“Brujas, gorgonas y sirenas”
ÁNXELA GRACIÁN: Dicen los que le conocen que es un hombre que camina con prisas por la vida, como si el tiempo fuese a escapársele de entre los dedos y para retenerlo, necesitase librar una dura batalla. También dicen los que le conocen que sus ojos reflejan la bondad y la ternura de quien, a pesar de la premura, está siempre a disposición de los demás y en el lugar en donde se le necesita. Nos citamos en una pequeña terraza de Muros. Al fondo un horizonte de dornas, gamelas, lanchas, pailebotes y ya algún que otro velero atracado en uno de los puertos más marineros del litoral galaico. El mar se refleja en su mirada como en un espejo. Atardece. Un enfermizo sol de otoño todavía se afana en entibiar la tarde. El escritor se acerca apresurado pero sosegado al mismo tiempo, exudando afabilidad y cercanía por todos los poros. Dígame, ¿por qué corre siempre tanto?
XOSÁ A. NEIRA: Creo que más que correr, es una cuestión de longitud de piernas y, sí, quizás también cierta costumbre de ir de aquí para allá un poco apresurado. Pero no crea que voy tan rápido. Es como los aviones. Desde fuera parece que van a toda pastilla; pero si te acomodas en su interior ni te enteras de la velocidad de crucero.
A.G.: Le he citado aquí, en el comienzo de A Costa da Morte, porque me ha dicho que es uno de sus lugares favoritos, que conoce todos sus rincones, sus calas, sus caminos. El mar embravecido, junto con Os Ancares y O Courel, así como las riberas sombrías de los mil ríos gallegos, son muchos de sus escenarios literarios como lugares que invitan a la magia.
X.A.: Son lugares que siempre me han dicho cosas, con los que entablo una comunicación fácil. En ellos he ido dejando prendidos momentos importantes de mi vida íntima, de ahí que ya formen parte de mi manera de entender el mundo. Me gusta el mar pero creo que la montaña y yo siempre tendremos un diálogo especial.
A.G.: ¿Le molesta si le digo que Xosé A. Neira Cruz ha entrado por la puerta grande de la LIX? En 1988 ganó el Premio Merlín y desde entonces su obra no ha dejado indiferente a ningún jurado.
X.A.: No tiene por qué molestarme. Me siento agradecido por cada uno de esos premios, les doy las gracias a cada uno de esos jurados, principalmente porque en su momento fueron mis primeros lectores y hubo algo de mis textos que les gustó hasta el punto de decidir otorgarme un premio. Los premios son caricias para el escritor. A mí me gusta ser acariciado.
A.G.: Hablemos de aquellos comienzos. Era escandalosamente joven. Para mí ese personaje (Martiño Pedreira) con sus gafas negras para ver la realidad oculta de las cosas es casi primo hermano del Ramón Lamote de Paco Martín.
X.A.: No sé si era escandalosamente joven, sin duda era inmensamente más ingenuo de lo que ahora soy, y sigo siéndolo un rato largo. Digo ingenuo y preferiría decir inocente, pero no, inocente, pura y preciosamente inocente es Martiño Pedreira, no yo. Del grado de parentesco con Ramón Lamote no sabría decirle con exactitud. Nunca he llegado a hablar del tema con Paco Martín. Pero me reconozco en la piel del lector maravillado por la obra de Paco, tan impactante, reveladora y fundamental entonces como ahora.
A.G.: En 1997 gana el premio Barco de Vapor con Valdemuller, publicado en castellano bajo el título La estrella de siete puntas. A partir de entonces aparece un tema recurrente en casi toda su obra, que yo definiría como la emergencia del sujeto femenino con voz propia. Parece sentirse cómodo en esa nueva piel.
X.A.: Fíjese, es una pregunta que me hacen con frecuencia, un tema que parece extrañar, y a mí lo que me causa sorpresa es precisamente eso, que sorprenda. Me siento cómodo, como narrador, en esa segunda piel, si quiere llamarlo así, pero no creo que sea una nueva piel para mí ni para nadie. Creo en la idea de que todos nacemos con las dos pieles, o con una piel reversible y, en la medida en que la tenemos, somos personas más o menos completas.
A.G.: Son voces que surgen del ámbito privado e interior pero que trascienden con vehemencia hacia una dimensión pública, porque estimulan otras ideas, otros lenguajes. Esto nos lleva a hablar de una literatura performativa, pedagógica cuya finalidad es mostrar la necesidad de una absolución del canon del patriarcado.
X.A.: El enunciado de la pregunta me desborda, se lo confieso. Creo que si llegase a plantearme todas esas ideas antes de escribir, no llegaría ni a sentarme ante el ordenador, me asustaría. Solo puedo decirle que nunca me propongo -al menos de forma consciente, lo inconsciente, ya sabemos, también hace de las suyas sin nosotros pretenderlo- darle una dimensión pedagógica ni educativa a mis obras. La sola idea de que la tengan me preocupa.
A.G.: Esfinges, gorgonas y serenas. Sus protagonistas son diosas desafiantes que osan responder al enigma. Mujeres que demuestran al mundo que la sabiduría femenina es uno de los aspectos más reprimidos por la sociedad.
X.A.: Realmente, son siempre mujeres que quieren decir, que quieren pensar, que quieren sentir, amar, existir, ser… No quiero caer en eso tan manido de la sabiduría femenina. Hay una sabiduría femenina, como la hay masculina. No es el género o el sexo el que determina el grado de sabiduría. Es la persona, con su bondad, su corazón, sus sentimientos, sus experiencias y su inteligencia la que configura el concepto complejo, cambiante y profundo de verdadera sabiduría que, para mí, no está ligado necesariamente al ámbito de los conocimientos adquiridos sino de los sentidos. Realmente, los maniqueísmos me espantan. No creo en esas divisiones entre hombre y mujeres, buenos y malos, listos y tontos…
A.G.: Sigamos hablando de Valdemuller/La estrella de siete puntas. Esa saga de magas que guardan memoria de la quema de las brujas europeas y cuyas energías y potencialidades las dotan de fuerza, de conocimiento, de dignidad.
