La tortuga de Hans

PLa tortuga de Hansere Martí i Bertran
Ilustraciones de Rocío Martínez
Madrid: Anaya, 2011

Según los mayas, se nos está a punto de acabar el mundo; según nuestro calendario, no sabemos dónde iremos a parar porque es infinito.

Según Hans, el protagonista de La tortuga de Hans, siempre es un buen momento para acabar una historia y comenzar otra nueva.

Los primos de Hans le trajeron de regalo una tortuga mediterránea. Hans vive en Alemania, por lo que poco y nada sabe de tortugas mediterráneas, aunque le gustó la idea de hacerse cargo de una.

Este verano yo también conocí a una tortuga. Una para la que la piscina, en comparación con su pecera o “tortuguera”, era el mismísimo océano. Cuando nos veía pasar cerca de su habitáculo, sacaba la cabeza, y cuando la sacábamos para que paseara sobre la mesa del patio avanzaba a paso tan rápido que no entiendo quién fue el que dijo que las tortugas eran lentas.

Quizá por esta razón, y a causa de esta amistad trabada con una tortuga, es que entiendo la emoción de Hans. Seguro que descubrió, al igual que yo, que les gustan las cosquillas en el cuello, justo debajo de barbilla.

La historia de Hans y su tortuga está contada con ternura, simpleza y gran sentido práctico. Además, mientras leía, me pareció sentir la voz del autor, leyéndomela al oído mientras conciliaba el sueño.

Compartir con una mascota tu comida no es tan extraño, quién no ha dado de comer un trozo de pan o de carne a un perro, a un gato, incluso los hay que alimentan con zanahorias a su conejo o a un hurón. Pero Hans comparte manzanas y lechugas con su tortuga, aunque cuando llegue el invierno ella lo abandone y desaparezca de su vida. Cuando un amigo se va, parece que todo queda vacío, y esa sensación casi todos la conocemos. Cuando su tortuga desapareció, Hans se sintió solo. Menos mal que hay libros que todo lo cuentan. Y al protagonista de esta historia le regalaron uno que iba sobre tortugas. Así fue como Hans se enteró de que hibernaban y que luego seguían su vida como si nada.

Me gusta esta forma de contar historias, agradezco como lectora que no me condicionen a tener que ser consecuente con la ecología, con lo que es políticamente correcto y lo que no, sino que me permitan tomar mis propias decisiones, ponerme del lado del protagonista o en contra suyo, porque él hace lo que le parece que debe hacer y yo, como lectora, puedo estar de acuerdo o no. Sentí que no me estaban aleccionando para ser buena y aprender con el ejemplo, simplemente, me contaban  lo que hizo un niño en colaboración con sus padres y de cómo cada uno en esa familia cumplió con su rol sin interferir en el del otro.

Esta historia tiene un final, pero yo no le llamaría un final feliz, sino un final realista. Mucho menos dramático de lo que podría haber sido si el autor no se hubiera cuidado mucho de no caer en sentimentalismos innecesarios. Por lo que agradezco enormemente su consideración para con esta lectora.

Me dicen que es un relato para niños pequeños… pues… ni cuenta me di. Las buenas historias, cuando están bien contadas, se disfrutan, se saborean y dejan una pequeña o gran huella en el lector. Y si además están impresas con una letra grande y bien dibujada que facilita la lectura tanto de los que están aprendiendo a leer como de los que, como yo, necesitamos unas buenas gafas, es muy fácil poder invitar a otros lectores a meter la nariz entre las páginas de este libro y entregarse al placer de una buena lectura.

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