En la maravillosa trilogía de Cornelia Funke (Corazón de Tinta, Sangre de Tinta, y Muerte de Tinta), el poder creador de las palabras reside no en quien las escribe, sino en quien las pronuncia. Como ese precioso personaje, Lengua de Brujo, que posee el don de traer al presente a los personajes de un libro al leer en voz alta. No me cansaré de recomendar estas tres novelas tanto a niños como adultos, por su belleza, su capacidad para asombrar al lector continuamente y hacerle viajar a esos mundos fantásticos, que vienen a ser una metáfora de la vida misma. Porque un personaje puede cambiar la realidad del lector, simplemente contagiándole su coraje, su amor o su lealtad. Quién no desearía ver la cara embelesada del gigante ante el canto de la titiritera. O estar en ese castillo lúgubre, siguiendo los pasos del luminoso orfebre del fuego: “Dedo Polvoriento los precedía a buen paso, como si los condujera por vericuetos conocidos. Escaleras, portones, pasillos interminables, sin una vacilación, como si las piedras le revelasen el camino, y por dónde él iba, brotaban chispas que lamían los muros, se extendían y teñían de oro la oscuridad” (Muerte de Tinta). Quién no desearía tener un Dedo Polvoriento en la vida real, para traer un poco de luz en los momentos difíciles. Pero si el escritor consigue contagiarnos los sentimientos y emociones de sus personajes, cuando leemos, sea en voz alta o no, ESTAMOS en esos lugares. Y del mismo modo, aprendemos herramientas para movernos después por el mundo. Buen testimonio de ello es todo el legado de la cuentística oral, casi toda, si no toda, de índole fantástica.
De niños, los domingos por la mañana corríamos a la cama de mi padre para que nos contara historias de lobos. Había sido pastor en su infancia extremeña. Eran auténticos cuentos de terror que habrían encantado a Edgar Allan Poe. Los lobos tenían colmillos del tamaño de un tigre dientes de sable. Mi padre nunca mató ningún lobo, ni se enfrentó a ninguno. Se subió a árboles huyendo de las bestias, durmió profundamente mientras los lobos mataban a las ovejas y a él ni le olían. Eran historias realistas (y según él reales), no había magos ni espíritus salvadores. No hacía falta, porque a nuestros ojos mi padre era el superhéroe que sobrevivía a los lobos sin tener poderes especiales. ¿No es eso también fantástico? Tuve suerte de que alguien me contara historias de niña. Es el mayor regalo que se le puede hacer a un niño. Crea un vínculo afectivo muy fuerte entre el narrador y el pequeño, más si se trata de padres o abuelos.
Ray Bradbury, otro gran mago de la escritura, en su artículo “A hombros de un gigante” (Zen en el arte de escribir), hace un alegato a favor de la fantasía y de la ciencia ficción: “Los niños sentían, aunque no pudieran decirlo, que la fantasía, y su hijo robot, la ciencia ficción, no es absolutamente una huída. Es un movimiento que esquiva la realidad para encantarla y obligarla a comportarse. Qué es un avión, al fin y al cabo, sino un rodeo a la realidad, una aproximación a la gravedad que dice: Mira, con una máquina mágica te desafío. Desaparece, gravedad”. Y añade más adelante en este mismo artículo, utilizando la mitología griega para ilustrar la idea: “En otro lugar he descrito este proceso literario como el enfrentamiento de Perseo con la Medusa. Con los ojos en la imagen de Medusa reflejada en su espejo de bronce, mientras finge desviar la mirada, Perseo lanza el brazo sobre el hombro y decapita al monstruo. Así la ciencia ficción simula futuros a fin de curar perros enfermos en los caminos de hoy. (…) La metáfora es el remedio”.
Recuerdo una vez yendo en el autobús, mi sobrina me hablaba de una serie televisiva de brujas modernas, y de cómo al enamorarse se quedaban sin sus poderes malignos. Yo le dije: “Es que el amor cambia a la gente”. Y ella, muy asombrada, como si hubiera descubierto entusiasmada el secreto de la existencia, gritó: “¡Es verdad, tía! ¡Es verdad! ¡El amor cambia a la gente!”. Hablábamos de brujas malvadas, personajes de ficción, pero resulta que ilustraban muy bien la vida real, y una niña de 8 años captó en ese momento una idea que estoy segura que a muchos adultos se les escapará toda su vida.
