Pedro Zarraluki
Madrid: Siruela, 2012
En el año 2005, Inglaterra conmemoró el 200 aniversario de la victoria sobre la flota franco-española en Trafalgar y aprovechó este acto para invitar a todas las flotas del mundo, incluida la española; ante este regalo, indudablemente envenenado, España respondió a la deferencia inglesa enviando a su portaaviones y a la fragata Blas de Lezo. ¿Respondió la elección de esta fragata a una decisión aleatoria? Pues no, se trataba más bien de una manera elegante de devolver la presunta vejación a los británicos, ya que fue el almirante Blas de Lezo quien infligió una humillante derrota a la enorme armada inglesa dirigida por Sir Andrew Vernon cuando este puso sitio a Cartagena de Indias en 1741 con la pretensión de capturarla sin apenas esfuerzo.
Tampoco esta introducción es aleatoria ni caprichosa puesto que El hijo del virrey, la primera incursión de Pedro Zarraluki en la literatura juvenil, transcurre precisamente durante dicho asedio y el almirante español es uno de sus protagonistas destacados en su condición de encargado militar de la defensa de la plaza; pero hablando ya propiamente de la obra, cabe decir que se trata de una excelente narración que conjuga la aventura al estilo de las novelas clásicas de Mark Twain, Emilio Salgari o Robert Louis Stevenson, el relato histórico-bélico y también una reflexión acerca de la naturaleza humana (“En la naturaleza de los hombres se encuentra oculto, como en una rata que huye, el deseo de no poder escapar y volverse hacia el mundo con una rabia infinita”) y de la maduración personal, porque si algo queda claro en esta historia es que ni Darío y Antón, los dos protagonistas fundamentales, conservan su inocencia inicial cuando la guerra ha terminado.
El asedio de Cartagena de Indias es además un marco ideal para reflejar una época marcada por los imperios coloniales y unas guerras especialmente cruentas puesto que, como bien se lee en el libro, las potencias en conflicto podían permitirse el lujo de carecer de escrúpulos al guerrear en tierras de otros, algo que queda reflejado en las decisiones de los jefes militares al mando, Sir Andrew Vernon, Blas de Lezo y el coronel Desnaux, y también es un escenario en el que se pueden apreciar con nitidez las grandes diferencias sociales entre colonizados y colonizadores, aspecto del cual son buen ejemplo Antón –el hijo del Virrey, destinado por nacimiento y posición a los mayores logros– y su amigo Darío –un mestizo cartagenero cuyos horizontes vitales son muy limitados.
Pero sobre todo es esta una historia de personas: el amargado y colérico Virrey Eslava, el sensato y apacible don Sebastián que abomina de una guerra marcada por la ambición, el cobarde padre Damián capaz de lo que sea por salvarse disfrazando su huída de estrategia inexcusable, o Serena, la mulata que arriesga su vida por amor y, cómo no, finalmente es la historia de dos muchachos a los que la guerra une con lazos a prueba de cualquier contingencia que les depare el futuro, poseedores de una amistad que supera las adversidades, las distancias y las diferencias de raza, credo y opinión.