Mi papa

Anthony Browne
Ilustraciones del autor
Fondo de Cultura Económica
México, 2002

Papá recuperado

Haga memoria, regrésese como a eso de los 3 ó 5 años y recuerde a quién tenía por todopoderoso en su cabeza. Seguramente vendrá su papá, o la figura que le corresponde. Es probable que también recuerde la entonación especial que usaba para decir mi papá. Yo lo recuerdo. Recuerdo como era de dichosa viviendo con el mejor superhéroe. “Sí que estaba bien mi papá”. Salvaba vidas de verdad (es médico), hacía trucos de magia, bailaba, hablaba otro idioma, sabía nadar en estilo mariposa y, como si fuera poco, hacía la mejor sopa de tomate para mí.

Cierto también que a los 5 años no faltan las razones para que cada quien ensalce el suyo. No importan los detalles; cualquier gesto es razón incuestionable para adorar al padre como un dios y ver a los otros papás como simples mortales. Cierto que hay un momento (adolescencia, antes o después) en el cual no se le encuentra tan especial y más bien todo lo que hace parece objetable. Cierto que muchos permanecen en esta etapa por el resto de sus vidas, recriminándole cosas, pagándole al psicoanalista para entenderle, aceptarle, para “hacer las paces”. Pero, ciertamente, si somos afortunados y nos dejamos llevar por el curso natural de la vida, tarde o temprano nos llega el momento cuando podemos decir nuevamente “Sí que está bien mi papá”. Este momento le llegó a Anthony Browne y lo ha retratado en Mi papá.

Este nuevo libro-álbum es un homenaje al padre y a ese momento idílico en que estar con papá lo es todo. Surgió según el autor luego de haber reencontrado la bata de su padre junto con una vieja carta que él le había escrito a su papá a los 5 años (lo cual explica porqué el papá del cuento aparece siempre vestido con bata de cuadros). El álbum es básicamente una enumeración de habilidades y características que hacen especial al papá del niño-narrador. El padre del cuento no le teme a nada ni nadie -ni siquiera al temible lobo feroz-, puede saltar sobre la luna, caminar en la cuerda floja, vencer gigantes, bailar, ganarle a los otros padres en las carreras; puede comer como un caballo, nadar como pez, cantar como el mejor soprano y jugar el fútbol como nadie. También es sabio, alocado, grande pero a la vez suave, y por encima de todo es capaz de hacerlo reír y lo quiere.

Por supuesto que esta enumeración viene aderezada con los característicos juegos metaficcionales y de referencialidad del autor. En la portada aparece un papá en bata haciendo muecas con rayos de luz de fondo. Tanto la bata como los rayos recurren en todas las guardas y páginas del libro como una suerte de hilo conductor gráfico. Aparecen referencias a otros cuentos de hadas, como una Caperucita, o Los tres cerditos y el lobo feroz. También hay guiños que nos transportan a otros libros del autor como unas medias multicolores que son iguales al chaleco de Willy, o como la similitud entre la escena de un padre-gorila que levanta pesas con un telón rojo de fondo con el libro de King Kong; están los juegos con las nubes, los marcos, las bolas de fútbol, los hombres zoomorfos… En fin, hay Anthony Browne en pleno, aunque quizás con un despliegue inusual de ternura, o cuando menos de ternura paternal que hace este libro curioso dentro de su obra.

Si bien es cierto que la figura del padre y el tema del amor filial están casi siempre presentes en los libros de Anthony Browne, hasta ahora ninguno de sus ellos había expresado una relación completamente positiva con el padre. Gorila, uno de sus primeros libros, problematiza la relación entre una niña y su padre. Ál siempre está muy ocupado para estar con ella y Ana -así se llama la niña- desplaza sus afectos y anhelos de atención a un gorila, quien es una suerte de álter ego del padre. Una vez que Ana está con Gorila, todo se vuelve cálido, familiar, amable. Van juntos al cine, al zoológico y bailan juntos bajo las estrellas. En El libro de los cerdos el padre es un tipo ridículamente rosado y desagradable como un puerco que representa todo lo desdeñable de la sociedad patriarcal. El papá en Zoológico es un hombre detestable que hace pésimos chistes, maltrata y avergüenza a los niños y a su esposa; mientras que el padre depresivo pero sensible de Manchas en Voces en el parque está casi ausente por su estado de ánimo, dejando al lector con poca información de su relación con su hija. En King Kong la dedicatoria dice: “A mi padre, quien es para mí el verdadero Kong”. Y de hecho si miramos bien la obra de Browne, podemos observar como están llenas de imágenes patriarcales y como la figura materna suele estar relegada del entorno familiar.

Anthony Browne ha confesado en no pocas entrevistas la importancia que tuvo su padre en moldearlo como individuo; de cómo el recuerdo de ese hombre fuerte pero gentil lo ha acompañado desde sus 17 años cuando lo dejó a él y su hermano huérfanos. Este libro es claramente testimonio de este recuerdo y quizás de una reconciliación con “el papá que sí que está bien”. Sólo basta sentir los amarillos y sepias que dominan las páginas; la cuadrícula reconfortante de la bata o la última imagen del libro donde un padre casi celestial, rodeado de un aura dorada, abraza amorosamente a su hijo.
Este no es el libro más genial de Anthony Browne, pero sí es el más amoroso. Es un libro para abrazar y regalar. Me conmueve más que el mismísimo Willy; quizás sean cosas de alguien que, como Browne, encuentra a papá muy importante, pero ¿quién no?

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