David McKee
Traducción de Juan Ramón Azaola
Madrid: Anaya, 2008
«Hace ya mucho tiempo, todos los elefantes del mundo eran negros o blancos. Amaban a los demás animales, pero se odiaban entre sí, así que ambos grupos se mantenían apartados: los negros vivían a un lado de la jungla, y los blancos, en el lado opuesto. Un día, los elefantes negros decidieron matar a todos los elefantes blancos, y los elefantes blancos decidieron matar a todos los elefantes negros. Los elefantes negros y blancos que querían la paz se internaron en lo más profundo de la selva. Y nunca más se les volvió a ver. Comenzó la batalla…».
Con esta parquedad narrativa, McKee nos invita a reflexionar sobre la guerra, sobre los conflictos en general y, más importante aún, sobre la necesidad de no olvidar el pasado, de modo que no repitamos los errores. Lo hace con una gran claridad visual, trufada de paralelismos y juegos especulares entre página izquierda y derecha, que insisten en la identidad esencial que subyace a la diferencia de color.
Con la potencia de un género narrativo clásico —las fábulas sobre el origen de las cosas, que Kipling narró tan bien—, descubriremos por qué los elefantes son grises. Pero ¿nos libra eso de la guerra, en el presente? ¿Podemos quedarnos tranquilos? No, porque «desde hace algún tiempo… los elefantes de orejas pequeñas y los elefantes de orejas grandes se miran unos a otros de forma un tanto extraña e inquietante». El cuento acaba así, en la inquietud, la inquietud que no debemos perder de vista —según parece invitarnos a pensar el autor, lejos del mito del «buen salvaje»— porque eso nos permitirá contener los rebrotes de una violencia que se apacigua, pero no se apaga.
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