El pasado 21 de febrero, tuve el placer de conocer a Quint Buchholz en un encuentro que organizó el Goethe Institut de Madrid, gracias a Susanne Teichmann, la directora de la biblioteca, y la colaboración de toda la gente que trabaja con ella. Alumnos de primaria del Colegio Santa María del Valle y de 1º de la ESO del IES Isabel la Católica y Giner de los Ríos, estuvieron presentes. En primera fila y durante dos horas, tuvieron el privilegio de escuchar y de hablar con el famoso ilustrador alemán. Contaron con la ayuda de una traductora simultánea, pero, por suerte para la fluidez del encuentro y la inmediatez y mayor intensidad de la vivencia, estos alumnos reciben una educación bilingüe español-alemán.
Quint Buchholz es un hombre grande, casi tan grande como los inmensos paisajes y silencios que pinta, pelo cano, vestido de negro, sonríe mucho, aunque enseguida su rostro se tiñe de tonos más serios (más profundos y enigmáticos, como sus ilustraciones), y sus ojos brillan, tan enamorado está de su trabajo, de su búsqueda vital. Sí, Buchholz es un eterno buscador de paisajes anímicos y espacios increíbles, todavía no horadados, aunque, según dice (tremendamente perfeccionista), nunca termina de aprehender: quizá, en la siguiente ilustración, en el siguiente libro…
Durante dos horas, Quint Buchholz estuvo explicando a los niños su forma de trabajar y respondiendo sus preguntas, pero no solo las que le plantearon directamente, también las de sus cartas, algunas de ellas colgadas de la pared. Un lindo detalle. Los niños no solo habían leído los libros de Buchholz en el colegio, también le habían escrito una carta, compartiendo con el escritor sus preguntas, agradecimientos y, como no, también sus dibujos. Me conmovió que algunas de estas cartas no fueran dirigidas directamente a Buchholz, sino a Max, uno de los protagonistas de El coleccionista de momentos (Der Sammler der Augenblicke). También hubo alumnos que le trajeron un regalo, en el colegio, habían hecho un faro de cartulina como la portada de su libro, recreando sus colores y a sus inquilinos surrealistas.
Durante esa mañana conocimos un poco más a Quint Buchholz y, por lo menos en mi caso, mis ojos y mi sentir se adentraron un poco más en sus ilustraciones. Nos contó que la técnica de su trabajo es tan minuciosa, y el proceso, tan laborioso, que invierte muchísimo tiempo en cada ilustración, y en un libro, mejor ni pensarlo. Duerme bien, pequeño oso, por ejemplo, fue un libro que escribió e ilustró para su hija: lo empezó cuando ésta tenía cinco años y lo terminó tres años después. Con toda la ilusión del mundo se lo leyó una noche, antes de acostarla, y aunque Nina se lo agradeció y le gustó, le dijo que con una vez bastaba, que ya era demasiado grande para osos. Otro de los requisitos de su trabajo es que tiene que saber exactamente lo que va a pintar, cada pliegue, grano de arena o sombra, no puede hacer cambios una vez comenzada la ilustración, en todo caso, hacer una nueva, y eso significa un trabajo tremendo. Por eso, antes de sentarse a pintar, hace muchos, muchos bocetos. Necesita modelos palpables de lo que pinta: por ejemplo, sus hijos salen en muchas ilustraciones. Debido a que su técnica pictórica es tan complicada, tuvo que cambiar la plumilla por el pincel, para conseguir hacer formatos más grandes y ganar un poco de tiempo.
También nos desveló algunos de los significados de esos elementos que se repiten tanto a lo largo de sus ilustraciones. Por ejemplo, el mar significa para él la libertad, representa lo eternamente posible, y mencionó que un poeta francés había dicho en una ocasión, que meter el dedo en el mar era como conectarse con todo el universo. De hecho, nadar en el mar es uno de los hobbies de Buchholz (los niños quisieron saber cuáles eran). Otro, leer, pero no solo porque es muy importante para su trabajo, simplemente por el placer de leer, y por eso tiene una serie de ilustraciones centradas en el libro (El libro de los libros): ha tenido suficientes ocasiones para plantearse qué significa y qué se puede hacer con un libro.
Los animales son otra de sus debilidades. En el último libro que acaba de editar en Alemania (Die Tiere kommen zurück), son los protagonistas. Piensa que los animales deberían de ser nuestros iguales, si les restituyéramos su lugar a nuestro lado, todos saldríamos ganando, tal es la nobleza y los valores que emanan, casi siempre más humanos que la propia humanidad. Áste es un tema que le ocupa mucho últimamente, e intuye que este último libro suyo es el primero de una larga serie que les dedicará. Las ilustraciones que vimos eran impresionantes. Otro libro que quiere hacer es uno de retratos de la gente que conoce. Como excusa para poder verles: como en la actualidad nunca nadie tiene tiempo, tampoco para ver a los amigos o a la gente querida, ¿qué mejor estratagema que sentarles durante cuantas más horas, mejor, para que posen y, de paso, intercambiar algunas palabras?
Me extrañó que Quint Buchholz dudara de los textos propios, para mí, posee una sensibilidad visual muy valiosa, por eso sus narraciones resultan tan poéticas e inmediatas, como si las palabras fueran imágenes. Pero por suerte seguirá ilustrando y escribiendo, todavía tiene mucho que decir.
Nos confesó que le hubiera gustado ser músico, los niños estaban tremendamente interesados en saber si siempre había sabido que quería ilustrar. Quint Buchholz siente envidia y admiración por los músicos, pero reconoce que, al menos para los oídos de su familia, ha sido una suerte renunciar a la música. Otras preguntas que hicieron los niños fueron que si no le aburría pintar tanto tiempo (trabaja en un estudio que tiene en el centro de Munich, llega ahí a eso de las ocho de la mañana y regresa a casa a eso de las seis. Por supuesto que no se pasa el día entero trabajando, tiene facturas que hacer, libros que leer, pero aún así, no está nada mal…), que desde cuándo pintaba, que de dónde le venía la inspiración, que qué hacía con tantos cuadros… ¡Preguntas tan adultas! Me faltó un poco de imaginación infantil, la eché de menos, pero todavía puedo escuchar sus risas, cuando en el boceto de una de las ilustraciones de El coleccionista de momentos, al ver una pared llena de puertas, y que cada una de esas puertas se habría a una realidad distinta, sus grititos de satisfacción y sus carcajadas, fueron el mejor regalo.
Y eso es lo que Quint Buchholz pretende con sus ilustraciones, presentarlas al espectador y sin interferir, invitarle a que invente su propia historia. Un ejercicio que deberíamos de practicar más a menudo, darnos la libertad de soñar sin hostigar a nuestros ojos con lo que deberíamos de soñar, ni con el color con el que deberíamos de teñir nuestros sueños.
Sus ojos siguen brillando intermitentemente, según de lo que esté hablando: el mar, aquella concha que se ve en la playa, el león, las vacas en el tejado, el pequeño oso asomado a la noche… Sus ojos brillan y se pierden en la inmensidad de sus paisajes, planeando como una gaviota, en busca de esa brizna de hierba que dará sentido a todo lo visto, oído y vivido, ¡pero hay tantas briznas meciéndose en el viento!
Me tengo que ir y no puedo, no quiero, todavía quedan tantos secretos por descubrir en el brillo de esos ojos… Quizá en el siguiente libro, en la siguiente ilustración.