Celia en la revolución fue el último libro de la serie de Celia que Elena Fortún publicó, pero no vio la luz hasta 1987, treinta y cinco años después de su muerte. ¿A qué se debió esa tardanza?
Fortún comenzó la serie en 1928, pero la dejó interrumpida al estallar la guerra civil hasta que apareció Celia madrecita (1939), primer volumen que salió directamente en libro. El éxito de ventas de la colección hizo que la editorial Aguilar la retomara en 1944 publicando varios libros más hasta el fallecimiento de Fortún en 1952.
Sabemos que la escritora tomó notas para redactar Celia en la revolución a lo largo de toda la guerra, pero no dio por terminado el borrador hasta 1943, poco después de llegar a Argentina. Sin embargo, nunca hizo una revisión a fondo de la obra y, cuando regresó a España, dejó el manuscrito en América, lo que nos hace pensar que nunca pretendió publicarlo. A partir de ahí permaneció en el olvido hasta que fue recuperado por la profesora Marisol Dorao. El texto original estaba escrito a lápiz, con múltiples correcciones y abreviaturas y con algunas partes sin acabar; de ahí que Dorao y los editores de Aguilar María Puncel y Miguel Azaola tuvieran que trabajarlo hasta darle unidad y coherencia. Finalmente salió a la luz en 1987 con ilustraciones de Asun Balzola. Esta edición pasaría bastante desapercibida y no fue hasta su reedición en 2016 por la editorial Renacimiento cuando, por fin, comenzó a alcanzar interés entre el público.
Una de las primeras cosas que nos llama la atención del libro es su título. El hecho de que la escritora hable de “revolución” y no de “guerra” o de “guerra civil” puede resultar extraño para los lectores de hoy en día. Pero, al estallar el golpe de estado, el término fue utilizado con profusión en ambos bandos. Por un lado, porque muchas milicias luchaban no tanto por defender la República como por llevar a cabo una revolución social; por otro, porque algunos rebeldes denominaron a su sublevación “revolución nacional-sindicalista”. En el libro la palabra no aparece sólo en el título sino que la vemos a menudo para referirse a los dos bandos.
La segunda característica que destaca es la transformación de su protagonista y del tono de la obra. La saga de Celia tenía una peculiaridad poco habitual en las obras infantiles: sus personajes, en lugar de quedar paralizados en el tiempo, iban creciendo y evolucionando. Tal vez por eso Celia no parecía un personaje de ficción sino alguien mucho más real. Así, en Celia madrecita (1939) nos encontramos con una adolescente de catorce años a quien la ruina familiar y la muerte de la madre han obligado a abandonar sus sueños de ser universitaria y escritora infantil para dedicarse al cuidado de sus hermanas en la casa del abuelo en Segovia. Este choque brutal con su acomodada vida supone un desencanto inevitable para Celia, quien no ha acabado de superarlo al comenzar la guerra. Es también el principio de la transformación de la saga, que a partir de entonces dejará de estar centrada únicamente en los más pequeños y su mundo. Esa transformación y su consiguiente entrada en el mundo de los adultos serán una verdadera “escuela” para Celia gracias a la cual conseguirá sobrevivir mejor durante la guerra.
Celia en la revolución está narrado en primera persona y se centra en la adolescente protagonista, en su vida diaria, sus apuros, sus miedos y en sus continuos traslados por motivo de la guerra. Celia tiene dieciséis años al comienzo y unos diecinueve al acabar la guerra. Aparenta incluso algunos más, por lo que la declaran mayor de edad: así podrá viajar y vivir sola y actuar como tutora de sus hermanas. El elemento más infantil del libro aparece solo en los primeros capítulos, tal vez porque la realidad de la guerra era demasiado dura para mezclarla con ese mundo. Pero, sobre todo, está claro que, sin la transformación del volumen anterior, lo que pasa en este difícilmente hubiera resultado creíble. Esta circunstancia y el hecho de que la historia continúe sin saltos entre ambos libros y que prosiga en el siguiente, Celia, institutriz en América (1944), podría llevarnos a pensar que Fortún se planteó en algún momento escribir una especie de trilogía. Los tres libros están íntimamente entrelazados y a través de ellos se ve con toda claridad la evolución del personaje a golpe de desengaños. En este sentido, los tres constituirían una Bildungsroman por entregas cuyo objetivo real sería elaborar un retrato de las circunstancias que rodearon a la guerra civil. Sin embargo, la hipotética trilogía quedó truncada al no publicarse en su momento el segundo de los libros.
