Luise Berg-Ehlers
Traducción de Rosa Pilar Blanco
Barcelona: Maeva Ediciones, 2018
¿Existe algo más emocionante y divertido que regresar al país que hace mucho tiempo hubo que abandonar por hacerse mayor? ¿Hay algo más melancólico que saber que solo se puede regresar al país abandonado por medio de la lectura de aquellos libros que crearon dicho país?
El creciente interés que despierta la literatura infantil y juvenil (LIJ) y la visibilización de mujeres escritoras de todos los tiempos se justifica por la proliferación de publicaciones y estudios recientes en este sentido. En este panorama tan esperanzador y que tan buenos frutos está cosechando últimamente destaca Inolvidables. Grandes autoras que escriben para los pequeños, de Luise Berg-Ehlers. Un ensayo divulgativo de una autora que tiene experiencia como profesora de educación secundaria y también ha realizado investigaciones en el ámbito de la pedagogía y en la literatura alemana e inglesa.
En Inolvidables nos ofrece un recorrido por las principales obras y los personajes más destacados de la LIJ desde el siglo XIX hasta nuestros días. La estructura del libro se compone de cinco capítulos precedidos por una introducción y se cierra con un epílogo al que sigue una valiosa bibliografía, tanto de las fuentes consultadas como de las obras citadas. Las autoras y obras de cada capítulo se justifican por una agrupación temática de gran diversidad lingüística y territorial. Tras unas pinceladas biográficas de cada escritora, se destacan los elementos más relevantes de sus obras más paradigmáticas y su evolución en el ámbito literario, siempre ligada a lo personal, con imágenes de ellas mismas y de sus personajes.
La introducción apenas ocupa cuatro páginas, pero es más que suficiente para demostrar la admiración de la autora de este volumen hacia Astrid Lindgren y su Pippi Calzaslargas. Toda una declaración de intenciones que demuestra la fascinación de Luise Berg-Ehlers por todo lo que representa esta entrañable niña: la libertad y la capacidad de vivir en la fantasía más extrema.
En el primer capítulo, “Sobre las niñas pequeñas y mayores”, se traza la trayectoria de cinco escritoras y sus obras clave. Las escogidas son: Mujercitas de Louisa May Alcott, Papaíto piernas largas, de Jean Webster, La benjamina, de Else Ury; Heidi, de Johanna Spyri y Celia, de Elena Fortún. Las cinco jóvenes protagonistas (destacamos a Jo March de entre las cinco hermanas) tienen en común la rápida transición de la niñez a la vida adulta gracias a su determinación y fuerte personalidad. Otro punto en común es que todas, excepto Heidi, tienen inclinaciones literarias y les gustaría dedicar su vida a escribir.
“Los pequeños adultos” es el capítulo siguiente. Ahora es el turno de siete chicos y chicas de otras siete autoras que destacan por su gran madurez, inconformismo y osadía. Nos encontramos con Cedric (el pequeño lord a imagen y semejanza del hijo de Jean Webster, la autora), la soñadora Ana de las Tejas Verdes, Pippi Calzaslargas y también con Anna (la niña que vivió en tres países diferentes sin olvidar nunca que Hitler le robó su conejo rosa). En el caso de la alemana Christine Nöstlinger no se decanta por ningún personaje o libro en particular porque todos tienen en común salir adelante por ellos mismos a pesar del autoritarismo de los adultos. Con Paulina, de Ana María Matute, nos recuerda que la premiada con el Premio Cervantes insistió siempre en que nunca escribió para niños. Y de Carme Solé Vendrell nos dice: “Carme, de niña, sintió el deseo de salvar a su madre (enferma de tuberculosis) y no lo consiguió”, por eso plasma en Juan, su personaje más emblemático, este mismo deseo que ahora sí tiene un desenlace feliz.
En el tercer capítulo, “Vidas extraordinarias”, se dan cita las aventuras más fascinantes. Como afirma la autora de este volumen: “Las aventuras no siempre requieren arco y flechas, fusil Henry y rifle adornado con tachones de plata, ni tienen que transcurrir en países lejanos o en alta mar. Con un poco de imaginación se pueden descubrir y describir aventuras que ocurren en la puerta de casa”. No será el caso de Nils Holgersson, que recorre toda Suecia a lomos de su pato doméstico Martin. Ni tampoco el de los cinco primos que con el tren y las bicicletas se desplazaban hasta los lugares más bellos de la amada Inglaterra de Enid Blyton. Y en este sentido también tenemos a Erika Mann, la hija mayor de Thomas Mann, que era tan aficionada a viajar que decidió reflejar su pasión en un libro no traducido al español (Stoffel fliegt übers Meer) en el que un niño llamado Christof, pero a quienes todos conocen por Stoffel, viaja hasta América como polizón en un zepelín.
