Entrevistas de Sandra Arenal
Ilustraciones de Mariana Chiesa
Valencia: Media Vaca, 2004
Recuerdo como un clásico de las tardes de lluvia un libro que se llamaba No hay tiempo para aburrirse: uno de aquellos manuales ilustrados para hacer primeros experimentos científicos, soñar cometas o inventar figuras aprovechando lo que más a mano tuvieras. Pero aquellos niños eran alegres y a color, no grabados en blanco, negro y rojo, de líneas gruesas, como los de Mariana Chiesa. En aquel libro podían enseñarte a hacer un caballito, o una mecedora con la que entretener el ocio; en esta colección de “Últimas lecturas”, la lectura mata a una vieja moñuda en su silla. Así interpreto yo la silueta, y así se interpreta en la solapa: “necesariamente habrá un [libro] último. Uno que se nos cerrará de golpe entre las manos”. Así que nadie puede llamarse a engaño: este es un libro de contrastes. De contraste con la vida rica de Occidente, en primer lugar. Y de contraste con lo que suele editarse: porque centra su atención en los niños trabajadores, no en los ociosos, y porque vocea su palabra, no la interpreta, ni la novela, ni se la “cede” siquiera: la reproduce. Luego se acompaña de una “Recapitulación” de la propia Sandra Arenal, responsable del trabajo de campo, ya fallecida y de quien el libro es homenaje; de un breve “Viejos y feroces cuentos para niños”, de Abraham Hidalgo; de una semblanza de la autora; de una noticia y comentario de la ilustradora; de una mínima selección biográfica, un glosario y los Derechos del Niño. Pero es luego y es breve: acaso veinte páginas de un total de ciento veinte. Antes, lo primero, hablan los niños y las imágenes de Chiesa.
“No voy a la escuela porque desde que nos vinimos del rancho no tengo papeles, así que no pude entrar. Algún día voy a juntar dinero para ir por los papeles esos y poder estudiar, aunque ya voy a estar grande y quién sabe cómo le vaya a hacer”, dice Julio, 14 años, ayudante de albañil en Sierra Ventana.
“Hace como un mes me cayó algo en un ojo, me dolió mucho. Me llevaron con el doctor particular de la empresa, me vio y me dijo que sólo había sido un leve rozón de una virutita de vidrio, pero que no tenía nada. Solo que a mí me duele un poco…”, cuenta Bertha, 14 años, obrera en una fábrica de vasos de vidrio.
“He querido dejar la droga, porque me da mucha vergüenza, pero en cuanto veo a mis amigas todo se me olvida y sólo quiero la droga … Todos me dicen que soy bonita, que no eche a perder mi vida. Y yo quiero, ¡y voy a hacer el esfuerzo!”, cuenta Elisa, también de 14 años, enferma de sífilis e internada en el Consejo Tutelar por vagancia y drogas.
“Voy en tercero de la escuela. Tengo 12 años, pero perdí cuando murió mi jefe y luego al venirnos no me pudieron apuntar. También cuando hay mucho jale dejo de ir, porque como dice mi tío, el trabajo es primero. Así que el año pasado me reprobaron. Pero allí voy”, cuenta Nicanor, canastero.
Son estas sólo cuatro voces de entre más de cuarenta voces que vale la pena detenerse a escuchar.