El pasado mes de septiembre se inauguró en el Museo Casa Lis de Salamanca la exposición “Libros vivos“, que permanecerá abierta hasta el 15 de enero de 2016, y que ofrece un recorrido por la historia de los libros móviles y desplegables. Unos fondos que pertenecen a los coleccionistas palentinos Ana María Ortega Palacios y Álvaro Gutiérrez Baños, y que nos permiten apreciar los orígenes y evolución de este tipo de libros, en su mayoría infantiles, desde sus primeros pasos hasta la actualidad.
La primera obra que contenía elementos móviles, según se nos muestra en esta exposición, es del místico Ramón Llull, que un manuscrito del siglo XIV explicaba su filosofía de la búsqueda de la verdad con unos discos giratorios (este tipo de técnica se denomina “volvelles“). Un par de siglos más tarde, en 1524, el matemático alemán Pierre Apian publica Cosmographie, un libro sobre astronomía también con partes móviles, y en 1543 otro científico, Andrea Versalius, utilizaba las solapas para mostrar las distintas partes del cuerpo humano en un manual de anatomía.
No es hasta el año 1765 que aparece el primer libro infantil perteneciente a esta categoría, Harlequinades, obra de Robert Sayer, que contenía una serie de ilustraciones intercambiables. Pero en el siglo XIX es cuando los libros móviles comienzan a alcanzar un nivel mucho más elaborado, y unos resultados más espectaculares. En 1810, la juguetera S. & J. Fuller lanza los “paper doll books”, que contenían una serie de figuras troqueladas, con la cabeza aparte y diferentes trajes para intercambiar (aquí se puede ver una emulación), y en 1856 la editorial londinense Dean & Son (que aún sigue funcionando) publica sus “toy-books”, con escenas troqueladas multicapa que formaban una perspectiva, otros con lengüetas, y también con imágenes transformables tipo persiana. Durante la segunda mitad del siglo XIX, esta editorial publicó hasta 50 títulos de este tipo.
También en esta época comienzan a surgir los “tunnel-book” o “peep-show”, que en la época anterior al cine creaban una sensación de profundidad y movimiento que se hizo muy popular. Algunos de ellos podían abrirse formando una línea recta, como un túnel, y otros se desplegaban en sentido circular 360º, como una Caperucita de 1950 de Jarrold & Sons. Estos últimos, llamados “tiovivo” o “carrusel”, a veces venían preparados para ser colgados del techo o meter en el hueco del centro una vela que iluminara cada una de las escenas.
El primero que marcó la diferencia en el mundo de los libros móviles fue el ilustrador alemán Ernest Nister, gracias a la refinada impresión cromolitográfica que se hacía en Baviera. Las ilustraciones de sus libros, que no eran todas de su creación, se caracterizaban por presentar a niños encantadores en paisajes bucólicos. La técnica que trabajaba en la mayoría de ocasiones era la de imágenes que se transformaban gracias a unos listones verticales que se desplazaban mediante una pestaña lateral (como los toy-books de Dean & Son), bien de forma horizontal o vertical, o también circular. Además de Nister, había otro creador alemán, Lothar Meggendorfer, que creó unos sofisticados diseños de lengüetas para representar escenas tridimensionales que además solían tener un punto cómico. Dos de sus libros más representativos fueron Circo internacional (1887) y Actores cómicos (1891). En este último libro, el propio autor, dada la fragilidad de sus complejos mecanismos, avisaba a los lectores: “The men and creatures here you find / Are lively and amusing, / Your fingers must be slow and kind / And treat them well while using”.
La Primera Guerra Mundial marcó el fin de esta primera etapa dorada de los libros móviles, debido a la escasez de recursos, y al cese de intercambios comerciales con Alemania. El mundo anglosajón no disponía de medios suficientes para seguir la producción de este tipo de obras, y se produjo un parón muy importante.
