Joel Franz Rosell
Ilustraciones de María Rojas
Madrid: Edelvives, 2003
Colección Ala Delta. Serie Roja (a partir de 5 años)
Sobre la violencia escolar no hay nunca demasiados libros. Es un tema complejo, con muchas aristas, que alcanza a los chicos de cualquier edad. La perspectiva que ha adoptado el cubano Joel Franz Rosell en este cuento es la de su tratamiento desde la imaginación infantil.
Es sabido que antes de resolver cualquier tema de la vida cotidiana, en la relación con los demás o con el medio natural, lo primero que hace el ser humano es procesarlo en una construcción mental que le permite pesar los elementos participantes en el conflicto, valorar su capacidad para enfrentarlo y sus posibilidades de éxito.
Eso es lo que hace Javi, un niño que ya arrastra un viejo miedo, el día en que un chico del mismo colegio, pero de un grado superior, le “cobra peaje”. Esto es algo que ocurre diariamente y cuya solución pasa por compartir el problema con amigos, padres y personal escolar, por la investigación de las causas individuales y sociales que conducen al violento a tal actitud, y por el enfrentamiento temprano del mal, a fin de evitar que éste se convierta en un hábito cada vez más peligroso; tanto para las víctimas como para el victimario.
Estos tres ingredientes del problema de la violencia escolar están implícitos en el cuento de Rosell y en las ilustraciones de Rojas, si bien no todos alcanzan la misma jerarquía. Al estar narrada la historia desde el punto de vista y de la mente de Javi, quien todavía mezcla realidad y fantasía, no llegamos a conocer las motivaciones del abusador. Esto no es una objeción al cuento puesto que, como dijimos, es una temática compleja y de muchas aristas que un texto tan breve, destinado a lector tan joven, no puede abordar simultáneamente y con profundidad.
Javi pasa cada día junto a dos leones de piedra. Le gusta el león sonriente y le teme al león feroz. Esta relación ¿sugiere que el chico tiene un problema de comunicación con sus padres y los sustituye por los leones? o acaso ¿es el autor quien ha representado a los adultos del entorno del chico como leones, sugiriendo que con uno de éstos la relación es difícil? Probablemente ambas cosas estén en la intención del escritor, dado el nivel metafórico de todo el cuento.
Cuando se le presenta el problema con el guaperas (que no tiene nombre), Javi le pide ayuda al león sonriente. Este le responde que no es él, sino el león feroz quien puede ayudarlo. “Es que me da mucho miedo”, explica Javi, y el león amigo replica: “¿Quién te da más miedo, el león feroz o ese guapetón que te hace chantage en el colegio.?” Esa noche, Javi sueña que el león feroz y el guapetón están en un balancín. La imagen no puede ser más diáfana, pero se amplía cuando, al día siguiente, el chico se percata de que, vistos desde atrás, los dos leones de piedra son iguales. Cuando al fin dialoga con el león fiero, Javi descubre que éste tiene la misma voz que el león sonriente.
María Rojas resuelve esta cuestión dibujando desde el principio a los dos leones prácticamente iguales. Son, además, muy grandes con respecto a Javi. Otro sugerente momento del trabajo de ilustración es cuando representa el puño del abusador con un trazo y color semejante a las patas de los leones (y Javi sigue luciendo minúsculo en comparación). Al final, cuando al fin vemos la cara del chico mayor, también su rostro se asemeja al del león feroz. Todo el libro está trabajado con una paleta de colores donde predominan rojos y negros. Los dibujos han sido realizado con creyones de cera, de trazo naif, sobre un colage de papel de estraza y recortes de diario que subrayan el ambiente urbano y el peso que la palabra tiene en el desarrollo de la historia. La composición y el aprovechamiento del espacio evidencian gran oficio, y la concepción de los personajes demuestra la sensibilidad de la artista y su compromiso con el texto y con su jovencísimo destinatario.
Rosell mueve su historia con cuidada ambigüedad. En la calle todos están demasiado ocupados y no se fijan en Javi, que siente marchar tras él al león feroz. Cuando se enfrenta con Guapetón (así, con mayúsculas, como si fuese su nombre) éste se asusta por lo inusitado de la resistencia, y tampoco los camaradas que vienen a felicitar a Javi mencionan al león. Sin embargo, el chico se resiste a confirmar que que todo fue producto de su imaginación y se propone, en su próxima visita al parque, continuar compartiendo con los leones sus experiencias escolares.
Ante semejante final, algunos de los pequeños lectores decidirán por sí mismos la versión que prefieran o necesiten. Otros pueden preguntar a los adultos que compartan con ellos la lectura si Javi fue o no acompañado por el león. Pienso que, como en los cuentos de hadas, el adulto debe informarse primero de lo que el chico opina. Por lo general, la mejor respuesta ante la ambigüedad estética es no imponer un criterio. Toda obra literaria es una propuesta, una sugestión, una pregunta. La literatura no se hace para enseñar, sino para permitirle al chico aprender: piense usted en el matiz que diferencia ambos verbos.