Anthony Browne y Joe Browne
Traducción de María Vinós
México: FCE, 2011
El título de este libro procede de un juego que Anthony Browne jugaba con su hermano Michael en la infancia, “El juego de las formas”. Uno de ellos hacía una figura abstracta en un papel, y el otro tenía que transformarla en algo. “Puedo decir que el juego de las formas es muy divertido, pero también veo que tiene un aspecto serio: esencialmente, se trata de la creatividad”. De lectura obligada para todo amante de la literatura infantil, y especialmente para los admiradores de Anthony Browne (que serán la mayoría), El juego de las formas (2011) es “Una retrospectiva de la vida y obra del laureado creador de Willy”, como reza en la cubierta. Fue escrito por sugerencia de su editora, Julia McRae, pero como al autor le daba pudor hablar de sí mismo, se le ocurrió que sería más fácil si era su hijo Joe quien le iba haciendo preguntas y le grababa, a modo de entrevista que luego transcribía.
El primer capítulo está dedicado a su infancia, algo que según el propio Browne ha condicionado toda su obra y las temáticas que desarrolla. Su padre fue ocasionalmente profesor de arte en Sheffield, y hacía caricaturas a los clientes del bar de sus padres, los abuelos de Anthony Browne. Eso enseñó a sus hijos a ver el dibujo como algo no exclusivo de la niñez, incluso como una profesión. Su padre murió cuando Browne tenía 17 años, en casa, y él y su hermano estuvieron presentes durante los 20 minutos de su agonía.
Sus primeros encuentros con la literatura fueron Alicia en el País de las Maravillas, con ilustraciones de Tenniel y La isla del tesoro, con las de N.C.Wyeth, de las que afirma: “Algunas imágenes eran brutales, pero mi miedo se disipaba al saber que podía cerrar el libro en el momento que lo deseara”.
Al terminar los estudios básicos, Anthony Browne se matriculó en diseño gráfico en Leeds. Lo que quería era ser pintor, pero sabía que había que ganarse la vida. El maestro que más influyó en él en la escuela fue Derek Hyatt: “Me enseñó una lección memorable: tratar el arte como una forma de comunicación. Esta lección ha sido vital para mí, pues aunque acompaño mis ilustraciones con palabras, siempre trato de que las imágenes cuenten buena parte del cuento y comuniquen cosas que las palabras no dicen”. Hyatt le dio la idea para su proyecto de final de estudios, sobre la relación entre el animal y el humano: Man is an animal. Las imágenes eran personas dedicadas a actividades cotidianas, pero el texto que las acompañaba describía un comportamiento animal. Esto, sin duda, era el germen de una de las características más llamativas de los libros de Anthony Browne.
Al terminar la escuela, y sin perspectivas de trabajo, pensó en probar suerte con la ilustración médica, así que se apuntó a un curso en el hospital St. Bartholomew de Londres (por cierto, el mismo donde Holmes conoció a Watson), y posteriormente consiguió trabajo en otro hospital haciendo ilustraciones para ayudar a estudiantes de Medicina a entender las operaciones. “Siempre he dicho que aprendí más sobre dibujo y pintura en mis dos años en el hospital que en los cuatro que pasé en la escuela de arte (…) No solo mejoré significativamente como dibujante, sino que aprendí a contar historias difíciles a través de una serie de imágenes”. Anthony Browne agudizó su técnica y consiguió crear imágenes realistas sin pensar en el aspecto artístico. Esto le ayudó a mejorar la confianza en sí mismo, pero cuando se cansó de no hacer nada creativo, buscó otro trabajo. Lo intentó en publicidad, pero no le daba para vivir, así que empezó a dibujar tarjetas de felicitación para el galerista Gordon Fraser, que fue lo que le permitió mantenerse durante un tiempo y le dio versatilidad.
Las tarjetas tuvieron muy buena aceptación, y envió algunas de ellas a modo de portfolio a algunas editoriales inglesas de libros infantiles. El director de arte de la editorial Hamish Hamilton, Michael Brown, le animó a crear su propio álbum ilustrado. El resultado no estuvo a la altura, pero Michael le puso en contacto con Julia McRae, que sería su amiga y editora hasta su jubilación en 1996 (“pero continúa dándome consejos hasta hoy”, dice Browne).
“Fue Julia quien me enseñó algo crucial sobre los álbumes ilustrados: hay que dejar un hueco entre la ilustración y el texto (…) Puede haber algo en las imágenes que el texto no revela; de la misma forma, el texto puede decir cosas que no vemos en la ilustración”.
