Sylvia Van Ommen
Madrid: Kókinos, 2005
Me gusta este álbum o libro de imágenes. Aunque no es exactamente lo que de forma coloquial conocemos como libro-álbum, yo lo incluiría en esta categoría, pues reúne todos los requisitos necesarios y suficientes para serlo:
Porque es un libro que contiene ilustraciones de gran tamaño, el texto que narra la historia es escueto, y ésta es contada también por la imagen.
Porque la imagen redunda en el texto y también aporta nueva información.
Porque la historia está perfectamente secuenciada a través del texto y de la imagen.
Y, por último, algo que quizá no suele mencionarse, tal vez por evidente, porque el libro está maquetado, y, seguramente pensado y diseñado en su creación, para ser un álbum.
Así que, comienzo de nuevo: me gusta este libro-álbum.
En primer lugar, porque lo considero impecable desde un punto de vista estético. Es sencillo, limpio, ordenado y conciso. Impacta la gran cantidad de espacio blanco de las ilustraciones, en el que los personajes pueden respirar. El trazo de la línea parece inexacto y, sin embargo, delimita con precisión las figuras y les contagia vida y volumen.
En segundo lugar, porque el libro es tremendamente emotivo y consigue conmover al lector a través de su sencillez. Los planos son muy sugerentes y aparecen bien ligados entre sí. Me gusta lo insignificantes que nos sentimos en una ilustración, lo perdidos que estamos en la siguiente, lo reconfortados en la otra…
En tercer lugar, me gusta porque me parece muy inteligente, y con ello me refiero al planteamiento de la narración visual: la autora ha desarrollado un “mapa” de la historia desde el punto de vista de la imagen. El itinerario no surge del azar, aunque el resultado logra naturalidad y frescura. Esto es de agradecer, pues es fácil sentir exactamente lo que la palabra motiva a sentir simplemente mirando a los personajes. La narración es circular desde el enfoque de la ilustración y también desde el del texto.
En cuarto y ultimo lugar porque, aunque el tema es arriesgado, la autora lo aborda de frente, sin cursilería, sin mentir, sin miedo y sin adornarlo. Habla de la muerte como parte de la vida, y del papel que juega la amistad en la vida y después en la muerte.
El tratamiento del tema es también sencillo, pero no simple.
La autora comenzará a trazar la circunferencia en el decorado principal, que es el parque en el que los protagonistas han quedado para verse, para comer regaliz y para beber limonada. A partir de un gesto, el personaje gato comienza a hacerse una pregunta. Mientras se interroga aparece solo en las ilustraciones. El hombre está solo mientras se hace las grandes preguntas. Pero necesita del otro para comprender. Esto sucede en el libro.
Más adelante será el otro personaje el que recorra el mismo itinerario.
Los personajes son amigos. Lo pasan bien juntos. Comparten su tiempo y sus gustos. Disfrutan haciéndolo.
¿Y cuando mueran?
¿Qué pasará entonces?
La gran pregunta del libro se resuelve de manera inmejorable:
La verdadera amistad es eterna. Perdura más allá de la muerte.
Al terminar el libro, yo también me hago una gran pregunta, como cada vez que leo un buen libro de literatura infantil, y es, precisamente, si este es un libro para niños. Quiero decir que si es solo para ellos.