Roberto Piumini
Madrid: Siruela, Col. Las Tres Edades, 2000
Esta breve novela de Roberto Piumini nos permite realizar diversas lecturas. Nos quedaremos tan solo con dos. La primera es la que efectuaría cualquier lector que tomara el libro del estante en el que reposa movido por la curiosidad que despiertan un título extraño y la atractiva ilustración de cubierta. Nuestro joven amigo se sentaría relajadamente a degustar esta historia y se encontraría con una novela llena de aventura, exotismo y fascinación: la historia del origen de las misteriosas y descomunales esculturas de la Isla de Pascua; y de paso conocería las costumbres, supersticiones y rituales de sus habitantes.
Este primer nivel de lectura por sí mismo sería suficiente para calificar esta nueva obra de Piumini como excelente, ya que reúne los ingredientes de las mejores novelas: lenguaje literario sobrio y sencillo, esmaltado con un barniz poético y sugerente; linealidad narrativa que va progresando en intensidad y ritmo, meciéndose hábil y sutilmente por las distintas melodías argumentales (el graznido feroz de las gaviotas, el rugido del mar, las melancólicas canciones que entona Kintea-Ni para preservar vivo el recuerdo de su amado) y mantenimiento del pulso dramático –y, con él, del interés del lector que se siente subyugado por la trama– hasta el final del texto.
Pero ofrecemos al lector una segunda lectura, tanto real como intelectual: le sugerimos que nos permita realizar una juguetona paráfrasis con el subtítulo de la novela de Piumini quien en vez de en “La isla de las gaviotas”, bien podría haber ubicado las aventuras de Tou-Ema en “La isla de las pasiones”.
Porque si despojamos nuestra mente del peso narrativo del texto y ahondamos en busca del auténtico sedimento que la obra de Piumini ha dejado en nosotros tendremos que reconocer que ante nuestros ojos críticos se abre el más vasto y exuberante universo de pasiones humanas recogido jamás en tan pocas páginas. Sí, están todas, sin excepción: la sumisión acrítica y autoanuladora al poder (representada por los ancianos), la aceptación determinista del destino, la envidia (Kontuac, çlos celos acabaron contigo!), la venganza (aunque “era un hombre bueno y sencillo”, Tou-Ema ansiaba desquitarse del mal que le habían infringido), la fidelidad (más allá de la “evidencia” de la muerte de su amigo, Kintea-Ni permanece siempre fiel a su recuerdo y a sus sentimientos), la generosidad (Tou-Ema deja todo para proteger a su pueblo desde la cumbre del volcán) y el amor, sobre todo el amor.
Si en la primera lectura el auténtico protagonista de la novela es sin duda el jefe Tou-Ema, en el segundo nivel interpretativo que sugerimos al lector tenemos que destacar por encima de todo el protagonismo de Kintea-Ni. Es ella, con su discreción, su delicadeza, su coraje, su confianza, su altruismo y su amor incondicional y puro quien sirve a Piumini de hilo conductor de todo el relato.
Los demás personajes –incluso el vigoroso y “humano” jefe-, los distintos sucesos que se van derramando sobre el papel, los espléndidos paisajes naturales e interiores que construye el escritor italiano se nos antojan anecdóticos ante la grandeza de la primogénita de Mato-Tua. Ella es el eje vertebrador de la novela, a sus pies coloca Piumini su pluma y su arte para dejarla incorporarse por derecho propio y con todos los honores a la selecta galería de los personajes literarios genuinos y universalmente reconocidos como clásicos.
El escritor transalpino nos regala con Motu-Iti un hermoso canto a la fuerza vivificadora del amor y al poder de la palabra como aliento y esperanza (Kintea-Ni va de cabaña en cabaña hablando a quien quiera escucharle de Tou-Ema; confía en que así su amado siga vivo).
Y la cancela con la que acota el texto lejos de permanecer clausurada, permanecerá eternamente abierta invitando al lector a “imaginar e inventar” la historia y la vida de los demás personajes: “Porque esto es la escritura: un signo que llama al pensamiento. Y la lectura es el pensamiento que responde”.
me gusta mucho es corto y muy divertido