En Muerte de Tinta, alguien dice: “La voz de Lengua de Brujo está llena de amor”. Y acaso ahí radica el poder que tiene este personaje de transformar el mundo, “real” o imaginario, al leer en voz alta. O en La princesa prometida de William Goldman, la tan popular novela llevada al cine, cuando el niño protagonista se enfada al leerle su abuelo la muerte del valiente protagonista: “Wesley no puede morirse —replicó azorado el niño—. Wesley es inmortal, está enamorado —gritó”. No vamos a detenerlos ahora en la profundidad que tienen las palabras dichas por este niño de forma espontánea. Pero ¿no son conmovedoras?
Estoy hablando todo el tiempo de literatura fantástica, y sin embargo vemos de qué modo tan certero, lanza sus flechas al corazón de la realidad. A veces se pretende que los pequeños lectores se traguen libros enfocados alrededor de un problema social (divorcios, droga, alcohol, etc.), pero siempre que he hablado con niños o adultos que en su niñez tuvieron que leerse (casi siempre lecturas de escuela) libros deprimentes sobre enfermedades, etc., me dicen que eso les hacía aborrecer los libros. Yo por mi parte recuerdo un armario en el aula lleno de libros infantiles. De forma espontánea la profesora nos permitía a veces una hora de lectura. Yo corría a coger los cuentos completos de Andersen o los hermanos Grimm, como si me hubieran invitado a una fiesta fantástica. Necesitamos soñar. Y eso no significa evadirse, sino abordar la realidad de una forma aprehensible, y no como un puñetazo en la cara. Esto es importante especialmente en la infancia, esa etapa mágica tan decisiva después en el futuro adulto. Y creo sinceramente que un buen libro fantástico de vez en cuando, le haría muy bien a cualquier adulto.
Necesitamos modelos a los que admirar y que nos enamoren y entusiasmen, simplemente para despertar ese entusiasmo innato que creemos, equivocadamente, le corresponde sólo a los niños. O para creer en ese ingrediente que Ray Bradbury aconseja a quien desea ser escritor: transformar el trabajo en amor. Aplíquese este ingrediente a cualquier actividad de la vida, y viviremos en un mundo fantásticamente real.
Cristina Rodríguez Aguilar
Licenciada en Filología Hispánica, traductora de literatura infantil y juvenil
cristnne@eresmas.com
¡¡¡Que buen comentario!!!
Guardaré este artículo para trabajarlo con encargados de biblioteca y profesores.
El bello arte de escribir cuentos, relatos e historias para los pequeños es el extraodinario pasaje de la fantasia, el viaje al mundo de los gnomos, al valle de las brujas, el mago cargado de pocimas secretas, el caballo alado que atraviesa los nimbos, el correr del cometa entre estrellas y de noche se acerca aquel ratoncillo de larga cola escudrillando en los planetas donde la vida de seres son plantas carnivoras, la imaginacion vuela y los pequeños ponen atencion y agregan elementos al cuento que se lee en voz alta, sale el canto de las estrellas, el fuego de un planeta extinto y los niños poco a poco van creciendo con la hermosa cultura del mundo maravilloso de la imaginacion, de que existen otros mundos donde todo es posible.
-Chinca Salas-
Muy hermosas ideas sobre la literatura, la fantasía y la necesidad que tenemos todos de ambas, aún sin ser niños. Dan ganas de lanzarse a leer la trilogía y releer los libros de nuestra infancia… Estoy completamente de acuerdo en lo que comenta la autora sobre la literatura supuestamente “educativa”, me parece que ofrecen ejemplos de crecimiento y superación de una manera mucho más pedestre, aburrida y poco creativa… nada que ver con la literatura que defiende la autora, de la que por cierto me gustaría ver publicados más cuentos. Pues los que he leído suyos me encantaron. Gracias.
Emma.
Participen en el concurso de relatos!
Cornelia regala un ejemplar impreso del relato ilustrado por ella misma!!!!!
http://www.corneliafunkefans.com/es/news/303/i-concurso-de-relatos-cornelia-funke-fans
Muy buenas consideraciones. ¡Las comparto!
Paola