Francisco Díaz Valladares
Barcelona: Edebé, 2011
Siempre que una historia nos modifique o nos haga pensar, vale la pena leerla.
Cuando estaba cursando primero de ESO, tenía una compañera (cuyo nombre lamento no recordar) que decía ser nieta de los hombres azules del desierto. Y nos contó la historia de hombres cuyas ropas desteñían y la piel se les quedaba azul. Incluso nos llevó un pañuelo de una tela extraña de un azul intenso. Hombres y mujeres cuya vida nómada en el desierto era casi como un cuento de hadas. Dijo que se llamaban Tuareg y ahí quedó la cosa.
Hace unos días terminé de leer La hija del Tuareg, una novela de Francisco Díaz Valladares publicada por Edebé. Fue una agradable sorpresa conectar a través de esta lectura con aquella compañera de ojos negros y enormes, siempre maquillados de negro, con el cabello grueso y largo y los dientes blanquísimos. Aquella jovencita de mis años tiernos no era igual que la valiente Meryem de la novela. Ella repetía curso y era enorme, pero algo sí tenían en común la heroína de la novela y mi compañera de curso: el orgullo de ser parte de una raza de hombres y mujeres libres, conocedores del desierto, habladores de un lenguaje capaz de entender el misterio de las dunas y sus caprichos.
La hija del Tuareg es una novela de aventuras, con toques de romanticismo trágico, en la que el autor esboza los malos tratos, la diferencia de clases, la inmigración, el primer amor, el valor de una mujer que nació libre y quiere seguir siéndolo. Son pinceladas que dan para pensar e incluso para ahondar en el tema y tener una charla enriquecedora.
Puede ser una manera de abrir puertas a una realidad que nos hace vulnerables y que por tanto, nos exige tomar conciencia de ella.
Meryem cree en sí misma y eso hace que tenga una fuerza interior capaz de encontrar en su camino gente con la que puede contar. En muchos momentos de este relato, el lector tiene la sensación de que la protagonista se queda sola y está a punto de fracasar en su intento desesperado de encontrar a su padre, pero antes de que la desesperación nos haga sufrir, el autor salva el mal trago.
Pasan muchas cosas en el camino del encuentro y el crecimiento, ¿pasan? Sí, una tras otra, como una sucesión de penas que no terminan de cuajar.
Me gustó saber que los tuareg respetan, escuchan y toman en cuenta la opinión de sus mujeres, que ellas no están obligadas a llevar el velo, que no temen a sus hombres, que pueden ser libres de pensamiento y movimientos. Sin embargo, me ha quedado una duda en el fondo de mi mente: ¿es así?