Jorge Gamero
Madrid: Loqueleo, 2019
Desde niño a Juan le gusta correr. Participa en carreras de larga distancia porque, a diferencia de sus compañeros, remisos al esfuerzo que supone una prueba de más de cinco kilómetros, a él no lo asusta la dificultad y sus opciones de ganar crecen. Tan joven, su currículum acumula ya multitud de victorias en competiciones de todo tipo. Con catorce años, él, como muchos españoles, primero ilusionado y luego con abatimiento, ve por televisión la elección de la sede de los Juegos Olímpicos de 2020. Tras la decepción porque el COI descarta a Madrid y elige a Tokio, enseguida alienta el sueño de correr el maratón en la capital nipona. Gracias a sus cualidades, y a través de los contactos de Alberto, su profesor de Educación Física, consigue entrar en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat del Vallés para intentar cumplir ese sueño.
Tokio en el corazón es una novela que aborda el tránsito de la adolescencia a la edad adulta. Lo hace por medio de Juan, cuyo hipotético porvenir como atleta de élite extrema las dificultades de un proceso nunca sencillo. La analogía entre la carrera de fondo por antonomasia y el discurrir de la vida marca todo el libro; no solo en su estructura, pues el número y los títulos de los capítulos se corresponden con los cuarenta y dos kilómetros y ciento noventa y cinco metros del maratón, sino porque la progresión vital del protagonista coincide con los rasgos más afamados que caracterizan esta prueba en su conjunto. Hacia el final de la narración él afirma que «Una maratón, la prueba más larga del atletismo, era como la vida, podía estar sujeta a un montón de imprevistos» (p. 192).
Juan descubre pronto que el precio de su sueño no será barato. Atrás quedan las victorias fáciles y la mera diversión. Ahora correr implica marcas mínimas, un esfuerzo constante y la tutela de un entrenador a menudo indescifrable: «Antonio lo hacía a su manera, aplaudiéndome casi nunca, buscando siempre la mejora, cualquier mínimo fallo, un resquicio para poner siempre el dedo en la llaga» (p. 121). La preparación exigente afecta a su rendimiento escolar, con suspensos de por medio, y limita su vida social, por lo que en el instituto es visto como un bicho raro. Todo le muestra el difícil equilibrio que comportan las nuevas responsabilidades.
En el Centro de Alto Rendimiento conocerá a Ana. Ella corre por prescripción médica, pues padece una cardiopatía congénita, y el entrenamiento allí les sirve a los cardiólogos para ver la evolución de su dolencia. En la relación que se establecerá entre los dos, llena de las satisfacciones inmaculadas del primer amor, pero sujeta a los imponderables de la enfermedad de Ana, Jorge Gamero apunta bien cómo afecta la vida personal al rendimiento de un deportista y la medida en que un trance —experiencia de doble filo— puede forjar el carácter de una persona. También en Sant Cugat del Vallés entablará amistad con Esteban, un atleta al que la presión psicológica hunde durante un Europeo y así ve finiquitadas sus aspiraciones. Como le dice a Juan «Supe que esa era mi última carrera, pero necesité unos meses para entender que la carrera de la vida seguía» (p.118), un ejemplo de la frontera lábil entre el éxito y el fracaso, y la conveniencia de estar preparado para ambas posibilidades.
La película Forrest Gump y los escritores Ernest Hemingway, Haruki Murakami, Jean Echenoz, Alejandro Gándara y Miguel Hernández son citados a modo de luces referenciales que desgranan consejos valiosos para Juan. Y es que con el autor japonés sabemos que «Pain is inevitable, suffering is optional»; con Forrest que se puede correr por placer; con Hemingway que «continuar es no romper el ritmo»… Una caída valdrá su peso en oro si somos capaces de levantarnos; correr es, lo primero de todo, una competición contra uno mismo; mal que nos pese, una marca, una nota constituyen elementos explicativos ineludibles; el tiempo es lenitivo ante el dolor por una ausencia… Son máximas que Juan se cuenta y nos transmite. Al cabo, Elena, su exprofesora de Literatura, le recuerda «que la vida, toda, está en la literatura y que la literatura nos ayuda a entenderla, que nos la explica a su manera» (p. 170). Estamos anudados a una senda, la de la vida, punteada de preguntas que llevan a otras preguntas y en la que la certidumbre de las respuestas no viene dada de antemano. Frente a ese conocimiento quizás nunca pleno, Tokio en el corazón da sentido a la reflexión de Elena.
Como se llama LA Profesora de Castellano