X.A.: La metáfora de la bruja es eso, una metáfora. Me gustaba y me interesa, porque muchas de las condenadas por prácticas de brujería, lo sabemos, eran simplemente mujeres que se rebelaron o que supieron más de lo permitido. Creo que independientemente de la metáfora de la bruja -de la cual no estoy desertando, es más, me encanta-, lo que hay detrás de Valdemuller/La estrella de siete puntas es la historia encadenada de generaciones de mujeres que se comunican secretos de una forma casi genética. Porque hablar en secreto, durante mucho tiempo, fue la única forma posible de hablar. Y lamentablemente sabemos que de este tema no hay que hablar solamente en pasado. La forma extrema de comunicarse en secreto sería hacerlo a través de la sangre o de los genes.
A.G.: No será la única vez que presta su voz a las minorías. En As cousas claras/Las cosas claras afronta el tema de la homosexualidad, colocándonos un espejo en donde se refleja el verdadero rostro de una sociedad hipócrita.
X.A.: Creo que en esa obra tuve la intención de hablar, como el mismo título indica, claro de muchas cosas, de todas esas cosas que se les ocultan, escatiman o mutilan a los más jóvenes (y no solo a ellos). Si es un espejo que denuncia… puede. Creo que para bastante lectores y lectoras ha sido un espejo en el que se han reconocido, de un modo u otro, y solo eso ya me hace pensar que en algo he debido acertar. El tema de la homosexualidad, como tantos otros temas que se tratan en la novela, es uno más de lo que aparecen. No pondría el acento en que es una novela sobre la homosexualidad, porque no es así. Ni siquiera es una novela sobre las minorías. Creo que es una novela que defiende el concepto de que tenemos derecho a ser como somos, como queramos ser y que nuestra isla de libertad personal es sacrosanta. Porque es en esa isla donde habitamos cómo y con quién queremos, sin necesidad de más explicaciones. Además, disiento un poco de la creación de novelas, obras o productos sobre o para minorías. Es la forma realmente de reforzar el sentido de minoría, de señalar a los que no son como la mayoría.
A.G.: Sigamos con las minorías. Eu son adoptada e que?/Yo soy adoptada, ¿y qué? Una obra que reflexiona sobre la diversidad cultural y la desigualdad social de los países del tercer mundo. ¿Cree que todavía resulta necesario decirle a la sociedad: por favor, miremos a la persona y no a su color, a su sexo, a su orientación sexual o a su estrato social?
X.A.: Creo que solo desde el momento en que hemos empezado a decirnos todas esas cosas la sociedad ha empezado a moverse de algún modo. Pero aún queda muchísimo por hacer. El día en que no tengamos que escribir de nada de eso, o que ser como uno quiera ser no signifique nada necesariamente bueno o malo, ese día podremos decir que efectivamente se ha producido el cambio. Los cambios parciales, los pasos adelante, son bienvenidos pero insuficientes por ahora.
A.G.: ¿Eso nos lleva a concluir que, en realidad, todas sus novelas son una reivindicación por la igualdad y la libertad en un sentido absoluto?
X.A.: Mis novelas son o quieren ser, ante todo, una apuesta por la literatura que se lee con las tripas porque antes fue escrita también con las tripas. Ahí, sí, donde más sentimos y donde más humanos, vulnerables y cotidianos somos. Como ser humano reivindico esa igualdad y esa libertad absolutas. Y además se da la circunstancia de que soy un ser humano que escribe historias. Y, claro está, se noten muchas de las cosas que pienso. Pero se notan porque quiero que sea así. Cuando escriba una novela de asesinatos en cadena espero que no se me acuse de practicar lo mismo en la intimidad.
A.G.: Una última pregunta, Neira Cruz insiste en no abandonar el género de literatura para niños y adolescentes, aunque en ocasiones a los escritores de LIJ se les relegue a una categoría inferior. ¿No le tienta la mal llamada “literatura para mayores”?
X.A.: Es esa pregunta que inevitablemente siempre llega, y generalmente siempre llega al final de todo, como con cierto pudor del que pregunta. Y yo suelo responder que el día que me apetezca escribiré obras exclusivamente para adultos, porque entiendo que para adultos también estoy escribiendo. Es cosa de ellos si me quieren leer o no.
XOSE ANTONIO NEIRA CRUZ nació en Santiago de Compostela en 1968. Es doctor en Ciencias de la Comunicación y licenciado en Filología Italiana. Trabajó como periodista en La Voz de Galicia, y también como guionista en programas infantiles de la Televisión de Galicia. Fundador y director de la revista Fadamorgana, también colabora con la revista CLIJ y con la portuguesa Malasartes. Desde el 2000 al 2004 fue miembro del comité ejecutivo del IBBY. Actualmente, imparte clases en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Santiago de Compostela. Entre sus numerosos premios literarios, podemos mencionar el Premio Merlín en 1988 por O outro lado do sumidoiro (Xerais) y en 2000 por As cousas claras (Xerais/SM), Premio O Barco de Vapor 1997 por Valdemuller (SM) y en 1999 por Os ollos do Tangaleirón (SM), Premio Raíña Lupa en 2002 por O armiño dorme (Galaxia/SM) y Premio Lazarillo en 2004 por su obra de teatro A noite da raíña Berenguela (Planeta/Oxford).
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