Mónica Rodríguez
Ilustraciones de Ignasi Blanch
Madrid: Anaya, 2014
De vez en cuando, en el ámbito de las publicaciones infantiles, aparece una obra que contradice aquello que decía Gianni Rodari, que los “libros infantiles son aquellos que se publican en colecciones infantiles”, pues esta novela podría ser muchas cosas, pero no un libro solo para niños; es más, a mi juicio, es un libro para adultos que podrán leer muchos niños, pero disfrutar con él solo unos cuantos. Y esta aseveración, dicha con humildad, la trasladaría también al territorio de los lectores mayores.
Como en su momento me pasó con la lectura de El misterio Velázquez, de Eliacer Cansino, o El armiño duerme, de Xosé Antonio Neira, o El cementerio del capitán Nemo, de Miquel Rayó, por no cansar al lector con más referencias, aquí, de nuevo, y muy sorprendido, me he encontrado con una obra literaria, algo cada vez más difícil en el género infantil. En un panorama editorial saturado de trivialidades narrativas, cuando no decididamente necias, una obra como la de Mónica Rodríguez es un hecho a celebrar.
En primer lugar, felicitar a los editores por su valentía, y por la calidad y factura de la publicación. Felicitar también al ilustrador, Ignasi Blanch, que ya desde hace algunos años atraviesa una época de madurez gráfica, con un universo estético de unas señas de identidad de altas cualidades estéticas. Su universo plástico, claramente reconocible, ofrece aquí la sobriedad que, a mi juicio, el texto requiere, sin permitirse concesiones que la atmósfera de la obra literaria, por otro lado, propiciaría desde una lectura superficial.
Manzur, o el ángel que tenía una sola ala es un obra de una rara profundidad vital, de una sorprendente inteligencia observadora por parte de una escritora tan joven, y de una bondad y fragilidad en su construcción que produce en el lector una complicidad desde el comienzo de su trama.
Los personajes, apenas insinuados, casi tan solo definidos por lo que dicen, se nos hacen familiares enseguida, como si fuéramos un vecino más de Caeli, el pueblo el que llega por mar Manzur, este personaje que da igual que sea ángel o demonio.
El humor que atraviesa toda la obra, y la ironía en los diálogos de los personajes y en las descripciones de las situaciones, muchas veces absurdas, propician en el lector una sonrisa permanente que no le abandonará hasta que la narración, sorprendentemente, concluya.
Siempre me fascinaron los libros con vocación de estilo, y este la tiene y sobradamente. Observen su inicio: “El día que Manzur llegó a la isla con su arpa de madera, montado en un viejo bote, apenas había viento”.
Igual que su inteligente final, que no voy a desvelarles, por supuesto, que hasta en el último renglón sorprende al lector.
Una obra que bien merece el Premio Nacional, no digo el canónico, pero sí el infantil aunque no sea, como dije al principio, un libro para niños.
Lo leeré con interés, pero me choca que no se diga nada sobre el título: ¿no debería ser “El ángel de un solo ala”? ¿Desde cuándo se puede escribir “una sola ala”?
Nosotros creemos que está bien escrito, puesto que “ala” es un nombre de género femenino (http://lema.rae.es/drae/?val=ala). Si no estuviera “sola” sí que se pondría “un ala”, para evitar la doble a.