El letrero secreto de Rosie

El letrero secreto de Rosie (Maurice Sendak)Maurice Sendak
Traducción de Eduardo Lago
Madrid: Alfaguara, 1984

Entablar un primer contacto con la obra de Maurice Sendak (1928-2012) implica, hoy día, asumir ciertos juicios de valor universalmente aceptados. Si bien éxito y reconocimiento acompañaron al autor norteamericano desde principios de los 60 hasta su muerte, es justo reconocer una renovada popularidad de su figura en los últimos años: el estreno de cintas como la de Spike Jonze, reinterpretando el clásico Where The Wild Things Are en clave freudiana y envoltorio indie, la apropiación del personal imaginario del de Brooklyn por parte de la mercadotecnia o la reciente recuperación de algunos títulos de su catálogo por editoriales españolas como Kalandraka, son prueba suficiente del buen estado de salud que goza su legado; llegando incluso, a ser adoptado como icono de tribus adictas a la modernidad, responsables –en cierto modo– de establecer el canon de lo que es tendencia en nuestros días.

Una popularidad que ha vertido nueva luz a una parte –esencial– de su obra pero que ha dejado otra en penumbras, siendo necesario un esfuerzo por parte del lector curioso para hallar estas piezas del rompecabezas “sendakiano”.

El letrero secreto de Rosie es una de ellas. Publicada en 1960, no llegaría a las librerías españolas hasta 1984 de la mano de la editorial Alfaguara; y aunque gozó de varias reimpresiones, hoy día es un título descatalogado en el mercado patrio.

Después de haberse estrenado como autor integral en Kenny’s Window (1956), Sendak consolidaría sus intenciones artísticas con esta tercera obra, en la que vuelve a hacerse cargo tanto del generoso texto como de las evocadoras ilustraciones.

Un cuento con sabor urbano, del que ya nos da una pista su deliciosa dedicatoria:

“Recordando a Pearl Karchawer,
a todas las Rosies
y a Brooklyn”.

El letrero secreto de Rosie (Maurice Sendak)

Y es que el famoso barrio neoyorkino es el escenario donde Sendak sitúa a los protagonistas de nuestra historia: un grupo de niños que se pasan el día jugando en sus calles, junto a casas bajas de ladrillo y vallas de madera, en un Brooklyn que parece acogedor, cálido e incluso abarcable. Una suerte de pueblo, alejado del monstruo de cemento y cristal que se extendía al otro lado del puente.

“En la puerta de la casa de Rosie había un letrero.
Decía: SI QUIERES ENTERARTE DE UN SECRETO, LLAMA TRES VECES”.

Una invitación a la que difícilmente podríamos negarnos. Ya desde las primeras páginas, asistimos a un mundo donde los pequeños libran su batalla diaria contra el tedio. El poder de la imaginación y su capacidad transformadora de la realidad son las armas que utilizan Rosie y sus amigos para reinventarse cada día. Porque esa es precisamente una de las claves del libro: jugar a ser otro, diluirse en diferentes máscaras para hacer de la vida un lugar emocionante.

A lo largo de sus poco más de cuarenta páginas, vemos a Rosie y su amiga Kathy transmutarse en Alinda, la bella cantante y Cha-Charú, su bailarina árabe. A Lenny, otro de los chicos, con traje de bombero, pidiendo ayuda para ir a apagar un incendio o, más adelante, ataviado de cowboy, en busca de nuevas aventuras.

El letrero secreto de Rosie (Maurice Sendak)

Las calles como escenario donde, días tras día, interpretar una obra sin guión: a ratos con sabor a viejo vodevil, con unos en el papel de artistas y otros en el de público, en un patio trasero trocado en salón de “varietés”; y a veces, en busca de emociones fuertes, con todos los niños bailando, saltando y gritando, convertidos en petardos para celebrar el 4 de julio.

Pero, a veces, el juego y la diversión dan paso a algo muy similiar a la tristeza. Y es que Sendak tiene esa habilidad única para identificar todo el abanico de emociones que transportan a los niños desde la euforia hasta la melancolía, pasando por la rabia, la frustración o el miedo. En una de las páginas más emotivas del libro, vemos como Rosie –en el papel de Alinda, la bella cantante– se ha quedado completamente sola, sin poder culminar su espectáculo cantando En la parte soleada de la calle. Abatida, nuestra pequeña heroína se sube a una silla plegable; lleva un sombrero gigante y un vestido enorme, que ahora, de espaldas, la hace parecer muy frágil. Allí, única actriz en la representación de una obra sin público, decide que el espectáculo debe continuar:

“Y cantó toda la canción seguida hasta el final”.

Es quizá en esta obra donde Sendak muestra por primera vez toda su habilidad para adentrarse en el álgebra emocional de los más pequeños; sin duda, una de las cualidades que lo convirtieron en un renovador de los códigos del género, conectando con todo tipo de públicos.

En un pasaje del cuento, vemos cómo los niños son rescatados del aburrimiento al encontrar a Rosie, envuelta en una manta roja, sentada en su patio trasero. La pequeña asegura estar esperando al Hombre Mágico, quien le encomendará una misión. Algo a lo que los pequeños deciden sumarse de inmediato:

“Así que estuvieron muy callados. No dijeron ni palabra.
No hicieron nada. Sólo esperaron”.

Sendak conoce la llave a través de la cual los niños entran en un terreno desconocido para los adultos. El misterio pone en marcha la máquina, y los fantasmas del tedio desaparecen:

“Aquella noche, cuando sus madres les preguntaron qué habían hecho toda la tarde, dijeron que habían hecho tanto que ni siquiera hubo tiempo suficiente para hacerlo y que iban a volver a hacerlo todo de nuevo mañana”.

Las madres también tienen su hueco en el libro. Únicas representantes del mundo adulto, aparecen retratadas con cariño por el autor; quizás recordando a su propia madre, durante los días de niñez en aquel humilde hogar del barrio de Bensonhurst, en su Brooklyn natal. Son ellas las que animan a los pequeños a salir cuando están aburridos en casa. Y son también las que los reciben con cariño, cuando la función ha terminado y la cena está servida.

El letrero secreto de Rosie (Maurice Sendak)

Para el que escribe estas líneas, hay algo tremendamente evocador en la forma en la que Sendak dibuja esos hogares. Una parte mínima del relato –que transcurre casi de lleno en las calles–, pero en la que su autor derrocha calidez en cada detalle: una cocina con platos recién fregados, un pequeño mueble, un suelo ajedrezado o una lámpara sobre la mesa de la sala de estar, donde la madre hojea el periódico… son suficientes para crear una atmósfera en la que casi podemos respirar su aroma y sentirnos como en nuestra propia casa.

Porque al final, no importa que sea en Brooklyn, Madrid o Hong Kong: si hemos tenido la suerte de tener una infancia, la historia de Rosie es también la nuestra.

El letrero secreto de Rosie (Maurice Sendak)

Maqueta con bocetos para la edición original

1 comentario en “El letrero secreto de Rosie

  1. Dolores
    22/04/2015 a las 16:01

    Una excelente y emocionante crítica!

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