Laida Martínez Navarro
Ilustraciones de Javier Zabala
Zaragoza: Edelvives, 2003
Premio Lazarillo 2002
La información que aparece en la cubierta posterior del libro nos informa que inicialmente fue publicado en euskera. Además se trata del primero de literatura infantil escrito por la autora. Y se destaca por ser ganador del Premio Lazarillo 2002. Consultando la información que ofrecía la red, la mayoría de los textos inciden en los mismos aspectos que se resumen en el párrafo siguiente que aparece en la crítica publicada por www.elmundolibro.com (15 de junio de 2003): “La historia de Max, un niño tartamudo de 9 años, está narrada desde la cotidianeidad imaginativa y crédula propia de su edad. Un relato que destila frescura, humanidad y una gran cantidad de buen sentido del humor”.
En principio, Los líos de Max comparte algunas características con éxitos editoriales recientes. Por ejemplo, se trata de una historia fragmentada en cinco partes cuyo único nexo es la voz del protagonista y la relación de hechos que expone, todos ellos sobre su entorno más próximo: él, su familia y sus amigos que son sus compañeros de colegio.
Cada historia se desarrolla sobre un hecho central: al principio del capítulo se inicia, luego se desarrolla y el capítulo finaliza con el cierre de la historia. El siguiente da paso a una nueva historia. Aunque en ocasiones los hechos que se narran ocurran más en la cabeza del protagonista que en el mundo compartido con el resto de los personajes.
En el primero, Max confunde a una nueva vecina con una bruja. Al final, él mismo reconoce que “empiezo a creer que doña Catalina no es más que una señora que pronuncia mal las s. Pobrecita”. (p. 27). El segundo se inicia con la obligación de cumplir un castigo. En el tercero, Max, enfermo, debe de tomar un jarabe y logra contagiarnos sus miedos a la enfermedad y sus ascos a la medicina. El capítulo se inicia con una descripción de la realidad que recuerda fácilmente a la de una persona con fiebre: tal vez es el mejor fragmento del libro, donde se percibe una realidad extraña. En el cuarto, la familia de Max prepara una excursión en barco pero los miedos al mar, a las olas o a los mareos pueden transformar, en la mente del niño, la excursión en una pesadilla. Y acaba con el capítulo “Un nuevo Max” donde por fin la excursión tendrá lugar aunque después de una pesadilla (esta vez real) donde, asustado por lo que le ocurre, promete ser un buen chico y acaba: “mañana haré lo que ha dicho mamá. Sí. A partir de mañana seré muy obediente, de verdad. Un nuevo Max. Y en casa todos estarán muy contentos conmigo. Ya veréis. ¡Ya veréis como sí!” (p. 106).
Otra característica compartida con obras anteriores es la voz del narrador: una primera persona que focaliza la realidad desde la mirada del niño protagonista. Aunque ahora empiezan las novedades. Nos encontramos con un relato narrado en presente, de forma que los hechos se hacen casi coetáneos a la lectura, se aproximan al lector desde los ojos del protagonista. Aunque sean unos ojos que expliquen más lo que el personaje siente o piensa que lo que ellos ven. Hay una aproximación al monólogo interior y, como ocurre con este tipo de discurso, las formas estilísticas escogidas se contagian de la personalidad de Max.
Las críticas a la obra hablan de un protagonista imaginativo que describe las vivencias desde el mundo de la imaginación. Podría ser, pero la palabra imaginación es un vocablo muy sufrido que acoge cualquier tipo de mirada sobre la realidad. Por eso, preferiría hablar en este caso de un protagonista muy actual, de un tipo de niño producto de nuestro siglo: neurótico, miedoso, obsesivo e hipocondríaco, que piensa más que actúa y con una necesidad compulsiva por ser perfecto y buen hijo. “Voy a la cocina muy contento: ser obediente no me ha costado nada. ¡Absolutamente nada! En adelante voy a ser perfecto. ¡Ya veréis!” (p. 92).
Si hay que poner un pero, lo pondríamos al discurso del narrador, que en ocasiones se aproxima más a la recreación de un adulto sobre la forma de hablar de un niño que a la representación de la espontaneidad de un discurso fluido. Y esto se nota mucho más en la elección de las interjecciones que aparecen a menudo en el texto como, por ejemplo, jopé, porras, rayos, caramba, yupi o vaya.
Aunque también podríamos argumentar en otro sentido, porque pueden existir niños que las utilicen. Es el problema de alguna literatura infantil: la necesidad de imitar un determinado lenguaje obliga a elegir variedades lingüísticas muy coloquiales y locales, privativas de círculos próximos al protagonista y puede que lejanas a algunos lectores. A veces, la elección de los localismos enriquece la lectura y la transforma en única. Otras, la aleja creando un universo extraño.
En definitiva, nos encontramos con una narración que deja hablar o que permite la discusión y que plantea algunas elecciones arriesgadas e innovadoras.
Hola, soy rocio pero me llaman Rochy 04, a mi no me gusta muxo leer pero este libro me a gustado. Es gracioso y la vida que lleva Max con Anne es parecida a la que llevo yo con mi hermano nos peleamos en bromas y llega la sargento mam¡ a poner orden. Ella no nos castiga igual que ha Max y Anne pero nos echa el discurso y mi padre no es capitan de barco pero es capitan de una carpinteria yo tengo diez años y este libro me a gustado. Así que colorincolorado este comentario se a terminado.
O O
L
U
Leer es bueno para la
escritura pero tambien
para la memoria visual.