Durante todo el volumen tenemos la sensación de que Fortún escribió como una catarsis. Carmen Martín Gaite opinaba que este libro era “un testimonio espeluznante de los horrores de la guerra, a través del cual la escritora plasma sus propias vivencias”. Y añadía que la protagonista por excelencia del libro no es Celia, ni siquiera la propia Fortún, sino la guerra. Porque en Celia en la revolución las alusiones al conflicto no son meros elementos dispersos en la narración. Celia se limita a ser testigo y a dar testimonio de todo lo que pasa.
Primero, Celia y sus dos hermanas huyen de Segovia gracias a la ayuda de los criados de la casa al triunfar allí la insurrección y ser fusilado su abuelo, general jubilado que estaba ayudando a las milicias a armarse. Al llegar a Madrid para reunirse con su padre, descubren que este se ha alistado y se alojan con su tía paterna Julia. Pero la capital les resulta desconocida: todo está destartalado y sucio, nadie trabaja, hay controles en las calles y en los tranvías, muchos se han marchado, otros llegan como refugiados, todo el mundo va vestido y se trata como si fueran proletarios… La gente de clase alta o media procura pasar desapercibida, para no ser detenida o asesinada acusada de golpista. Su primo Gerardo, que es de Falange, es víctima de un “paseo”, delatado por la criada; y su propia tía acabará desaparecida, probablemente también fusilada. Entonces Celia, sus hermanas y Valeriana se instalan en un albergue infantil a la espera de reunirse con su padre, grave en un hospital. Para entonces muchos barrios de la capital están siendo bombardeados, evacuados y saqueados y poco después también ellos sufrirán los bombardeos continuos y tendrán que admitir en su casa de Chamartín a refugiados. Cuando el cerco sobre Madrid se estrecha, encontrar comida empieza a ser difícil y el padre envía a las niñas con Valeriana a Valencia.
Poco después Celia marcha a reunirse con ellas. No obstante, tras peregrinar por varias ciudades sin encontrarlas, se entera de que han sido trasladadas a Francia. Mientras tanto, se reencuentra con Jorge, un muchacho al que conoció en la primavera de 1936 en Santander, que ahora es soldado. Con él vivirá una casta historia de amor mientras luchan por sobrevivir al hambre, los bombardeos y las malas noticias, hasta que al final del libro Jorge sea dado por muerto en el frente de Aragón.
Celia pasa también por Barcelona, donde se reúne con su padre. Pero a mediados del 38 regresa a Madrid para escapar de los intensos bombardeos. Allí vivirá unos meses dramáticos y, a partir de ese punto, la visión del libro es cada vez más pesimista: la guerra está perdida. Las últimas semanas en España el libro se convierte en una especie de diario en el que Celia relata la caída definitiva de la República mientras decide si marcharse o no. Finalmente el uno de marzo llega a Valencia y el dieciocho embarca rumbo a Francia en un carguero inglés absolutamente sola (al igual que hizo la propia Fortún ese mismo día), con muy poco equipaje, sin dinero ni nada de valor y sin saber si logrará encontrar a su familia.
Muchas de las peripecias de Celia coinciden con los desplazamientos de la propia Fortún durante la guerra y reflejan sus mismas circunstancias personales, aunque mezcladas con la ficción. Al mismo tiempo, sirven para darnos una imagen bastante aproximada de la evolución del conflicto: desde el triunfo parcial del golpe de estado hasta el éxodo hacia el exterior y los cambios de bando repentinos.
Es interesante observar como en los primeros capítulos muchos personajes del libro se preguntan qué está pasando, quiénes son ahora sus amigos, quién tiene razón y quién no. Celia se siente ligada al mundo de la República, pero en ningún momento hace una apología de la causa republicana ni una defensa de las diferentes ideologías de ese bando, aunque su padre y su novio luchan por ella y a pesar de que su abuelo ha muerto defendiéndola. En realidad, Celia se siente ajena a todo. El asesinato de su abuelo la coge de sorpresa y no puede reaccionar. Pero la muerte de su primo y la de su tía la impresionan enormemente. Con todo, le impresionan mucho más las muertes desconocidas de todos los días, los fusilamientos y los “paseos” que se repiten a diario sin que pueda hacer nada para evitarlos, las actividades de las checas… Y, sobre todo, la reacción de la gente ante esos hechos: gritos jaleando a los pelotones, insultando a los muertos o a los que van de camino al paredón, gente de todo tipo delatando a sus vecinos, familias partidas o enfrentadas, chantajes… De la misma forma que, cuando era niña, a Celia el mundo de los adultos le parecía absurdo, ahora también la guerra se lo parece: absurda y sangrienta. Pero sólo se atreve a hablarlo con unos pocos: su padre no quiere ver la realidad y su novio admite que todos se han convertido en unos asesinos, él incluido, en una confesión inaudita en cualquier otra novela de la guerra civil.
