Rodari murió en 1980 y, justo diez años más tarde, murió otro grande de la literatura infantil, el inglés Roald Dahl. De todos los presentados, seguramente es el recibiría más consenso para ser denominado clásico contemporáneo. Como además, Dahl ha sido suficientemente promocionado en nuestro país -durante años todas sus obras estuvieron traducidas y muy promocionadas- no voy a evocar largamente su figura, pero sí me gustaría detenerme en su concepto de infancia, y en cómo integra ésta en su obra. Dahl, al igual que Rodari, sintió la ausencia de su padre desde pequeño. Murió cuando él tenía cuatro años y el paso obligado por la escuela inglesa le acentúa su horror por las instituciones públicas como educadoras -es decir, como sustitutivas de la educación en el hogar- y va a hacer que su obra destile una ironía y una crítica muy descaradas hacia el mundo de los adultos.
Dahl toma también de la tradición mucha materia para sus historias, pero es deudor de la fantasía típica anglosajona y también de su fina ironía y de la manera de cuestionar con humor, el mundo de los adultos, por eso olvida las moralejas y otorga cualidades mágicas a sus protagonistas que utilizan sin pudor para conseguir salir airosos de las trampas de la educación y de las contradicciones de los adultos. Dahl, en las escasas entrevistas en las que habla de su producción infantil parece haber reflexionado mucho sobre la infancia, sobre los libros para niños y el éxito que tienen los suyos en concreto. Dahl asegura que siempre está a favor de los niños y, añade con cierta ironía, “contra los mayores. Este es el secreto.” (1)
Pero esto no basta, Dahl tiene una pluma afilada, conoce los resortes de la narrativa y atrapa desde la primera página. “A un niño -explica- se le ha de coger por el cuello cuando le cuentas una historia. Eso se logra solamente estando de su lado, amándolos. Yo amo a los niños.” Sus frases breves, mínimas descripciones, acción desde los primeros párrafos y una tensión que aumenta en cada página y que no afloja hasta el final, son recursos difíciles de manejar en los libros para los más pequeños y él los trabaja como un artesano de la palabra.
Leyendo sus libros observamos como la técnica se va depurando y perfeccionando poco a poco: desde el controvertido Charlie y la fábrica de chocolate hasta su última obra, Matilda, los niños protagonistas ganan en ingenio y soltura ante los problemas y tienen, cada vez más a su lado, a este gigantón que les incita a alejarse de un mundo poblado de adultos mediocres para encontrar en su propia personalidad las claves de su crecimiento. Me gustaría cerrar este retrato con unas palabras que escribió su hija Tessa Dahl y que resumen, no solo el carácter de su padre, sino también su concepción al escribir para niños: “Mi padre creía que todos los niños poseen una brasa. Pero alguien debe encender el fuego. Y una vez encendido tiene que atizarse con frecuencia, y es de importancia vital que se mantenga vivo y no se apague nunca. Todos los libros para niños de mi padre llevan un volcán rugiendo en sus entrañas. Arrojan cientos de ideas provocativas y excitantes fogonazos. Están llenos de ternura. Muestran el amor con que no se atrevía a tocarnos.” (2)
Me gustaría finalizar aquí este breve y aventurado recorrido. Aunque no lo parezca, me he sentido como Tarzán trepando por árboles y saltando con la ayuda de lianas -de manera más imperfecta- por esta jungla de los clásicos, o de la literatura infantil contemporánea. Algunos claros, sin embargo, he podido vislumbrar: los autores que perduran no escriben con espontaneísmo y pensando que los niños pueden tragarse todo. Justo lo contrario: no son triviales, ni manejan fórmulas estereotipadas; son capaces de suscitar el diálogo con sus lectores y hacerles desear regresar a sus libros.
Termino dándole de nuevo la palabra a Calvino y citando su definición número cinco que, a mi modo de ver, resume una idea que nos ha acompañado a través de estos artículos: “Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a tí mismo en relación y quizás en contraste con él.”
Notas
1 Roald Dahl: entrevista publicada póstumamente en El Mundo (Madrid). 23 Noviembre 1991.
2 Tessa Dahl: Mi padre, Roald Dahl. El País, 12 de junio de 1988.
Las plumas muy afiladas les encanta a los niños, sobre todo en éstos tiempos donde los niños ya no están atados al miedo y aman la muerte, la tortura, los fantasmas y todo lo que espante, bravo por ellos porque crecen sin temores.
Hola nuevamente Ana:
Ya te dije, eres una formidable promotora, pero además una oportuna promotora, esas palabras de la hija de Dahl sobre su padre son exáctamente las que estaba necesitando y ya me las has puesto en mi camino.
Mil gracias a tí y te repito a la revista Babar.
Saludos cordiales
Tania
Crecí sin saberlo con Roald Dahl. Las brujas, Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, cuentos en verso para niños perversos, sin conciencia de su conexión, guiaron mis ábitos de lectura hasta un punto que sólo ahora puedo comprender. El gusto por la crítica y la imaginación que se requiere para hacer de ella algo divertido y desear repetirlo, es una adquisición que tengo de este gran clásico contemporáneo.
me pueden hacer el favor de decirme como uno encuentra los personajes de este libro