, que Araya ha plasmado con un desparpajo infantil lleno de complicidad. La técnica se libera de todo purismo expresivo para desenvolverse con soltura en el collage, el acrílico, el lápiz, el óleo y la monotipia. El color y el movimiento adquieren aquí una dimensión especial, desfigurativa, que apunta a la manumisión de los sentidos. Cada ilustración acompaña de cerca a las palabras, respira con ellas, pero también le proporciona al lector un contrapunto plástico lleno de guiños, detalles y vueltas de tuerca (y de martillo): estamos seguros de que a Jarms también le habría encantado este libro.
Entre Daniil Jarms, Rocío Araya y el lector se entretejen los hilos de una confabulación: una conspiración a favor del placer de desenjaular nuestra creatividad y reír con ella.
(*Aviso de Babar para los lectores: Carmen Palomo es asesora literaria de la editorial Milrazones. La publicación de esta reseña se ha hecho conociendo este hecho, y después de revisar el libro para comprobar que lo que se dice en ella se ajusta a las cualidades que consideramos que tiene la obra). Volver al principio
Muchas gracias por añadirlo a la ficha. Ahora toca leer este álbum con tan buenísima pinta 🙂
Muchas gracias por la nota aclaratoria.
La traducción es de Jesús Ortiz a partir de la versión inglesa de Nick Sushkin.
Y, como bien dice la nota aclaratoria, la revisión y el asesoramiento editorial corresponde a Carmen Palomo.
Un abrazo.
Tienes razón, Elena, se nos había olvidado. Disculpa.
Y traducido ¿por? Al menos en la ficha no estaría mal reconocerle al traductor el mérito que le toca.