En los años 20 y 30 aparecen los “pop-up”, libros en los que el elemento sobresale de la página, y es visible desde todos los puntos. Ya no son solo libros móviles, sino desplegables. Uno de los pioneros fue el británico Louis Giraud, que introdujo importantes innovaciones, como las escenas visibles desde varios ángulos o el hecho de que la acción que se desarrollaba en una página siguiera después de haberla abierto (por ejemplo, un payaso de circo balanceándose en una barra). En los años 30, la editorial americana Blue Ribbon, que se inspiraba en los personajes creados recientemente por Walt Disney, fue la primera en acuñar el término “pop-up” que hoy en día es tan popular. Fue en esa época, además, cuando el libro móvil dejó de ser un objeto de lujo, debido a lo caro de su elaboración, y se desarrollaron técnicas para hacer más eficiente y barata su fabricación, a costa de perder algo de calidad en la reproducción de los detalles y colores.
En la época de entreguerras, en España, hubo importantes editoriales que también se dedicaron a fabricar este tipo de libros, como Molino o Juventud, pero también otras que nos suenan menos, como Maravilla, Gráficas Manén o Selva.
Otro creador importante de libros móviles fue el artista nacido en Viena, aunque de adopción checa, Vojtech Kubasta (1914-1992), cuyas obras, a menudo inspiradas en cuentos populares, tuvieron mucho éxito en la década de 1950, y fueron publicadas en decenas de países. Kubasta, junto a otros artistas de la época como Geraldine Clyne (la primera mujer en aparecer en los créditos de un libro de este tipo), Julian Wehr y Patricia Turner, abrieron nuevos caminos y desarrollaron técnicas originales para que importantes artistas centraran su atención en este tipo de libros: Warhol (Index Book, 1967), Munari, Sendak o Kveta Pacovská. Esta época supuso una nueva edad dorada del libro móvil.
Inspirado en Kubasta, en los años 60, el estadounidense Waldo Hunt (presidente de Graphics International), pasó de hacer pop-up para revistas a fabricar libros para el mercado americano. Esto llevó a un nuevo renacimiento del género, tal y como lo conocemos ahora. A mediados de los 60, Hunt comenzó a hacer libros móviles para Random House, y en los 70 se instaló en California para crear su propia compañía de “pop-up books”, Intervisual Communications.
Uno de los creadores más representativos hoy en día es sin duda Robert Sabuda (Michigan, 1965), que ha convertido en objetos tridimensionales las aventuras de Alicia, el Mago de Oz o Peter Pan. Otros nombres destacados son los de David A. Carter, Katsumi Komagata (a quien entrevistamos en Babar), Nick Bantock, Jan Pienkowski (creador del libro pop-up más vendido del mundo, Haunted Mansion, que además recibió una medalla Newbery), o David Pelham.
En la actualidad, el avance de la técnica ha sido enorme, no solo en la ingeniería del papel, sino también en el uso de materiales que antes no estaban disponibles para este tipo de obras. Encontramos libros con acetatos para dar movimiento a imágenes estáticas, cuerdas que sujetan complicadas estructuras, texturas de todo tipo, microchips que emiten sonidos o música… Y, lo que es más interesante, la tipología de libros móviles ha avanzado en las propuestas gráficas para abrirse a nuevos conceptos, con diseños abstractos (como los de David A. Carter), juegos con el arte (como la colección de Combel), etc. La única pega que podemos poner a estos avances técnicos y creativos es que la fabricación de los libros se ha externalizado a países que no suelen ofrecer muchas garantías en cuanto a condiciones laborales.
aqui en mi casa tengo varios muy antiguos. son una belleza!!! vivo en colombia
¡Adoro este tipo de libros!!! Me ENCANTABAN de pequeña y aún ahora me dan mucha alegría. HAce mucho que no veía libros así. Creo que con la aparición del libro digital, las editoriales están obligadas a proponer de nuevo, ediciones de calidad y con valores agregados. ¡Enhorabuena!
Em sembla molt interessant i curiós !