Åsa Lind
Ilustraciones de María Elina Méndez
Traducción de Mónica Corral y Martin Lexell
Pontevedra: Kalandraka, 2019
Es un día soleado y caluroso de verano y a Zackarina, que vive en una casa junto al mar, le apetece bañarse, pero no le permiten hacerlo sola y su padre, que desea leer el periódico, no está dispuesto a acompañarla. Ella, enfurruñada, le dice que, aun así, irá a la playa porque quiere cavar un hoyo que será una trampa en la que él caerá dentro. A punto de finalizar la tarea, entre los últimos puñados de arena que está sacando, su mano nota algo que se mueve en el fondo y, para su sorpresa, aparece el hocico de un animal que poco a poco se asoma al borde del agujero. «Pero ¿qué animal era ese? No se trataba de un perro; eso estaba claro, aunque se parecía a un pastor alemán, pero solo un poco, y daba la impresión de ser mucho más salvaje. Y no era muy peludo. Tenía la piel más como la arena, como la arena dorada del desierto» (p. 13). El animal vence el temor inicial de Zackarina y le aclara que es un lobo de arena que se alimenta «de los rayos del sol y la luz de la luna, porque la luz de la luna te hace requetesabio. Yo lo sé todo» (p. 15).
Se forja entre ambos una amistad que se va desgranando a través de episodios de la vida cotidiana. Con este amigo tan especial Zackarina afina su percepción y hace descubrimientos a su medida. ¿El concepto de trabajo puede ser radicalmente distinto a esa jornada laboral que vuelve ausentes a sus padres? Claro que sí. Los moratones no son tachas de un comportamiento atolondrado sino «una especie de medallas por ser valiente» (p. 37). La lengua inventada por Zackarina encuentra en el Lobo de Arena al interlocutor que, amén de entenderlo todo, reafirma su pequeño universo personal. Nada mejor que la elaboración de una fábula con el desarrollo de ciertas condiciones que haga aceptable un hecho que al principio no gusta, como sucede en ocasiones cuando se trata de obedecer a los adultos. La timidez no es lo que parece y a veces se esconde «detrás de un montón de cháchara y parloteo» (p. 76). Del mismo modo, los miedos adquieren la relevancia que uno quiere darles porque:
—La oscuridad es lo que tú haces con ella —explicó el Lobo de Arena y brilló débilmente, como la luna nueva.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Zackarina.
—Pues que, si tienes miedo a la oscuridad, entonces es peligrosa —aclaró el Lobo de Arena—. Pero, si te atreves a que te guste, entonces a la oscuridad le gustarás tú (p. 101).
Åsa Lind adopta con profundo conocimiento el punto de vista infantil por medio de una niña inquieta, ávida de conocimiento y vivencias, cuyos padres, no necesariamente poco complacientes, franquean menos veces de lo que le gustaría a ella esa frontera que da paso a un espacio mezcla de realidad, imaginación y deseo, que, si lo conocieron en su infancia, parecen haberlo olvidado. Surge así la necesidad de un amigo invisible —muy genuino en esta ficción, pues el discurso y los comportamientos que lo caracterizan son difíciles de trasladar a cualquier otro personaje «real»— que sea compañero de juegos, cómplice en la posible transgresión de normas y mentor que le preste su total atención, le dé respuestas para «las preguntas peliagudas», la anime a construir su propio historia y le marque pautas más cercanas a los razonamientos propios de su edad para la comprensión del mundo.
El Lobo de Arena nace de una experiencia personal de Åsa Lind. Después de un día de playa durante unas vacaciones en Mallorca su hija no quería subir al coche porque decía que había un lobo de arena allí e insistía en que corría tras ellos una vez se pusieron en marcha. La escritora sueca supo desde ese momento que escribiría sobre esto, pero transcurrirían varios años antes de que esta idea se materializase; primero, como un proyecto para la radio y luego, en forma de libros. Este, que inicia la serie, es una historia que cautiva desde el comienzo, bella y sutil por su mirada poética, y en la que abundan las situaciones divertidas. Niños y mayores pueden encontrar en las peripecias de Zackarina, sus padres y el Lobo de Arena una correspondencia con sus propias biografías, aunque nunca hayan tenido un amigo imaginario. La cuidadísima edición de Kalandraka, con las ilustraciones de María Elina, es un acicate más para no dejar pasar este libro.