Fruto de esto nació su primer álbum, Through the Magic Mirror (1976), creando para ello primero las ilustraciones, y luego intentando armar una trama en torno a ellas. Para Anthony Browne, esto fue un error de principiante, pues texto e ilustración han de crearse al mismo tiempo, y lo corrigió en su segundo libro, A Walk in the Park (1977).
Después de la publicación de este libro, un periodista de la BBC le preguntó por qué incluía detalles escondidos en las imágenes (algo que es una constante en todos sus libros), y aunque en realidad no era fruto de una elaborada reflexión artística o intelectual, Anthony Browne se dio cuenta de que estos detalles “reflejan la forma en que los niños ven el mundo, porque están viendo las cosas por primera vez”. Algo que el surrealismo, de gran influencia en él, trataba de hacer: volver al estado de asombro infantil.
Después de su segundo libro, Anthony Browne cuenta que durante una conferencia de ventas, los comerciales “creían que era difícil que mis libros se vendieran bien porque eran demasiado artísticos, desmedidos y dirigidos más a los adultos que a los niños”. Como vemos, hay cosas que no cambian con los años. A pesar de que estos comentarios le sentaron bastante mal, intentó hacerles caso (necesitaba dinero), y su siguiente libro, Bear Hunt, se vendió bien, pero no era el tipo de álbum que Anthony Browne quería hacer, así que pronto aprendió a encontrar el equilibrio entre la viabilidad comercial y el valor artístico.
No sería hasta 1981 cuando Anthony Browne creó el primer libro que realmente le hizo sentir satisfecho: Hansel y Gretel, que además se publicó en la editorial que fundó Julia McRae tras marcharse de Hamish Hamilton.
A la pregunta bastante frecuente de por qué dibuja tantos gorilas, Anthony Browne tiene cuatro respuestas diferentes: 1) porque son criaturas fascinantes de observar e interesantes de dibujar; 2) porque se parecen mucho a la gente; 3) porque le recuerdan a su padre; y 4) los gorilas representan un alejamiento extraño de la forma humana, una realidad alternativa.
El primer libro donde aparecían estos animales se titula precisamente así, Gorilla (1983), y un año más tarde publicaría Willy the Wimp, protagonizado no por un gorila sino por un chimpancé “que vive en un mundo de gorilas; los gorilas son más grandes, más fuerzas y más importantes que él (…) Creo que esta sensación es particularmente familiar para los niños”. Willy se convertiría, sin duda, en su personaje más popular.
A finales de los 90 le sobrevino una crisis profesional, de dudas sobre su futuro: “Sentí que trabajaba en el lugar y el momento equivocados”. Ver los libros que se mostraban y vendían en las librerías, con juguetes de peluche y personajes televisivos, le deprimió bastante. Decidió que su trabajo debía aspirar al arte, y eso no lo podía conseguir con libros infantiles que se vendieran, así que se puso a pintar cuadros… y se dio cuenta de que lo que le salían eran ilustraciones, y que eso era lo que siempre había querido hacer. Le apetecía hacer un libro de ilustraciones no narrativas, un libro de imágenes, así que recurrió a Willy, y lo representó a lo largo de escenas donde se nos muestra lo que sueña ser. Son bastantes las páginas dedicadas a hablar de Willy the Dreamer (1997) y Willy’s Pictures (2000), libros donde el arte tiene una gran presencia, y que le acarrearon algunos problemas legales a él y a su editorial, Walker Books.
Anthony Browne nos muestra también cómo es su proceso de trabajo, tanto la parte creativa como con el editor, y se reproducen storyboards de En el bosque (2004), un recurso imprescindible para el álbum, pues es como el guión gráfico de una película, un mapa visual. De este modo, dice, “me aseguro de que los elementos visuales y los textuales me lleguen al mismo tiempo”.
En el último capítulo, y con una mirada retrospectiva que cierra este libro, Browne hace una serie de reflexiones interesantes sobre el futuro del álbum, mostrándose preocupado por los recortes en bibliotecas, el ocio multimedia, e incluso el enfoque que muchas escuelas dan a la lectura. El tema del equilibro entre lo comercial y artístico es una constante en su carrera: “He tratado de resistir la tentación de hacer tonterías fáciles y siempre intento producir libros en los que crea”, a pesar de su serie Oso, que fue intento de contentar a esa faceta más comercial.
En resumen, como decíamos al principio, se trata de un libro no solo para los interesados en profundizar en lo que hay detrás de la obra de uno de los autores e ilustradores más importantes del siglo XX, sino también para aprender de la mano de un maestro sobre aspectos fundamentales del trabajo de ilustración y de las cualidades que ha de tener la buena literatura infantil.
¡Qué bueno y qué interesante el artículo! Gracias.