Javier Saéz Castán
Caracas: Ekaré, 2007
En un mundo verde habitaban sin alterarlo el señor Amarillo, el señor Púrpura, el señor Azul, el señor Pardo, el señor Negro y, cómo no, el señor Verde, que los había invitado a todos a su misteriosa casa.
Todos habitaban el mundo verde sin impregnarlo jamás de su coloración individual. Cada uno de ellos se reconocía a sí mismo y sabía del color de los otros, pero ignoraba el color de las cosas, hasta que el señor Verde se las mostró. El color de las cosas estaba al otro lado de una puerta oculta por una cortina, pero resultaba imprescindible la simultánea presencia de todos para abrirla y entrar.
Este álbum editado por Ekaré y de la feliz autoría de Javier Sáez Castán cuenta, una vez más, una historia de colores, mas poco importa a la literatura la repetición de motivos argumentales, ya que ella se sabe conformada por la sustancia del lenguaje y es éste el que le da esencia literaria a la obra más allá de la historia que cuente.
Los personajes caminan o se paran sobre un automóvil para hacer pompas de jabón (algo que nace con toda lógica del señor Púrpura, pues de ese color son las irisaciones de las esferas que su aliento propicia); bajan del cielo-globo (aul/azur), brotan de la tierra parda o aparecen cabalgando provenientes de algún pedestal abandonado en el jardín que hay más allá del laberinto de seto. Así es como acabarán formando el cuadro de enigmáticos rostros que compone la doble página central.
Sin representar ruptura con la unidad de su obra, Javier Sáez Castán nos ofrece un álbum que, diferenciándose de Pom, pom… ¡Pompibol! o de la más reciente Dos bobas mariposas, aún guarda restos y trazas de esas obras, pero, lo que es más interesante es que recobra la atmósfera tan cercana al misterio, pero tan alejada de la inquietud y el tenebrismo que nos dio en Los tres erizos.
Sáez Castán está entre los ilustradores que organizan el más inteligente discurso narrativo del álbum en la actualidad. Siempre enzarzado en el juego intelectual de hacer dialogar la imagen y la trama en la enriquecedora dialéctica entre lo racional y lo sensual. Entre la elaboración mental de mundos imaginarios y la aprehensión sensorial de estímulos formales y cromáticos.
Los juegos de repetición dentro de sus composiciones centradas y frontales, rompen el hieratismo de los rostros y los dotan de expresividad conjunta que se dirige al lector para contagiarle su postura ante el enigma y las monocromías que se van sumando y creando un paralelismo de color que nos dará entrada a un mundo polícromo de estética que bordea inteligentemente lo kisch; un mundo de bucolismo relamido con sus repollos florales y sus bíblicos racimos desmesurados completan el acierto de este álbum de evocaciones “magrittianas” en sus personajes coronados de bombín o los “hogarthianos” perros carlino (¿o tal vez tendríamos que evocar el perro Frank de Men in Black?). En fin, un gran álbum del todo recomendable.
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