Karen Finneyfrock
Traducción de Mireya Hernández Pozuelo
Madrid: Siruela, 2013
La adolescencia es la época de la vida ideal para desarrollar historias en las que todo parece definitivo, en las que los sentimientos más nimios llegan a crecer en proporción geométrica casi hasta el infinito. La adolescencia es terreno abonado para contar la historia de Celia Door, su protagonista, una chica que luce una estética dark, escribe poesía y declara abiertamente “Yo vine al instituto Hershey para vengarme” con una rotundidad propia del más cruel mafioso.
¿Y quién es el objeto de su venganza? Sandy Firestone, la típica niña pija cruel que se cree la octava maravilla del mundo y que se dedica a impartir doctrina al resto de la gente y a marginar a quienes no son de su cuerda. Pero la venganza, además de ser un plato que se sirve frío, no siempre sale a gusto del consumidor, y de hecho puede volverse en contra de quien la perpetra. Afortunadamente para Celia, su particular año de la vendetta se verá aderezado por la presencia de Drake Berlin, un chico nuevo y diferente al resto gracias al cual va a conocer de primera mano que el amor y el desamor son las dos caras de la misma moneda y que pueden causar el mismo nivel de felicidad que de desolación – “Es tan fácil acostumbrarse a ser feliz y tan difícil recordar que es temporal…” (p.124)–, y también a recibir el mejor regalo que cualquiera podría pedir: la amistad incondicional de alguien a quien no se va a olvidar jamás.
Cualquier lector cuyo espíritu sea más proclive a valorar las cosas buenas de la vida por encima del afán de venganza, disfrutará de esta historia en la que Celia Door descubrió un mundo nuevo y mejor.