Isabel Pin
Salamanca: Lóguez, 2013
Isabel Pin es una joven autora francesa (Versalles, 1975) con varios títulos publicados en la colección “Pequeñológuez“, de similares características a este que hoy recomendamos: hoja de cartón, troquel que sirve de hilo conductor y dirigido a prelectores. Además, es una de las nominadas al Astrid Lindgren Award 2013, junto a otras figuras destacadas de la literatura infantil como Rotraut Susanne Berner, Wolf Erlbruch, Innocenti…
Si yo fuera un león se basa en distintos animales y en sus sonidos, y su originalidad radica en que está pensado para que el niño lo agarre por unos asideros laterales, y a través del agujero central imite el sonido del animal correspondiente: rugir como un león, maullar como un gato, trinar como un pájaro… incluso contar algo divertido como un niño. El único requisito es que el lector sepa previamente cuál es el sonido correspondiente, pero Isabel Pin ha decidido ponerlo fácil.
Si bien dentro de los libros troquelados suele haber muchos prescindibles (más juguetes que libros), cuando se hacen con estilo y una propuesta gráfica interesante, resultan atractivos y pueden dar mucho juego con los más pequeños. El texto, obviamente, es muy sencillo, así como las ilustraciones, pero el estilo no es convencional, y resultará enriquecedor para la educación plástica del niño. Además, es un libro que reclama la participación del lector, una interactividad más interesante que la que supone, por ejemplo, apretar un botón o arrastrar el dedo sobre una pantalla táctil.
Otra novedad de la misma colección es ¡Corre a casa, ratoncito!, de Britta Teckentrup, que nos ha parecido también muy interesante. Cuenta la historia de un pequeño ratón que quiere volver a su casa, pero es de noche, y salen a su encuentro diversos animales, de los que, debido a la oscuridad, en un primer momento solo vemos sus ojos. Al pasar la página descubrimos quiénes son (todos suponen una amenaza para él), y el ratón tiene que continuar su viaje (de ahí la frase del título, que se repite durante todo el libro), que acaba felizmente cuando se encuentra con su familia que le espera en casa.
Resulta acertado el juego con la oscuridad, representado en una página totalmente negra donde vemos al ratoncito, temeroso en una esquina, y a través de un troquel redondo, los ojos del animal que acecha, pues se corresponde muy bien con lo que ocurriría en la realidad: primero veríamos solo unos ojos brillantes, y al acercarnos más descubriríamos a qué animal pertenecen. El lector puede jugar a adivinar el animal por sus ojos, pero en la mayoría de casos resulta complicado. Sí que puede dar juego en las lecturas posteriores, ya que el niño seguramente se haya aprendido la secuencia de animales (y las frases repetitivas) de memoria. Se trata de un buen libro para compartir entre dos (adulto y niño), ya que permite que cada uno lea una parte, y que el niño vaya anticipando la siguiente escena.
Con libros como estos, se demuestra una vez más que el troquel y el juego, bien entendidos (con una vocación de estilo), pueden formar parte del aprendizaje lector de los niños, y no son un simple adorno para llamar la atención, sino un elemento que enriquece (y posibilita) la lectura del texto y de las imágenes.