Brian Selznick
Madrid: SM, 2007
Este libro no data de 1902 cuando se estrena “Un viaje a la luna”, el primer film de ciencia-ficción de la historia del cine; data del siglo XVIII, sumergidos en el esplendor de los autómatas, cuando se desarrollan una gran cantidad de máquinas capaces de escribir, dibujar o tocar un instrumento musical. Entre ellos el pato de Jacques de Vaucanson, un pato de cobre que es capaz de comer, beber, graznar, chapotear y defecar. Han tenido que pasar más de doscientos años, para que la Invención de Hugo Cabret (otro autómata) escribiese este libro.
Gaby Wood, una brillante periodista columnista de The Observer, fascinada por aquellos primeros autómatas, escribe en 2003 Edison’s Eve: A magical history of the quest for mechanical life donde, con talento y sabiduría, combina ciencia, historia, anécdotas y literatura de aquellos primeros ingenios e ingenieros mecánicos. Edison’s Eve… llega a manos del escritor e ilustrador estadounidense Brian Selznick, que lo lee, relee y se queda maravillado. Selznick, animado por el éxito de The Houdini box, el primer libro que firma como escritor e ilustrador, e hipnotizado por el capítulo en el que se aborda el personaje y la obra mecánica del cineasta Georges Méliès, decide archivar el asunto. Algún día retomará el asunto. No ha habido que esperar mucho.
Estamos en la Francia de 1931, en las puertas de la Exposición Colonial Internacional Universal, y no Universal como dice la traductora, en las pantallas de la ciudad se estrenaban películas de René Clair, Jean Renoir…
Hugo, hijo de un relojero, huérfano, no sólo hereda de su padre su afición a la cronometría, también un autómata incompleto, la obsesión por repararlo y un cuaderno de apuntes que irá cambiando de manos según avance ¿la novela? El muchacho malvive dentro de las tripas de una estación de ferrocarriles donde la gente va y viene, donde un viejo juguetero regenta un pequeño negocio que le da lo justo para sobrevivir, donde los relojes mecánicos funcionan con precisión gracias a los cuidados que les dispensa el joven Hugo, que, sólo en el mundo, no le queda más remedio que sisar algo de comida para subsistir y algún que otro de los juguetes que se venden allí mismo para reconstruir el autómata. Y en este escenario de idas y venidas se dan cita el viejo juguetero de pasado glorioso, una joven desobediente de mirada limpia aficionada a la lectura, un muchacho con un parche en el ojo amante del séptimo arte, un inspector que vela por la seguridad y el orden dentro de la estación y una locomotora que casi acaba con la vida del “garçon”… Y el libro.
La invención de Hugo Cabret es un libro de acción y emoción, para pequeños, para grandes, para soñadores, pero sobre todo es un libro hecho de sueños. Un libro de imaginación razonada que aprovecha ese pozo emocional que son los primeros años de la adolescencia. Si acaso, nos quedaremos con ganas de volver la vista atrás y retomar pasajes que cruzamos ligeros, un libro que hace añicos los relatos convencionales. Dividido en dos “rollos de película”, con una técnica cinematográfica precisa, con un estilo directo, Selznick mezcla, combina, de principio a fin, fantasía, misterio, intriga, suspense, persecuciones, casi atropellos y decenas de guiños a los pioneros del cine. Y claro, seduce. Como seduce la forma de contar por parte de Selznick: ilustraciones, texto, fotografías se van sucediendo a lo largo de las páginas, cuidadosamente. Nada es casual en la concepción de la obra: las ilustraciones en blanco y negro que captan la fragilidad del momento, los trazos a lápiz, los primeros planos de los protagonistas, los ojos fulgurantes, el borde negro de las páginas que nos sugieren posibles fotogramas, las referencias cinematográficas, el universo “Méliès”, los agradecimientos, los créditos del final, el titulo del libro… Todo engrana casi a la perfección en esta cadena cinemática creada por Selznick (sin banda sonora) en un intento original de crear un libro para jóvenes a lo, salvando las distancias, Sewald. “Limitarse a las emociones de los protagonistas como sucede en muchas novelas, para mí es demasiado pobre”, afirmaba el escritor alemán; suscribe Brian Selznick, que, como recomendación, nos pide al principio del libro que imaginemos que estamos a oscuras, como si fuera a comenzar una película. Imaginemos algo más: imaginemos que el pato de cobre es capaz de comer, beber, graznar, chapotear y pasear por la Luna.
Nueve: “No es exactamente una novela ni un libro de ilustraciones, tampoco es realmente una novela gráfica, un álbum de fotos, o una película, sino que es una combinación de todas estás cosas”, palabras del autor.
Ocho: ¿Por qué hay tantos malentendidos entre los protagonistas?
Siete: ¿Por qué no utilizar más imágenes para ahorrarnos farragosas descripciones?
Seis: Más de cuarenta y cinco mil ejemplares de tirada inicial.
Cinco: ¿Se venderán todos?
Cuatro: Tarde o temprano se llevará al cine.
Tres: Son ciento cincuenta dibujos y veintiocho mil ochocientas ochenta y nueve palabras que puede reproducir la invención de Hugo Cabret.
Dos: Brian Selznick incluye las iniciales DVEAMK (pequeña broma entre el autor y un amigo) en sus últimos libros y no las encuentro por ninguna parte. ¿Acaso han desaparecido en el proceso editorial?
Uno: ¿Estamos ante una obra maestra o ante una magna obra? Usted mismo.
me parece un libro fantastico!!!