Jonás el pescador

Reiner Zimnik
Traducción de Dolores Romay
Colección Tiramillas, nº1
Madrid: Kalandraka, 2004

Jonás vive en París y pesca a orillas del Sena, junto a muchos otros pescadores. Los pescadores en el Sena llevan pañuelos rojos al cuello, el sol les decolora las camisetas, pescan peces pequeños con lombrices y un sedal fino, fuman puros, beben coñac y acuden a misa. Una madrugada -una de esas noches cálidas de primavera en que el viento marino canta entre el esqueleto metálico de la torre Eiffel- uno de los tres pequeños deseos, que Dios concede todas las noches a París, visita a Jonás y le desvela cómo pescar peces grandes. Es entonces, cuando Jonás puede realizar su sueño: pescar peces grandes. El resto de los pescadores y la ciudad de París, enfurecidos, juzgan a Jonás y este se ve obligado a marcharse.

Lo que en principio parece un cuento sencillo, y en cierto modo lo es, no sólo cuenta la historia de un pescador que quería pescar peces grandes, sino que muestra cómo este deseo le lleva a cambiar de vida, a buscar en otros lugares no conocidos lo que no encuentra en París. Marcha de su ciudad en bicicleta, pasa por ríos y lagos, hasta que llega al mar, al ancho mar donde viven tantos peces grandes. Tomás recorrerá Europa, América, la sabana africana, India, Groenlandia, China… Se trata de una búsqueda que le lleva a viajar por todo el mundo y a conocer nuevas gentes. Así, será nombrado el rey de los pescadores, pues su técnica para pescar peces grandes llega casi a la perfección. A lo largo del viaje, Jonás vive experiencias que le enriquecen y le cambian, pero también llega a sentir añoranza por su vida anterior como pescador en París a orillas del Sena, donde el tiempo parecía detenerse.

Se podría decir que Jonás realiza un viaje circular: parte de París, su entorno, recorre distintos lugares de la geografía terrestre, para volver a su ciudad, a la calle de los Pescadores, en el cuarto piso de la casa de la vieja portera, la señora Dupont, en una buhardilla, desde donde se puede ver el Sena.

Un libro muy simbólico susceptible de muchas lecturas, sencillo y complejo a la vez. En un ritmo lento y repetitivo, salpicado de toques de humor, que parten de lo obvio se va desarrollando la historia, y leyéndola no podemos evitar que se escape alguna que otra sonrisa con frases como: África es amarilla, verde oscura y negra (lo amarillo es arena; lo verde oscuro, selva; lo negro, son negros).

Y por supuesto esta historia no sería tal sin las ilustraciones del mismo autor, a línea, donde con pocos trazos ha sido capaz de crear un mundo pequeño y grande, sencillo y conmovedor. Representa desde la realidad concreta a la que se circunscribe Jonás al principio, y los pescadores del Sena, hasta la inmensidad del mar, ilustración ésta que roza la abstracción, y en la que a través de pocos trazos pautados, el lector llega a sentirse sumergido en la inmensidad de un mar, del que también es espectador Jonás, que aparece de espaldas. Unas ilustraciones que me traen a la memoria a Sempé o a Hans Traxler, en La aventura formidable del hombrecillo indomable. Ambos, ejemplos de lo que se podría llamar una expresiva sencillez.

Es una buena noticia ver publicado un libro como Jonás el pescador, un clásico de los años cincuenta, que ha recuperado Kalandraka, y que ya vio la luz en España en 1987, en Austral Juvenil. Ojalá se pudiera ver publicado otro título del mismo autor, también excelente: La grúa.

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