Ana Alonso y Javier Pelegrín
Ilustraciones de Pere Ginard
Madrid: Ediciones El Jinete Azul, 2010
La colección Novela gráfica de El Jinete Azul parece destinada a convertirse en un referente en el I+D editorial, con su afán por indagar entre las posibilidades creativas que ofrece la narración a través de texto e ilustraciones, ya sea con gran cantidad de texto, como es el caso de El despertar de Heisenberg y la obra que nos ocupa, o con la total ausencia del mismo, como en la novela sin palabras 1 euro.
La ciudad transparente es una novela quizá gráfica, desde luego atípica y sobre todo distópica. Al margen de adjetivos esdrújulos, en ella encontramos un ménage à trois narrativo –Alonso, Pelegrín y Ginard– cuyo resultado es un absorbente relato que nos propone un posible futuro cercano, a la vuelta de la esquina o, mejor dicho en este caso, a la vuelta de la pantalla.
La ciudad en la que se nos sumerge es transparente porque las vidas de todos su habitantes pueden ser seguidas por los demás ciudadanos, convirtiéndose todos en espectadores de todos, multiplicando la distopía de Orwell hasta un inquietante Gran Hermano colectivo.
Lejos de rebelarse contra una sociedad así, los pobladores de la ciudad han aceptado una jerarquía social basada en –como sucede ya a menudo hoy en día– la popularidad: manda el rating, el número de televidentes que siguen la vida de cada uno.
Convertidos en programas de televisión, los ciudadanos no viven vidas, sino guiones. Cuanta más audiencia se consiga más alto se sube en la escala social, se posee un mayor prestigio, mayores ingresos y –esto es lo más importante– se tiene acceso a los mejores guionistas, quienes asegurarán el mantener el estatus en lo más alto de la pirámide de la popularidad.
En esa cumbre se encuentra el protagonista de esta novela, Jason, un joven triunfador que ve cómo la cima se llena de grietas cuando Minerva, su guionista, desaparece.
A partir de aquí una trama intrincada, que mezcla elementos de la ciencia-ficción con muchos otros provenientes del género negro. Jason se convierte en un detective de sí mismo, resuelto a desentrañar las oscuridades de una sociedad basada en la aparente transparencia de las pantallas.
Las ilustraciones de Pere Ginard se desdoblan sirviendo, por un lado, como siniestros collages que recrean la atmósfera alienada, futurista, tecnológica e industrial en la que nos hayamos inmersos. Por otro lado –y este es uno de grandes hallazgos de la novela– Ginard crea también los inquietantes storyboards que Jason recibe anticipándole programas futuros. Tanto Jason como los lectores escrutamos esos storyboards, intentando entenderlos, como si fueran predicciones oraculares que sabemos importantísimas pero de las que no poseemos todas las piezas del rompecabezas como para acceder directamente a su significado.
Aparte de la solvencia narrativa que Alonso y Pelegrín ya habían demostrado en títulos anteriores –entre ellos, la muy recomendable saga de La llave del tiempo y el interesante premio Barco de Vapor El secreto de If–, aquí encontramos un ritmo vertiginoso, una novela de anticipación en la que las femmes pueden o no ser fatales y los tréboles de cuatro hojas pueden atraer o no a la suerte. Una ciudad transparente en la que las manías persecutorias están justificadas y se viven con deslumbrante velocidad.