En cambio, sí que se pueden catalogar como aventuras cotidianas las peripecias de los protagonistas de Edith Nesbit en Los chicos del ferrocarril o Los buscadores de tesoros. Ponen punto final a este tercer capítulo tres escritoras más, Joan Delano Aiken, Ana María Machado y María Teresa Andruetto. Si la primera sitúa en el siglo XIX la historia de dos niñas a cargo de una intrigante institutriz que desea apoderarse de la fortuna de las dos pequeñas tras la ausencia de sus padres, en Los lobos de Willoughby Chase de la brasileña Ana María Machado sucede todo lo contrario. La visión afectiva, más que pedagógica, es la clave para entender Bis Bea, Bis Bel, donde el autoconocimiento y la búsqueda de la identidad solo se entienden a partir de la relación imaginaria que establece la niña con su bisabuela y su bisnieta. Y Stefano, de María Teresa Andruetto, funciona como recopilatorio de temas tan diversos como el viaje, el aprendizaje y el contacto con la cultura propia como transformación y construcción de la propia identidad hacia la madurez.
Nos adentramos en la indagación de la fantasía en entornos reales en el cuarto capítulo, titulado “Mundos fantásticos”, donde se nos advierte del asombro que provoca la irrupción de lo sobrenatural en la vida cotidiana. No es extraño, pues, que se incluya a autoras como Pamela L. Travers con su Mary Poppins; ni tampoco a Ursula K. Le Guin, considerada la embajadora de historias sobre magia, encantamientos y magos poderosos. Es el momento de hablar de magia en estado puro, y por eso es imprescindible citar El pequeño caballo blanco de Elizabeth Goudge, que inspiró a J.K. Rowling en su serie sobre el mago Harry Potter y que es la siguiente en ser analizada. De esta última, Rowling, se destaca la gran popularidad de su saga gracias a una gran campaña de publicidad, donde no faltan aventuras de internado, juegos de magia, romance y la lucha del bien contra el mal.
De la escritora alemana Cornelia Funke pone en valor su disciplina a la hora de escribir, que tiene como resultado la creación de universos poblados por dragones y otros seres fantásticos que se han adaptado al cine. Su negativa a seguir las directrices editoriales la llevaron a fundar su propia editorial, y eso, en los tiempos que corren, indica la buena salud de la LIJ y la autoconfianza de una autora en su capacidad creativa.
Cierran este cuarto apartado dos poetas en lengua española: Gloria Fuertes, de la cual se dice que no tuvo una vida fácil, pero sí que se la tomó con mucho humor; y María Elena Walsh, que nació en Argentina en medio del caos y la incertidumbre provocados por la Gran Depresión. El éxito de sus primeros poemas le valió a María Elena una beca que le concedió Juan Ramón Jiménez en la universidad de Maryland, y su tensa relación con el poeta español le hizo replantearse incluso dejar de escribir poesía. De nuevo, de Gloria Fuertes cabe señalar el éxito que alcanzó debido a sus dotes de actriz y que incluso llegó a eclipsar a otros poetas coetáneos.
El quinto y último capítulo, “Bestias y otros seres queridos”, se centra en animales domésticos, como el caballo de Anna Sewell en Belleza negra y el travieso conejo de El cuento de Perico, de Beatrix Potter. Además de los animales imaginarios de Tove Jansson en Los Mumin y el grupo formado por un oso, un conejo y un perro en Los compañeros, de la brasileña Lygia Bojunga. De este apartado hay que hacer hincapié en que si bien el acierto de Anna Sewell fue alcanzar la fama con un solo libro, a Beatrix Potter le debemos todo un universo cercano con los animalitos que poblaban su jardín y que imaginó como sastres, bondadosos vecinos y el conejito más atrevido e intrépido de su camada, que tuvo un trágico final.
Por último, en el “Epílogo” encontramos una valiosa interpretación de todo lo expuesto hasta ahora, y se subraya la gran transcendencia de la escritura, que supuso autonomía, libertad y poder adquisitivo a unas mujeres que decidieron escribir como medio de vida:
La situación de precariedad social, que inducía a las mujeres a «empuñar la pluma», era frecuente y estaba desencadenada por la muerte del padre o del marido, lo que obligaba a las mujeres a encargarse de los hijos en solitario.
Esta excepcionalidad supuso el privilegio de poder disfrutar de sus obras, que tienen bien merecida la consideración de clásicos y, sobre todo, la configuración de una «habitación propia». Un término que, nos recuerda Luise Berg-Ehlers, acuñó la sueca Selma Lagerlöf, la primera mujer en recibir el premio Nobel, pero que se suele atribuir a la norteamericana Virgina Woolf.
En definitiva, un libro que resulta de mucho interés para docentes, escritores, investigadores y todo aquel interesado en la LIJ. Queda demostrado que el camino recorrido por todas las escritoras reseñadas, y otras muchas que no aparecen, es todo un ejemplo a seguir y por ello este tan gran merecido homenaje. La literatura, no solo la LIJ, tiene mucho de sueño, reivindicación y lucha social que conviene emular y nos recuerda a una frase de Quino en boca de su, también inolvidable, Mafalda: “No hay que ser prisioneros de nuestro pasado, sino arquitectos de nuestro futuro”.