Patrick Lewis
ilustraciones de Roberto Innocenti
Traducción de Andrea Fuentes Silva
México: Fondo de Cultura Económica, 2003
Cuando al inicio del críptico texto de Patrick Lewis, aún antes de la portada del libro, me encontré con la referencia al poeta Wordsworth, no pude por menos que recordar aquellos famosos versos suyos:
Aunque ya nunca podremos recuperar
el esplendor en la hierba de los días felices,
no debemos afligirnos pues siempre
la belleza subsiste en el recuerdo.
Pues sentía que bien podría haberlos dicho el narrador, encarnado desde el lado de la ilustración de manera explícita por el propio Innocenti, a su vuelta de tan peculiar hotel. Pero no.
Según uno transita por este, estéticamente, hermoso libro, descubre paulatinamente que el ilustrador italiano devora materialmente un texto que es solo un pretexto para que él haga aparecer en escena y poner en relación entre ellos los personajes que el texto cita. Desconozco quién es Patrick Lewis, pero tengo la sensación de que es, en última instancia, Innocenti quien ha querido que sean estos personajes y no otros, los habitantes de tan peculiar hotel. Y son ellos, sin duda, los que, plasmados por este magnífico dibujante, van generando en el lector adulto, el interés por avanzar en la leve peripecia que el texto propone. No sé si tal interés se propicia en el lector que los desconozca, sea éste infantil o no.
Desde luego para cualquier amante de la literatura y del cine, es un placer encontrarse con algunos de los referentes de su biografía como lector y espectador; a mí, especialmente, me es grata la presencia del personaje de La Sirenita, de Hans Christian Andersen. La Sirenita que cada vez amaba más a los seres humanos, cada vez deseaba más ardientemente irse a vivir con ellos; el mundo de los humanos le parecía mucho más grande que el suyo propio.
Y, por fin lo consigue, apareciendo en este destartalado hotel, y, por si fuera poco, vinculada a la maravillosa poeta Emily Dickinson, cuya obra ofrece un misterio y tristeza análogos a los del poeta danés.
Nada que objetar a la presencia de los demás huéspedes, solo que eché en falta a Corto Maltés; no sé porqué imaginé que iba a encontrármelo.
De igual modo que cuando uno escucha las Variaciones Goldberg, tiene la certidumbre que está escuchando a un Bach que poco tiene que ver con el Bach canónico de Los Conciertos de Brandemburgo, El Clave bien temperado, Las Sonatas o La Pasión de San Mateo; al contemplar a este Innocenti de El Último Refugio, experimenta una sensación parecida, la sensación de que se está ante un juego -en el sentido más noble de la acepción- o un divertimento, sobre todo porque la siguiente obra de este ilustrador, Erika’s Story, recupera la austeridad de Rosa Blanca o de Cuento de Navidad.
Nada más lejos de mi intención denunciar esta levedad plástica como frívola o falta de rigor, todo lo contrario; la disciplina no es en absoluto menor en esta obra, a mi juicio, al tanto al margen, vinculada, de alguna manera al mundo estético de las historietas.
Un último comentario, aunque sea retórico: seguro que Innocenti sabe que Finisterre no está en Bretaña, pero quizá desconozca que en Galicia nunca encontraríamos un indicativo de carretera que señalara Sevilla.
Antes de cerrar el álbum, después de observarlo minuciosamente, recuerdo otro poema de Emily Dickinson:
Cuando desentrañamos un enigma
en seguida es objeto de desdén;
porque nada envejece tan aprisa
como lo que ayer mismo fue sorpresa.
Y concluyo que no me ha pasado esto con el libro.