(Extraído del libro Kinder und Hausmärchen (1812) de Jacob & Wilhelm Grimm)
Ilustraciones de Alejandra Acosta
Zaragoza: Jekyll & Jill, 2012
Soy una enamorada de los cuentos tradicionales que no han pasado por censura de ningún tipo; ni religiosa, ni moral, ni social y mucho menos educativa. Creo firmemente en que si modificamos aquello que no nos parece políticamente correcto estamos haciendo con este tipo de relato lo que los compañeros de clase hicieron con Jüll.
Por estas razones, y muchas más que no voy a enumerar ahora, estoy emocionada después de leer Del Enebro. Un cuento rescatado de la versión de 1812 de los hermanos Grimm. Un relato duro, cruel, y maravilloso donde la justicia triunfa para que podamos tener la certeza de que antes o después ningún crimen queda impune.
Un niño, blanco como la nieve y encarnado como la sangre, es maltratado cruelmente por una madrastra que quiere que toda la herencia de su marido quede para la hija de ambos. Y sin pensarlo dos veces decapita al niño a cambio de una manzana que el pequeño nunca llega a comer. Pero la perversidad de esta mujer es tan grande que quien cuenta el cuento solo puede justificarla con la presencia del maligno en sus entrañas, porque para tapar la ejecución de la criatura hace creer a su niña que es ella la que decapita a su hermanito al darle una colleja.
El canibalismo también está presente en esta historia: el padre que, sin saberlo, se come al niño en un estofado y, a medida que lo hace, se siente bien, como si ese guiso fuera “solo para él”. Y es que es parte suya y de su primera mujer lo que está ingiriendo.
Hay un regreso al principio de todas las cosas. A la semilla inicial, al deseo de tener un hijo, de perpetuarse. En cierta forma al comerse al niño lo está acunando, protegiendo, acogiendo en un abrazo perpetuo.
Y también vuelve el niño al seno materno cuando su hermana, que no para de llorar al creerse su asesina, recoge sus huesitos y los lleva bajo el enebro donde está sepultada su madre, que aplaude feliz.
Entonces ya está todo listo para el momento mágico que dé paso a la justicia: de los huesos surge como un ave fénix un pájaro que canta reiteradamente una canción. Y con ella, recoge todo aquello que necesita. Un obsequio para su padre, otro para su hermana, y el arma con la que aniquilará a su malvada madrastra a la que él llama Madre.
Tiene un final feliz y abierto. Una trama ágil llena de horror, sangrienta, sedienta de ambición donde el afecto parece perderse o reservarse para el principio y el fin.
Editado con un gusto exquisito, esta joya está pensada para ser disfrutada no solo a través de la lectura sino del tacto, la observación y el deleite de un objeto diseñado para ser querido y venerado. La edición incluye también la versión en alemán.
Y ahora ¿qué hacemos con este relato cruel? ¿Lo leemos en nuestras sagradas aulas donde el parricidio, el odio y el asesinato no puede entrar? ¿Cambiamos algunos párrafos para que todo sea más bonito? ¿Nos horrorizamos al verlo escrito mientras miramos los informativos con niños usados como escudos en algún lugar del mundo?
No quiero caer en la tentación de obligaros a tener en casa un ejemplar de este libro. No sería democrático. Pero si os gustan los clásicos, amáis la buena edición y sois capaces de deleitaros con una ilustración que habla con un lenguaje detallista, provocador y muy cuidado, esta es una excelente oportunidad para hacer o haceros un buen regalo.
Ahora os dejo porque voy a releerlo, a remirarlo, a olerlo, a abrazarlo, a… todo. Porque es bello, porque es auténtico, porque vale la pena que esté en la cabecera de la cama para recordarnos que, llámense madrastras o soldados, dictadores o maleantes, las historias siempre se repiten. Que siguen habiendo muchos niños que por una manzana terminan degollados y hermanitas que lloran asesinatos que nunca cometieron.
Por supuesto los cuentos populares que muestran lo que en definitiva era aquella sociedad rural ya no nos puede espantar. Por desgracia en nuestra sociedad el mal está en muchas personas y no creo que sea producto nada más de infancias’ infelices. Está y hay que aceptarlo lo cual no disminuye la pena que deberá caer sobre los que son agentes de ello.
No deben de ser mutilados los cuentos. Fue la sociedad victoriana la que inició esa labor. Lo mismo sucede con el Cuento de Caperucita roja. Lean Uds la versión original la recogida en el siglo XIII. Llamada El Cuento de la Abuela. Es puro canibalismo. Pues aceptemos eso. Y contemplemos como hoy en una sociedad más preparada, aparecen esos diabólicos hechos que sin duda superan a veces a lo que los Cuentos Populares nos ofrecen.
Yo he trabajado durante muchos años en una Biblioteca de un IES. Soy una enamorada de la sabiduría popular que encierran los cuentos. Al mismo tiempo mantuve con los mejores lectores un espacio en la radio municipal al que acudía con ellos recomendando y dando cuenta de sus libros preferidos. En una sesión de Biblioteca dedicada a los Cuentos ofrecí el texto del Enebro recopilado por los hermanos Grimm. Siempre me gustaba ofrecer documento en papel pero hace años este cuento estaba únicamente en la red.
No sucedió absolutamente nada. Los alumnos se quedaron impresionados y decidimos ofrecer su lectura en la radio en un monográfico de Cuentos populares. Fue una experiencia fantástica.
El texto es una clara invitaciòn a hablar sobre las fuertes emociones del alma y la Censura. Invita a revelarse y descubrir las emociones màs ocultas del ser humano. Me impresiona la pasiòn con que invita a realizar esta lectura y còmo cuestiona nuestro proceder al seleccionar un texto dentro de las aulas. me gustò mucho e impactò la forma de ponernos en una situaciòn difìcil ante la pregunta sobre nuestra propia elecciòn. Es una crìtica llema de pasión y de suto por la buena lectura
Excelente comentario, que pone en el tapete muchas cuestiones que, a menudo, rondan mi cabeza y que en ocasiones he manifestado en mi círculo de amigos aficionados a la literatura y escritores de literatura infantil. No tengo las respuestas sobre futuros procederes en las aulas, pero me parece una hipocresía mutilar los cuentos tradicionales para volverlos más digeribles cuando, como bien dice la autora, en cualquier noticiero la crueldad y el horror más inexplicable nos salta a la garganta. Y, para peor, la justicia sigue brillando por su ausencia, muy distinto a lo que sucede en esos cuentos donde cada malvado recibe lo que se merece y los de buenos procederes recogen la recompensa que, en la realidad, llega tarde o nunca. Tal vez no sea políticamente correcto, pero sin duda es un comentario mucho más honesto que lo que acostumbro leer en estos tiempos.