Muchas pequeñas historias parecen en realidad reportajes, del mismo tipo de los que hizo Fortún durante la contienda, que sirven para mostrarnos la crueldad de la guerra: los relatos de las refugiadas de Talavera, bombardeadas sin piedad en los caminos; los niños de la capital jugando a los fusilamientos como si fuera algo inocente; los restos de cuerpos colgando de los árboles; las casas bombardeadas; etc. Jorge relata la “matanza del tren de Jaén” y en el hospital donde está su padre Celia presencia el asesinato del general López Ochoa a manos de una turba. No es el único personaje real que aparece en el libro: encontramos igualmente a Isabel García Lorca, a Laura de los Ríos o al propio editor Manuel Aguilar y su esposa Rebeca. Otros personajes son trasuntos de personas reales, como el padre de Celia, identificado a menudo con el marido de Elena Fortún. Sin embargo, junto a estos horrores hay también momentos tiernos o incluso cómicos que logran rebajar la tensión de la novela. Como cuando los niños del albergue se ríen al ver a las hormigas entrando y saliendo por la nariz de los fusilados; o cuando un miliciano casi analfabeto que realiza un registro pretende detener a la familia por monárquica basándose en que ha encontrado El vizconde de Bragelonne.
Celia logra adaptarse a todo con una cierta dosis de heroísmo e imprudencia, como muy probablemente le ocurrió a la mayoría de la gente: hace cola desde antes del amanecer para conseguir comida, se alimenta con hierbas o ratas, corre bajo las bombas, acoge a desconocidos en su casa, etc. A pesar de todo, sus ideales éticos siguen en pie: nunca delatará a nadie ni aceptará los fusilamientos como “necesarios”. Cuando el final de la guerra se acerca, su principal preocupación es el futuro que le espera a su familia. Pero no coge el camino fácil pasándose al otro bando, sino que saldrá hacia el exilio a pesar de haber permanecido durante toda la guerra al margen. Lo único que la domina es el sentimiento de pérdida de su país, física y espiritualmente (al ser consciente de que España poco o nada tendrá ya que ver con su mundo). Solo hay un momento, en su último día en Valencia, en que la ira le supera al ser acusada de “enemiga” por gente de su entorno que hasta entonces había estado escondiendo su verdadera ideología.
Celia ha dejado en este libro de ser una niña inocente y feliz para convertirse en una joven que ha madurado rápidamente y que ha tenido que vivir sola en medio de la muerte, la soledad y el hambre. La novela no es, por tanto, una “lectura para señoritas” ni un libro para niños, sino posiblemente una de las mejores obras que se han escrito sobre la guerra civil española aunque, desgraciadamente, haya pasado bastante inadvertida. Lo que más impresiona es su visión realista de la guerra porque, frente a otras obras, que tendían a elogiar un bando denigrando al contrario, el libro de Fortún pretende mantenerse en un punto de vista más externo y objetivo. Aunque la propia escritora estaba decididamente comprometida con el bando republicano, nunca militó en ningún partido y sus ideas nunca le resultaron un impedimento para describir todo lo negativo de lo que fue testigo: miedo, desvalimiento, el forzado silencio, los bombardeos, los refugiados, las persecuciones, los “paseos”, la corrupción galopante, las peleas en las colas de abastecimiento, los oportunistas, la impunidad de los que tienen las armas, el reclutamiento de jóvenes casi niños, etc.
Tal vez porque ni Celia ni el libro toman partido, porque no ensalzan a los republicanos ni denuestan suficientemente a los franquistas, Fortún no quiso que se publicara antes. Si lo hubiera hecho, muchos de los vencidos le hubieran achacado su falta de compromiso y muy posiblemente numerosos exiliados se hubieran sentido molestos por los episodios que describe. Por su parte, aunque la España de Franco hubiera podido utilizar esos elementos para su propaganda, la imagen que se da en el libro de los rebeldes no es tampoco positiva. En una palabra: ni vencedores ni vencidos hubieran querido aceptar la realidad que la novela muestra, una realidad que quedó oculta por la historia oficial y los relatos de los dos bandos. En este sentido, Celia en la revolución es una de las primeras novelas de la guerra civil española escrita desde una perspectiva imparcial, lo cual no quiere decir que acepte la guerra o el golpe que la provocó como algo “inevitable” ni que la escritora dejara de sentirse parte de la República. Fortún utilizó un punto de vista juvenil para expresar en primera persona sus experiencias durante la contienda y explicar la metamorfosis sufrida por toda una generación de niños y adolescentes que no tuvieron más remedio que madurar para sobrevivir.
Esas son las razones por las que todos deberíamos leer Celia en la revolución.