El Conejo Blanco, la Liebre de Marzo, el Gato Cheshire o la Reina de Corazones, con su inolvidable «¡Que le corten la cabeza!», nos han legado miles de horas de sátira, diversión y aventuras, que hace unos días celebraron un aniversario muy especial.
El 24 de mayo de 1865 se publicó por primera vez una de las obras cumbres de la literatura infantil, patrimonio de las letras universales y fuente inspiradora para todas las artes: Alicia en el País de las Maravillas, un torbellino de ideas, personajes y situaciones abracadabrantes que siguen cautivando al público de todas las edades después de 150 años en las librerías.
Con motivo de esta fecha, numerosas exposiciones y actos conmemorativos han querido rendir tributo al clásico de Lewis Carroll. Los más sonados se desarrollan en el Reino Unido, donde prácticamente se ha convertido al mes de mayo en un monumental programa de festejos, a destacar la muestra londinense The Alice Look. El Museo del Traje, en Madrid, también organiza proyecciones estos días, y al otro lado del atlántico el Ballet de Washington acoge la representación Alice (in Wonderland). El ciberespacio no ha querido ser menos, y los amantes de la ilustración quedarán gratamente sorprendidos con 150 Alice Project, donde artistas de diversa nacionalidad recrean algunas de las secuencias más memorables del libro.
Un mundo de locura, un mundo irrepetible
Pocas obras han resistido el paso corrosivo del tiempo y menos aún, multiplicado su fuerza, su gracia y su belleza como Alicia en el País de las Maravillas. Porque sólo en las obras maestras reconocemos palabras de inmortalidad, y la de Lewis Carroll pertenece de pleno a esta categoría.
Este profesor y matemático enamorado de la poesía y de las paradojas supo extraer como nadie lo satírico, lo absurdo y lo irreal de nuestra realidad —inaccesible en muchos sentidos a espíritus soñadores y aniñados como el suyo—, refundiéndolos en un mundo de locura, tan confuso como estimulante. La obra aliciana, completada con Alicia a través del Espejo (1871), es su más vívida ensoñación y, considerando las numerosas revisiones a la que fue sometida edición tras edición, su creación más sincera.
Con la premisa redentora de «un sueño curioso», asistimos a las aventuras subterráneas de su protagonista —Alice’s Adventures Under Ground, en el manuscrito original— donde los conejos corretean con relojes de bolsillo, las orugas fuman de narguiles en setas gigantes, los sombrereros proponen acertijos sin solución y las partidas de críquet se desarrollan con erizos y flamencos. Pero las bondades del libro van más allá de estas rarezas. La socorronería es una constante en todas sus páginas, alimentada casi siempre por los sinsentidos y disparates, si bien para las muchas burlas sociales y políticas se sirve enteramente de la satirización. Lo anterior, podemos asegurar, es la esencia y la fuerza motora de la trama y de sus personajes, que invitan a reflexionar sobre nuestro propio contexto sin renunciar a la diversión, un apartado donde el autor inglés alcanza —con el apoyo seguro del humor nacional— las más altas cotas de ingenio.
La abundancia de recursos y asociaciones lingüísticos no han dejado de brillar en el momento de su traslado a todas las lenguas imaginables, sin olvidar algunas tan minoritarias como el zulú o el esperanto. El hispanohablante puede sentirse orgulloso. Los desafíos que planteaba su traducción no han amilanado al castellano, que ha sabido tocar su instrumento en numerosas ocasiones y muy notablemente de la mano de Juan Gutiérrez Guli (1927, primera edición), Jaime de Ojeda (1970) o Francisco Torres Oliver (2003), por mencionar a los más destacados.
Parece honesto subrayar lo que nuestras editoriales han convertido en punta de lanza comercial, su incalculable contribución al género. Lewis Carroll, tanto o más que Kenneth Grahame o Antoine de Saint-Exupéry, ha dignificado la literatura para niños, porque no sólo los niños abandonan reconfortados su lectura; también el público adulto reconoce un deleite especial en esta narración, que supera con holgura estos deslindes en una muestra más de su genialidad, de la genialidad del autor al que hoy muchos reverencian y unos pocos se empeñan en desvirtuar.
Lo mismo que tachamos a Shakespeare de putero y analfabeto y le retiramos el crédito de sus obras, no faltan carroñeros entre nosotros dispuestos a hacer caja a costa de la memoria de Carroll. Desde luego, triste pecado el enjuiciar la pluma en lugar de la palabra, y ya no digamos utilizar las sombras de aquella para demérito de esta. Como si la verdad justificara la difamación. Poe, Baudelaire y otros podrían dar fe de actitudes tan innobles, amarillistas y cobardes.
Este aniversario, además, es una invitación sincera a la lectura. Quienes siendo niños se regalaron con las aventuras de Alicia, descubrirán en la relectura nuevas y fascinantes latitudes de su cartografía, llenas de humor y significados desconocidos. Nada menos que 150 años del mejor Carroll. 150 años descendiendo por la madriguera. 150 años de una obra irrepetible.